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– Te estás poniendo filosófico -se burló Liam-. ¿No tendrás problemas con alguna mujer?

– Ojalá.

– La única otra explicación posible es tu trabajo y estás en todas las paradas de autobús. El trabajo te va bien.

– No creas. No como había planeado. Quieren ficharme como presentador. Tengo buena imagen, los hombres confían en mí, a las mujeres les gusta mirarme. Puedo conseguir audiencia. Al menos eso me dicen.

– ¿Y qué tiene de malo?

– No estaría dando noticias -contestó Brian-. Leería las de los compañeros. Me estoy planteando dejarlo, pasarme a la prensa. Mi cara dará igual en los periódicos. O podría probar como autónomo. Hay muchas revistas que publican reportajes de investigación.

– Venga, hombre. Tienes un trabajo fijo bien pagado. Te conoce todo el mundo. Estás en contacto con mujeres con mucha clase. ¿Lo vas a tirar todo por la borda?

– Dicho así suena un poco estúpido -reconoció Brian.

Liam salió del cuarto oscuro seguido por su hermano. Aunque notaba que tenía ganas de hablar de sus problemas de trabajo, Liam no estaba de humor. Bastante tenía con sus propios problemas. A diferencia de Brian, él nunca sabía cuándo le llegaría el siguiente cheque. A nadie le interesaban las fotos que hacía. Y para una mujer por la que se sentía atraído, probablemente fuera una delincuente.

– Tengo que irme -dijo por fin.

– ¿Al pub?

– No, tengo que pasarme por otro sitio.

– ¿Cuándo vuelve Sean? -preguntó Brian.

– No sé. No soy su secretaria. Llámalo al móvil. El número está encima de la nevera. Echa la llave antes de irte.

Liam cerró la puerta y bajó las escaleras al trote, directo hacia el coche. No estaba seguro de adonde iba. Se limitaría a conducir para despejar la cabeza un poco. Arrancó, maniobró para poner rumbo al centro de Boston. Pero, en vista de que no podía dejar de pensar en Ellie Thorpe, bajó la ventanilla para que el aire le sacudiera las ideas. Cruzó el puente de Chinatown. Luego, de pronto, decidió girar hacia la avenida del Atlántico y se dio cuenta de que había estado conduciendo hacia el apartamento de Ellie.

Paró en la acera de enfrente y aparcó el coche. Después se apoyó en el respaldo del asiento, miró hacia las ventanas apagadas del tercero e intentó imaginársela dentro, acurrucada en la cama, con el pelo negro extendido sobre la almohada.

Apretó los puños al recordar el tacto sedoso de su cabello entre los dedos. Maldijo en voz baja, abrió la puerta del coche y salió a la calle. Paseó de un extremo a otro del coche varias veces. No quería limitarse a subir al desván y mirar por el teleobjetivo a un apartamento a oscuras.

– Maldita sea -murmuró. Volvió a meterse en el coche, arrancó, respiró profundamente mientras ponía la primera. Tal vez la idea de Brian fuese buena. El pub seguiría abierto al menos una hora más.

Si con unas cuantas pintas no conseguía dejar de preocuparse por Ellie Thorpe, tendría que tomarse unas cuantas más.

Capítulo 4

Liam miró la luna delantera del coche. Llovía. Las gotas rebotaban contra el cristal.

– Lo dejo -murmuró-. Me da igual el dinero. Tómate el tiempo que le he dedicado al caso como un regalo.

– No puedes irte ahora -contestó Sean-. Estamos demasiado cerca. Antes o después, Pettibone tiene que aparecer.

– ¿Cómo sabes que no tiene él el dinero? – preguntó Liam-. ¿Cómo sabes que no fue todo cosa de él?

– Tú mismo lo has dicho. Eran amantes. Ella te lo ha reconocido. Pettibone se llevó el dinero, así que tiene que estar implicada. Se lo están tomando con calma. No se ven para no despertar sospechas.

– No me gusta -dijo Liam-. Parece una persona agradable.

– Hay delincuentes agradables -contestó Sean-. Para malversar fondos hay que ganarse la confianza de los jefes primero. Es parte del modus operandi.

