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– Gracias -Ellie asintió con la cabeza.

– ¿Por?

– Por estar aquí. Por cuidar de mí. Liam esperó mientras Ellie llenaba una mochila. De pronto reparó en el teléfono. Estaba tirado en el suelo, debajo de un cojín del sofá. Aunque estuvo tentado de llamar a Sean, decidió dejarlo para más adelante y devolvió el auricular a la base.

– Han registrado el armario -comentó Ellie cuando volvió al salón un par de minutos después-. Pero no han tocado el joyero. No… no puede ser él -añadió sacudiendo la cabeza.

– ¿Quién?

– Nadie. Me estoy volviendo paranoica.

– ¿Quién? -insistió Liam al tiempo que le agarraba la mochila. Luego activó la alarma, cerró la puerta y echó el cerrojo.

– Ronald -contestó cuando terminaron de bajar las escaleras.

No supo cómo reaccionar. O realmente estaba desconcertada con lo que había pasado o era muy habilidosa inculpando a su cómplice.

– ¿Ronald Pettibone?

– No… no estoy segura.

– ¿Por qué iba a ser él?

– Rompió conmigo. Y estaba claro que no quería que siguiéramos como amigos. Por eso dejé el banco. Y luego, de pronto, aparece en Boston. Dice que tiene algunos amigos, pero un mes antes de romper pasamos un fin de semana aquí y no mencionó nada de amigos. ¿Crees que me está acosando?

– No lo sé. Pero pienso descubrirlo -aseguró Liam.

Miró en ambas direcciones antes de cruzar la calle y se fijó en un sedán negro aparcado unos metros más abajo. ¿Estaría él paranoico?

Mientras conducían por la ciudad, mantuvo la mirada en el retrovisor. De tanto en tanto, hacía algún giro para asegurarse de que no los seguían.

Cuando se convenció de que el sedán negro no iba tras ellos, se encaminó hacia la casa que compartía con Sean.

Habría preferido no coincidir con él al llegar, pero nada más entrar se lo encontró con Brian, los dos sentados en el sofá, comiendo pizza y viendo la televisión. Ambos se sorprendieron al ver a Ellie de nuevo, aunque por razones distintas.

– Hola, Ellie -lo saludó Brian mientras se ponía de pie y se sacudía las migas del jersey-. ¿Qué tal el partido?

– Genial -contestó sonriente-. Aunque perdieron los Red Sox.

– Si sigues así, vas a tener que empezar a pagar parte del alquiler -dijo Liam, celoso de su hermano Brian, que había sujetado la mano de Ellie un poco más de lo necesario.

– Te lo recordaré la próxima vez que vengas a hacer la colada gratis.

– ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Sean tras ponerse de pie.

– Han entrado en el apartamento de Ellie – dijo Liam.

– Otra vez -añadió ella.

– ¿Otra vez? -preguntó Brian-. No pensaba que en Charlestown hubiese tantos robos.

– Creo que me están acosando -contestó Ellie-. Eso o tengo muy mala suerte.

– Se va a quedar aquí hasta que averigüemos qué pasa -Liam le agarró un brazo y la condujo hacia su habitación-. Instálate. Luego salimos a cenar… ¿Has puesto tú la casa patas arriba? -le preguntó a Sean susurrando después de dejar a Ellie en el dormitorio.

– No, lo registré, pero lo puse todo en su lugar antes de marcharme. Tiene que haber entrado alguien después que yo. No debe de haberle costado mucho: no pude activar la alarma porque Ellie no la había puesto. Se habría dado cuenta.

– Un momento -interrumpió Brian-, ¿Sean se ha colado en su apartamento?

– No exactamente. Tenía una llave -dijo Sean-. El que se ha colado es el ladrón.

– ¿Cómo tenías la llave?

– Me la dio Liam.

– Me estoy perdiendo algo, ¿verdad? -Brian frunció el ceño.

– Es un caso en el que estamos trabajando – dijo Liam.

– Ellie ha robado en el banco en el que trabajaba -comentó Sean.

– No fue ella -replicó Liam.

– Quizá sí -repuso Sean.

– Creo que no quiero estar en medio de esto -Brian se puso de pie y agarró su abrigo-. Me bajo al pub a tomarme una pinta, a ver si me despeja un poco la cabeza.

