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Pulsó el botón de fin de llamada y cubrió los escalones que subían al portal de dos en dos. Cuando llegó al tercero, Ellie había abierto la puerta del apartamento y lo estaba esperando en el rellano. Iba vestida con unos vaqueros gastados y un jersey de lana voluminoso. Llevaba el pelo negro recogido atrás con un pañuelo y, aunque apenas llevaba maquillaje, estaba preciosa.

– ¿Dónde estabas? -preguntó Ellie.

– Justo abajo -dijo y, sin pararse a pensarlo, la rodeó por la cintura y le dio un beso fugaz. Nada más rozarse las lenguas, se sintió embriagado.

– Parece que tienes mucha seguridad en ti mismo, ¿no? -murmuró mientras pegaba las palmas al torso de Liam.

– Nadie se resiste a mi encanto -bromeó él-. Ponte el abrigo. Está lloviendo.

Regresó al interior del apartamento, pero Liam decidió quedarse en el pasillo. Le habría resultado imposible resistir la tentación de pasar la tarde besuqueándose con Ellie en el sofá. Cuando volvió, se había puesto una cazadora y un gorro de lluvia. Le entregó el paraguas para que lo sujetase mientras se subía la cremallera de la cazadora.

– No nos va a hacer falta -dijo él.

– Sí, vamos a dar un paseo. Quiero ver esa cosa con la punta tan grande y hace un día perfecto para pasear.

– Está lloviendo.

– Anoche estaba leyendo “Vive la vida”. Iba todo sobre vivir el momento. Un paseo bajo la lluvia puede ser refrescante.

– Yo diría húmedo más bien.

– Puede purificar el alma. Todo el mundo necesita purificar su alma de vez en cuando.

– Está bien -accedió Liam. Suponía que a su alma no le iría mal un buen baño-. Iremos a la cosa de la punta grande, que no es ni más ni menos que el famoso monumento de Bunker Hill.

– Genial. Así aprenderé algo de Historia con el paseo.

Liam le agarró una mano, se la puso en el pliegue interior del codo y echaron a andar hacia la Plaza de los Monumentos, que tantas y tantas veces había visitado de pequeño con el colegio. Pero no habían doblado la primera esquina cuando se acordó de la cámara. Había una luz inusual, el sol se filtraba entre la niebla a ratos y la lluvia brillaba sobre la acera, elementos suficientes para conseguir una foto estupenda.

– Espérame -le dijo a Ellie-. Voy en una carrera por la cámara y vuelvo.

Se dio la vuelta, enfiló hacia el coche y sacó una de las cámaras viejas que tenía en el maletero. Estaba cargada con un carrete de blanco y negro, pero se guardó un segundo en color por si acaso. Luego se colgó la cámara del cuello, se giró, volvió por Ellie y al doblar la esquina y verla, se paró, pensando en la foto tan bonita que podía hacerla. Ellie avanzó hacia Liam, que levantó la cámara para mirarla a través del objetivo.

No supo con certeza lo que le hizo desviar la mirada. Probablemente, el motor del coche mientras avanzaba a velocidad de vértigo por la calzada mojada. Alcanzó un movimiento por el rabillo del ojo y le gritó a Ellie que parase. Como si el mundo entero pasara a moverse a cámara lenta, Liam observó la expresión confundida de Ellie, la cual miró hacia la izquierda y vio el sedán negro que se abalanzaba hacia ella.

Se quedó helada y a Liam se le paró el corazón al comprender que iban a atropellarla y no podía llegar a tiempo de empujarla para esquivar el golpe. Pero los reflejos de Ellie fueron superiores a los que esperaba, se giró y se lanzó sobre el capó del coche que había aparcado tras ella. Luego se cayó rodando al suelo mojado y el coche se alejó a la misma velocidad vertiginosa, salpicándola de agua sucia al pasar sobre un charco.

Tras asegurarse de que estaba bien, Liam dirigió la cámara hacia el coche y tomó varias fotos de la matrícula. Aunque Ellie había cruzado la calle de forma inesperada, tenía la corazonada de que el coche había intentado atropellarla adrede.

