Ellie plantó las manos sobre su torso, trazó con los dedos el contorno de sus pectorales. Era perfecto, mejor de lo que ella se merecía. Por un momento, pensó en el golpe de suerte que lo había llevado a su apartamento. Pero no quiso perder el tiempo en conjeturas. Más valía que aprovechase el tiempo. Una chica como ella no solía tener oportunidades con un hombre como Liam.
Este se retiró despacio y le robó un último beso antes de hablar.
– Tengo que irme -murmuró. A Ellie se le cayó el alma a los pies. Había creído que podría seguir besándolo toda la tarde y hasta bien entrada la noche-. Tengo que hacer unas fotografías… algo sobre el trabajo… en los países del Tercer Mundo -añadió intercalando besos entre las palabras.
– Un problema serio -murmuró ella, poniéndose de puntillas para besarlo de nuevo.
– Me han llamado del Globe esta mañana. Es un buen encargo -Liam reposó los labios sobre la curva del cuello de Ellie.
– Yo tengo que escribir un par de currículos y cartas de presentación -dijo ella-. Y voy a acercarme a la biblioteca para conectarme a Internet. Voy a colgar mi currículo en algunas páginas web.
– ¿Cómo va la búsqueda de trabajo? -preguntó Liam.
– No muy bien. Ya me he puesto en contacto con los bancos más importantes. Ahora me toca llamar a la puerta de los pequeños. No sé, llevo cuatro años especializada en bancos, pero quizá sea el momento de considerar dar un giro a mi carrera. Podría hacer auditorías. O buscarme un hueco en una empresa pequeña.
– Algo encontrarás -dijo Liam al tiempo que le acariciaba la mejilla-. Eres lista, eficiente y un regalo para los ojos.
– Y si vuelves a besarme, te prometo que me lo creo -murmuró Ellie.
Hizo lo que le pedía. Luego agarró su chaqueta y se despidió, no sin antes asegurarle que la llamaría por la noche. Ellie cerró la puerta y sonrió. Se tocó los labios, todavía húmedos por los besos, e intentó registrar la sensación maravillosa de sentir su boca encima de la de ella. Quería memorizarla con precisión para poder revivirla en el futuro.
Era agradable volver a sentirse deseada. Que la besaran, la acariciaran y abrazaran. Aunque había intentado resistirse, Ellie sabía que estaba exponiendo su corazón a nuevas heridas. Porque estaba enamorándose hasta la médula de Liam Quinn y no parecía poder controlarlo.
No lograba determinar qué tenía que lo hacía tan irresistible, pero poseía cierto encanto que resultaba increíblemente atractivo. Siempre sabía lo que decir, no la hacía sentirse presionada. A veces le parecía que estaba enamoradísimo de ella y otras parecía distanciarse. Era como un baile en el que cada uno avanzaba y se retiraba siguiendo ritmos distintos, tratando de descifrar sutilezas en cada palabra y movimiento.
Había ido a Boston para librarse de su desastroso historial con los hombres. Y de pronto, contra todo pronóstico, se había topado con el que perfectamente podía ser el hombre de sus sueños. Ellie corrió a la estantería y deslizó los dedos sobre los lomos de los libros hasta encontrar el que quería.
– Encuentra al hombre de tus sueños -dijo mientras sacaba un ejemplar que había comprado hacía tres años.
Se sentó en el sofá, doblando los pies debajo de ella. Una vez que lo había encontrado, tendría que encontrar la forma de conservarlo. Quizá descubriera algún consejo en el libro.
La imagen apareció despacio. Los grises fueron cobrando fuerza mientras Liam vigilaba la máquina de revelado. Era lo que más le gustaba de la fotografía. El momento previo de anticipación, mientras esperaba a ver lo que la cámara había captado.
Se había encerrado en la habitación libre del apartamento que compartía con Sean. Hacía las veces de cuarto oscuro y quería ver el resultado de un carrete que había gastado hacía unas semanas. Al fin y al cabo, no podía hacer gran cosa una vez que Ellie se había acostado. Estaba a salvo en el apartamento, con el sistema de seguridad instalado para protegerla contra cualquier intruso. Pero en vez de revelar el carrete para el encargo del Globo, había agarrado el que había hecho la primera noche que había estado en el desván.