– ¿No sería más fácil abordarla directamente? Podría preguntarle si robó el dinero y ver cómo reacciona. Soy buen observador; me daré cuenta si me miente.

– ¿Y luego qué?, ¿crees que te lo entregará y ya está? -Sean soltó una risotada-. Un plan estupendo.

– Puede que devolviera el dinero a cambio de retirar los cargos que pesen en su contra.

– Li, ¿se puede saber qué te pasa con esta mujer?

– No me pasa nada.

– Entonces haz el trabajo y no le des más vueltas. Es tu turno, me voy a casa -Sean abrió la puerta del coche, salió a la lluvia. En el último momento, se agachó para añadir-: No la fastidies. Estamos cerca.

Luego cerró de un portazo y echó una carrerita hasta su coche. Liam apoyó la nuca sobre el reposacabezas, suspiró. El asunto se le había ido de las manos. Aunque estaba acostumbrado a seducir mujeres, su objetivo siempre había sido compartir una noche apasionada, seguida por un desayuno a la mañana siguiente. Ambas partes quedaban satisfechas, contentas y nadie salía herido.

Pero aquello era distinto. El objetivo era meter a Ellie Thorpe entre rejas. Y cuanto más tiempo pasaba con ella, más convencido estaba de que, fuera lo que fuera lo que hubiese hecho, no se merecía pasar veinte años en la cárcel.

Liam maldijo, se pasó la mano por el pelo húmedo. Después de besarla, se sentía como si fuese él quien estaba preso. No dejaba de pensar en ella, de recordar el sabor de su lengua, el calor de estrecharla contra su cuerpo y la reacción instantánea de este. Siempre había disfrutado besando mujeres, pero con Ellie había sido diferente. Besar a Ellie había sido conmovedor, perturbador y desconcertante al mismo tiempo.

Y no había sido un único beso. En los últimos días, habían empleado bastante tiempo a perfeccionar el primer contacto. Siempre que estaban juntos, el aire parecía cargarse de una tensión que solo podía descargarse con un beso profundo y prolongado.

– No aguanto más -murmuró Liam al tiempo que abría la puerta. Tal como le había dicho a Sean, le bastaría con preguntarle y obtendría la respuesta que necesitaban. Pero camino del apartamento de Ellie pensó que, una vez hallada dicha respuesta, las preguntas serían más complicadas todavía. Hasta ese momento, Ellie era una mujer bonita, ingeniosa, atractiva y divertida. Había conocido a muchas mujeres con virtudes similares, pero Ellie las reunía todas en una combinación especial.

¿Pero qué era lo que la hacía distinta?, ¿serían los secretos que ocultaba? ¿Se sentía atraído hacia ella porque, por una vez en su vida, no conseguía adivinar los pensamientos de una mujer? Había veces en las que le entraban ganas de desnudarle el corazón, como si fueran prendas de ropa. Cuanta más intimidad compartían, más se acercaba a la verdad.

Liam miró si pasaban coches antes de cruzar la calle hacia el apartamento de Ellie. Si daba ese paso, tal vez no hubiera marcha atrás. Dada la intensidad con que se besaban, era obvio que estaría de maravilla junto a Ellie. En ese preciso instante, podía imaginar la sensación de su piel bajo las manos, el peso de su cuerpo sobre el propio, el calor con que herviría su sangre cuando estuviera dentro de ella. Si llegaban a ese punto, tal vez no hubiese posibilidad de retorno.

Sacó del bolsillo el móvil y marcó el número de Ellie. Luego levantó la cabeza hacia las ventanas del tercer piso. Cuando descolgó, Liam se sorprendió con una sonrisa en la boca.

– Hola.

– ¿Qué tal? -respondió Ellie. Liam se la imaginó sonriente, con los ojos iluminados.

– ¿Qué estás haciendo?

– Escribiendo cartas de presentación, leyendo ofertas de trabajo. He llamado a un par de sitios en Washington y Chicago.

Liam se puso tenso. No quería pensar que Ellie saldría de su vida tan rápidamente como había entrado.

– ¿Por qué no lo dejas y sales conmigo?

– ¿Adonde? -preguntó ella.

– No sé. Se me había ocurrido enseñarte la ciudad, ya que has llegado hace poco. Pasaré a recogerte en diez o quince segundos. Estate lista.