Se giró hacia ella. Estaba tratando de ponerse de pie. Le caían gotas grises por la cara y las rodillas de los vaqueros estaban sucias y rasguñadas. Liam le ofreció una mano, tiró de ella con delicadeza y la abrazó para comprobar que seguía de una pieza.

– ¿Estás bien?

– No lo he visto venir. Había mirado, pero apareció de repente. Si no me hubieras avisado, me habría atropellado -dijo con voz trémula. Apoyó las manos sobre su torso y lo miró a la cara-. Me has salvado la vida… otra vez.

Liam le acarició el pelo con una mano, la apretó con fuerza y le dio un beso en la frente. Aunque no tenía claro que le hubiese salvado la vida la primera vez, en esa ocasión no podía negarlo. Era verdad: si no hubiese oído el motor del coche, en esos momentos estaría tirada en la calle, herida de gravedad… o peor todavía.

– Vamos a que te limpies -murmuró con los labios pegados a la sien derecha de Ellie. El corazón seguía disparado, de modo que se obligó a serenarse por miedo a que Ellie intuyera el pánico que sentía. Si realmente habían intentado arrollarla, removería cielo y tierra hasta averiguar por qué.

Le pasó un brazo sobre los hombros y regresaron hacia el apartamento de Ellie. Pero, mientras andaban, Liam tuvo el inquietante pensamiento de que el ladrón y el conductor del coche estaban relacionados de alguna forma. Y que el caso en el que estaba trabajando para Sean encerraba la respuesta a esas dos experiencias casi mortales.

Ellie sacó del bolsillo las llaves y, con las manos todavía temblorosas, intentó introducir la llave en la cerradura. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía que entrase. Por un instante, sintió que se desmayaría, o vomitaría, o rompería a llorar sin control. Pero no pudiendo decidirse por una cosa u otra, se quedó quieta frente al portal, con las llaves colgándole de los dedos.

– Deja -murmuró Liam. Agarró las llaves, abrió y la empujó con suavidad para que entrase. Subieron las escaleras sin hablar y, al llegar al tercer piso, fue él quien abrió esa puerta también, tras asegurarse de desactivar la alarma.

Ellie fue directa hacia el sofá, pero Liam la detuvo para ayudarla a que se quitara la cazadora. Luego se giró para mirarla a la cara:

– ¿Seguro que estás bien?

– Sí… -Ellie asintió con la cabeza-. Solo necesito un momento.

– Vamos. ¿Por qué no te quitas esa ropa y te pones algo seco y limpio? -dijo Liam sonriente mientras le acariciaba una mejilla con el pulgar-. O quizá prefieras darte un baño caliente.

– Sí…

Liam la estrechó entre los brazos y ella apoyó la cabeza sobre su torso. Sintió que podría quedarse allí para siempre, que Liam conseguiría desvanecer todos sus miedos. El coche había pasado a centímetros de ella y no lo había visto llegar. Ellie se imaginó lo que podría haber ocurrido y cerró los ojos para expulsar aquellas imágenes terribles.

– Antes no estaba segura en mi apartamento y ahora tampoco lo estoy fuera.

– No ha sido culpa tuya -dijo Liam al tiempo que le acariciaba el pelo con suavidad-. Lo que pasa es que el coche y tú queríais ocupar el mismo espacio a la vez.

– Estoy teniendo una mala racha -comentó Ellie-. En “Los secretos de actuar con decisión” dice que la mala suerte no existe. Que cada uno crea las situaciones que le ocurren. Pero no estoy de acuerdo. El ladrón, por ejemplo, ¿por qué tenía que escoger mi casa? Los vecinos de abajo tienen un televisor mucho mejor. Y me está costando horrores encontrar trabajo. Y yo no hice nada para que el ladrillo del tejado se cayera.

– ¿Qué ladrillo? -preguntó Liam.

– Fue hace unos días. Salía a una entrevista cuando de pronto apareció el ladrillo del cielo y casi me abre la cabeza. Era idéntico a los del edificio, así que llamé al casero y le dije que el tejado no era seguro.

– ¿Qué problema había?

– Ninguno. Encontró un par de ladrillos en el tejado, pero supuso que sería algún niño que se habría colado a la azotea -Ellie esbozó una sonrisa débil-. Quizá debería darme ese baño, a ver si me calmo un poco.