– Vamos, corazón -susurró mientras aparecía una silueta de mujer-. Muéstrate.
Había hecho la foto aquella primera noche y desde entonces no había pensado en revelarla. Pero, tras una semana junto a Ellie, no había podido resistirse.
Sacó la foto de la máquina de revelado, se sentó en un taburete y contempló la imagen. Era preciosa. La había fotografiado en un momento de absoluta vulnerabilidad, con el pelo enredado y ese cuerpo increíble cubierto por la bata, el tejido cayendo libremente sobre sus curvas deliciosas, con la cabeza un poco inclinada hacia un lado.
Detuvo la mirada sobre su boca y recordó los besos que habían compartido, el sabor de sus labios, cálidos y dulces. Liam sintió una punzada de deseo en lo más hondo de sus entrañas. Gruñó. No había querido besarla. De hecho, había tratado de contenerse. Pero siempre se había dejado guiar por el instinto y la boca de Ellie había resultado demasiado tentadora.
Intentó racionalizar lo atraído que se sentía hacia ella y la única explicación que se le ocurrió fue que era el fruto prohibido. El mismo hecho de no deber estar con ella hacía imposible resistirse. Luego estaba la foto que Sean le había enseñado, la de la empleada correcta y remilgada. Liam había visto la otra cara de Ellie y sospechaba que detrás de su fachada se ocultaba una mujer apasionada.
– No puedo seguir así -murmuró Liam mientras se masajeaba la nuca. Ellie Thorpe podía resultar peligrosa. Además, aquello no era más que un trabajo. Y besarla formaba parte del trabajo, no era sino una estrategia para ganarse su confianza.
Llamaron a la puerta del cuarto oscuro. No esperaba a su hermano hasta uno o dos días más tarde.
– ¿Sean?
– Soy Brian. ¿Sabes dónde está Sean? Liam suspiró, soltó la foto.
– Está fuera de la ciudad. En Hatford, me parece. Con un caso.
– ¿Puedo pasar?
– Sí -contestó Liam-. Adelante -añadió al tiempo que le abría la puerta.
Como siempre, Brian iba impecablemente vestido. Su vestuario de trajes a medida había pasado a formar parte de su imagen como el periodista de investigación más destacado de uno de los canales de televisión de Boston. Su cara aparecía en vallas publicitarias de toda la ciudad y, cada pocas noches, intervenía en el noticiero de las once, informando sobre algún escándalo que conmocionaba a la ciudad. En esos momentos, con la corbata floja y el cuello de la camisa desabotonado, era evidente que había terminado la jornada por esa noche.
– Estás horrible -comentó Brian.
– Gracias. Nada como un hermano para recibir piropos -dijo Liam mientras Brian se situaba bajo la luz roja de seguridad que iluminaba el cuarto oscuro. Como buen periodista, miró a su alrededor en busca de algo que llamara su atención-. ¿Qué necesitas? -preguntó.
– Tengo una historia -Brian se encogió de hombros-. Quiero que Sean me localice a una persona.
– Está ocupado con un caso de divorcio. Yo lo estoy relevando aquí.
– ¿En qué estáis trabajando? Liam miró hacia la foto que acababa de revelar de Ellie. Brian siguió la dirección de sus ojos.
– ¿Quién es?
– Nadie.
– Pues es una monada para no ser nadie. Deja que adivine. Es demasiado guapa para ser la esposa infeliz, así que debe de ser la otra.
– Bingo -mintió Liam mientras colgaba la foto-. ¿Qué haces fuera a estas horas? Es casi la una.
– Ya te digo: estoy trabajando en una historia y he descubierto que la gente habla más si los pillo después de unas copas por la noche. Así que he seguido a mis fuentes de bar en bar – Brian se sentó en un taburete y empezó a hojear una pila de fotografías. Se detuvo en una de un vagabundo-. Me gusta. A veces me paso días para conseguir una declaración interesante, pero nunca tiene la misma fuerza que un instante capturado por una cámara.