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– ¿Estás mejor? -murmuró, apretando los labios contra la curva de su cuello-. La bañera está casi llena -añadió entonces.

Pero ya no quería bañarse. En ese instante, lo que quería era arrastrar a Liam Quinn a la cama y terminar lo que habían empezado. Hacerle al amor hasta enloquecerlo el resto de la tarde. Pero no estaba segura de cómo pedirle lo que quería, de modo que se limitó a asentir con la cabeza.

– Me vendrá bien relajarme un poco, sí.

Las paredes del cuarto de baño brillaban a la luz de las velas. Ellie emitió un suspiro delicado mientras se sumergía en el agua humeante hasta la barbilla. Liam la miraba desde la puerta con una copa de vino en la mano.

Estaba tan guapa, tan relajada, que estuvo tentado de sacarla de la bañera y llevarla al cuarto para hacerle el amor. Pero se frenó por una razón: aunque no había nada que quisiera tanto como dar placer a Ellie, sabía que si él también se abandonaba a esos placeres, estaría asumiendo un riesgo que podría costarle muy caro.

Una y otra vez, tenía que recordarse que seguía trabajando para Sean. Tenía que llevar a cabo un encargo y, por intensos que fuesen sus sentimientos hacia Ellie, cabía la posibilidad de que esta hubiese cometido un delito.

Pero, ¿de veras era eso lo que le daba miedo? En el fondo, estaba seguro de que no era capaz de haber robado ese dinero. Pero sí de algo mucho más peligroso. Podía robarle el corazón, conseguir que se enamorara de pies a cabeza de ella. Y eso era lo último que quería.

Por fin, se acercó a la bañera y se puso en cuclillas.

– Toma.

Ellie abrió los ojos y se giró a mirarlo. Sonrió mientras aceptaba la copa de vino.

– Supongo que el té se me ha quedado frío.

– El vino te relajará -dijo Liam asintiendo con la cabeza.

– No creo que necesite relajarme más -dijo Ellie. Se incorporó y el agua le llegó hasta los pechos, lamiéndolos y retirándose de los pezones con la agitación del movimiento. Dejó la copa en el suelo y pasó una mano sobre el pelo de Liam-. Estoy bien.

– ¿Seguro?

– Solo ha sido… un accidente -Ellie asintió con la cabeza-. El conductor no me vio. Yo no lo vi. Ha sido una tontería. Tengo que prestar más atención. Y a partir de ahora pienso hacerlo.

– Perfecto -dijo Liam justo antes de inclinarse para darle un beso sobre los labios, húmedos-. No puedo estar viniendo a rescatarte siempre.

Pero Liam sabía que no descansaría hasta averiguar quién era el conductor del coche. A pesar de lo rápidamente que se había ido, le había dado tiempo a fotografiar la matrícula. Si existía alguna relación entre el conductor y Ronald Pettibone, lo descubriría… y se lo haría pagar.

– ¿Quieres que te lave el pelo? -le ofreció él y Ellie aceptó.

Liam introdujo las manos en cuenco dentro del agua, las llenó y la vertió con cuidado sobre la cabeza de Ellie. Esta le acercó un bote de champú. Después de empaparle el pelo, Liam se echó un chorrito en las manos y empezó a masajeárselo.

Nunca había compartido un momento así con una mujer. El hecho de atenderla en el baño tenía cierta intimidad indiscutible. De alguna manera, le parecía más íntimo incluso que lo que habían compartido antes. Eso había sido cuestión de deseo y necesidad, pero aquello tenía que ver con el cariño y un placer más sereno.

El teléfono sonó y Ellie abrió los ojos.

– ¿Quieres que responda? -preguntó él.

– No, deja que salte el contestador.

– De acuerdo -Liam movió los dedos por la nuca de Ellie y frotó con delicadeza. Al cabo de cuatro pitidos, el mensaje de presentación del contestador automático resonó en todo el apartamento. Luego sonó el bip y una voz masculina sustituyó a la de Ellie.

– Eleanor, soy Ronald. Oye, te llamo para pedirte disculpas por lo del otro día. Es que me sorprendió verte. No esperaba sentir… bueno, lo que quiero decir es que necesito volver a verte. Pronto. Tenemos que hablar. Tengo un par de contactos en algunos bancos de la ciudad y… bueno, ya lo hablaremos cuando nos veamos. Estoy en el hotel Bostonian, habitación 215. Llámame -dijo y se oyó otro bip al terminar el mensaje.