– Voy contigo -dijo Sean.

– De eso nada -se opuso Liam-. Ahora mismo te pones a averiguar qué pasa con Ronald Pettibone. ¿Has localizado la matrícula que te di? Estoy seguro de que fue él quien intentó atropellarla.

– ¿Alguien ha intentado atropellar a Ellie? – preguntó Brian-. Paso de cerveza. Esto parece una buena historia.

– Tú y tus historias -Sean agarró a su hermano gemelo por un brazo-. Anda, te dejo conducir. A ver si encontramos a este Pettibone.

– Y no vuelvas esta noche -dijo Liam-. Quédate en casa de Brian.

Cuando se hubieron marchado, se dejó caer sobre el sofá, tomó un triangulito de pizza y empezó a mordisquearlo con aire distraído. ¿Cómo iba a mantener a salvo a Ellie si Sean no hacía sus deberes? Era su caso y, en vez de haciendo su trabajo, se lo encontraba en el salón comiendo pizza.

Echó la cabeza hacia atrás. Había momentos en los que maldecía el día en que había aceptado ayudarlo con aquel caso, así como el impulso de ir al apartamento de Ellie a su rescate.

– La suerte está echada -murmuró. La maldición de los Quinn lo había atrapado. Más valía que empezaran a pensar en la lista de invitados, porque la boda no podía quedar muy lejos.

Ellie se miró en el espejo del baño y se obligó a sonreír. Sentía un nudo en el estómago y se preguntaba si no sería mejor quedarse dentro del baño toda la noche. Pero el momento de más intimidad con Liam había tenido lugar justo en el cuarto de baño de su casa. Quizá fuese mejor encerrarse en el armario de la entrada.

Se alisó la camiseta que Liam le había dejado para dormir. Era tan tonta que había recogido todo lo que necesitaba… salvo un camisón. Y lo último que quería era que Liam pensase que lo había hecho adrede, con la esperanza de que no pudiese resistir la tentación de compartir la cama estando ella desnuda.

Sexo. Eso era todo. Si se presentaba la oportunidad, ¿cómo iba a negarse? Liam era demasiado atractivo. Pero su historial con los hombres había minado su confianza. ¿En qué se había equivocado?, ¿había sido demasiado agresiva o no lo bastante? ¿Se quedaban insatisfechos? Ellie se apretó la camiseta contra los pechos. Quizá fuese su cuerpo.

Solo tendría una oportunidad con Liam y no quería desperdiciarla. Era la clase de hombre que conseguiría sacar su lado más apasionado. La hacía sentirse atractiva, desinhibida y hasta un poco descarada. Miró el lavabo y el corazón le dio un vuelco al recordar la escena de su cuarto de baño.

Aquel primer encuentro había sido… abrumador. Ellie respiró profundamente, se atusó el pelo y empujó por fin la puerta. Cuando salió, vio que Liam estaba extendiendo una sábana sobre el sofá.

Esbozó una sonrisa forzada. No habían acordado cómo dormirían, pero era evidente que no compartirían cama. Trató de ocultar su decepción.

– No te molestes. Ya la extiendo yo.

– No, quédate tú la cama -contestó él.

– Anda, no seas tonto. Estaré bien en el sofá. Encima de que me rescatas…

– De acuerdo -accedió él, intranquilo con la conversación-. Pero si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.

La miró de reojo un instante, de sobra para que Ellie advirtiera la chispa de deseo que brillaba en sus ojos. Pero, por alguna razón, había decidido que esa noche no se dejaría arrastrar por el deseo. ¿Qué había cambiado?

– Que duermas bien -murmuró él tras acercarse, ponerle un dedo bajo la barbilla y darle un besito en los labios-. Hasta mañana -añadió justo antes de girarse para encerrarse en su habitación.

Ellie se sentó en el sofá y se cubrió los hombros con una manta. Con lo bien que iban las cosas. Aunque no habían pasado una sola noche juntos, tenía la sensación de que la relación avanzaba. Pero, de pronto, había frenado de golpe.

– No es más que un hombre como otro cualquiera -murmuró al tiempo que se tumbaba. Apagó la luz y se tapó hasta la barbilla-. Nada especial.