Los dedos de Liam bajaron despacio hacia los hombros. ¿Ronald Pettibone? Maldita fuera, ¿cuándo había visto a Ronald Pettibone? Había estado con ella casi todo el tiempo en los últimos diez días. Y cuando no había estado a su lado, Sean o él la habían estado vigilando.

– En realidad no creo que me llame por el trabajo -comentó Ellie y soltó una risilla-. Qué embarazoso que me llame un hombre cuando estoy en la bañera con otro.

Durante un rato, casi había olvidado lo que lo había unido a Ellie. Y, de pronto, sentado en su cuarto de baño, con ella desnuda en el agua, se dio cuenta del error colosal que había cometido. Sean se lo había avisado y él se había negado a hacerle caso, convencido de que lo tenía todo bajo control. Pero debería haber sabido que se había metido en un lío nada más ver a Ellie. Y si no entonces, el primer beso debería haber valido como pista. Nunca debería haber dejado que las cosas llegaran tan lejos.

– ¿Quién es Ronald? -preguntó tras aclararse la voz, tratando de sonar indiferente. Ya sabía la respuesta, pero era lógico mostrar interés al respecto dadas las circunstancias.

– Te hablé de él, no sé si te acuerdas. Trabajaba conmigo en Nueva York -explicó Ellie-. Éramos… algo más que compañeros.

– ¿Quieres decir que salíais juntos?

– Sí. Pero no lo sabía nadie. Lo llevábamos en secreto. Ronald tenía miedo de que se enteraran en el banco y perjudicara nuestras carreras. Luego me dejó tirada. Supongo que nunca le importé en realidad.

– ¿Y ahora está aquí?

– Sí. De hecho, lo viste el otro día fuera de la cafetería. Estábamos hablando cuando saliste, ¿te acuerdas?

Liam dejó escapar el aire de los pulmones muy despacio. Dios, ¿cómo podía haber sido tan tonto? Ellie no se parecía nada a la foto que le había dado su hermano, ¿por qué había supuesto que Ronald Pettibone lo haría? Quizá fuera parte del plan, pensó Liam. Vida nueva, aspecto nuevo. Pero Ellie parecía sincera: estaba buscando un trabajo nuevo, haciendo nuevos amigos, sin intentar ocultar su identidad en absoluto. No era el comportamiento de una persona que hubiera infringido la ley.

¿Podría decirse lo mismo de Ronald Pettibone? Liam estaba seguro de que su cambio de imagen en Boston no era casual. Había ido allí por una razón y, una de dos, o era el dinero que habían robado o era la propia Ellie. Y ninguna de las dos posibilidades le agradaba.

– Quizá deberías devolverle la llamada -sugirió Liam.

– ¿Ahora?

– Ahora mismo no. Pero después de bañarte.

– Lo nuestro ha terminado -dijo Ellie mientras trazaba un círculo en el agua con la mano-. No quiero que pienses que…

– No -interrumpió Liam, al que ya le desagradaba el mero nombre de Ronald. Así se llamaba el gusano más chismoso del colegio. Y el empollón que siempre sacaba las mejores notas en el instituto.

Liam empezó a aclarar el pelo de Ellie. Durante un rato prolongado, permanecieron en silencio. No sabía qué decir. Sabía que Ellie había conocido a otros hombres, seguramente menos que las mujeres que había conocido él. Pero Ronald Pettibone era algo más que un simple ex novio. Si habían cometido un delito juntos, compartían algo más profundo que una cierta atracción física.

Maldijo para sus adentros, se puso de pie y agarró una toalla.

– El agua se está enfriando.

Ellie lo miró durante unos cuantos segundos, como si estuviera intentando adivinar sus pensamientos. Luego se incorporó despacio, dejando que el agua resbalara por su cuerpo desnudo. Liam la cubrió de inmediato para no sucumbir a mayores tentaciones. Estaba deseando tumbarla y hacerle el amor en el mismo cuarto de baño.

– No estás enfadado por que haya llamado, ¿verdad?

– ¿Por qué lo dices?