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Esa tarde Dylan estaba atendiendo detrás de la barra y Brian se había acercado a picar algo de cena. Había pedido un sandwich de lomo, mientras que Liam se había decantado por una hamburguesa con patatas fritas.

– ¿No vas a responderme? -lo presionó Brian.

– ¿Es que no puedes dejar de hacer de periodista?

– Estoy acostumbrado a sacarle la verdad a la gente y creo que tú no me la estás diciendo – contestó Brian sonriente.

– No sé -respondió Liam tras dar un sorbo a su Guinness-. Supongo que no me había parado a pensarlo hasta ahora.

– La quieres o no. Es muy sencillo.

– Nunca es sencillo. Ya me conoces. Necesito caerle bien a la gente, sobre todo a las mujeres. Sé lo que quieren y yo se lo doy. Incluso después de terminar, cuando me voy con otra, siguen queriendo mantener la amistad.

– Hablas como si estuvieras en un psicólogo -bromeó Brian y Liam apuntó hacia un libro que había encima de la barra.

– Se lo dejó en el apartamento. Siempre está leyendo libros de estos. De autoayuda. “El amor verdadero en diez pasos”. Lo he estado leyendo. Según el libro, estoy en la categoría cuatro de hombres: el seductor consumado -Liam abrió el libro por una página y leyó-: «El seductor consumado siente una necesidad casi patológica de aprobación femenina. Dirá y hará lo que sea para llevar a cabo la conquista. Luego cambiará de pareja y buscará a otra mujer para seguir alimentado su ego".

– Tú no eres así -dijo Brian con el ceño fruncido.

– ¿Verdad que suena fatal? -Liam suspiró-. Al parecer, tiene que ver con la infancia. He estado pensando mucho y lo que nos pasó de pequeños nos ha convertido en los hombres que somos ahora.

– Ahora pareces el propio psicólogo -contestó Brian-. Somos Quinn. Se supone que no tenemos que autoanalizarnos.

– Puede. Pero fíjate: Conor tuvo que responsabilizarse de mantenernos unidos y ahora se pasa la vida intentando proteger a los ciudadanos, como nos protegía a nosotros. Dylan rescata a quienes se sienten indefensos en un incendio y nosotros estábamos indefensos de pequeños.

– Y Brendan siempre quería escaparse y ahora no es capaz de quedarse quieto en un sitio más de un mes -añadió Brian-. Amy y él viven como nómadas.

– Todavía no he visto el paralelismo en tu vida y la de Sean -dijo Liam-. Pero acabo de empezar en esto.

– Supongo que tienes razón -comentó Brian-. Es normal que nuestra infancia influya en nuestra forma de ser. Papá se pasaba meses fuera de casa, mamá se marchó cuando éramos unos críos. Nos tuvieron que criar entre Conor, Dylan y Brendan. Y luego están todas esas historias de los Increíbles Quinn.

– Pero nuestros hermanos lo han superado. Conor, Dylan, Brendan, todos se han enamorado. Así que podría ser.

– Puede -concedió Brian.

Liam se quedó pensando al respecto mientras terminaba de cenar en silencio. ¿Estaba enamorado de Ellie Thorpe? Se había sentido atraído hacia ella desde que la había visto a través del objetivo. Y luego, tras conocerla, no había conseguido sacársela de la cabeza.

Una y otra vez, había tratado de racionalizar sus sentimientos. ¿En qué se diferenciaba de las demás mujeres que habían entrado y salido de su vida?, ¿cómo se las había arreglado para hacerse un hueco en su corazón? Sus hermanos quizá dijeran que era la maldición de los Quinn. Que si no quería amarla, no debería haber ido en su rescate al colarse el ladrón en su apartamento.

Pero Liam sabía que no era eso. Algo había cambiado en su interior. Ya no quería huir, evitar el compromiso a toda costa. Por primera vez en su vida, quería tener una relación que durase más de unos cuantos meses.

– Podrías intentarlo -comentó Brian.

– ¿Tú crees?

– Para mí solo hay una oportunidad. Y si la dejamos escapar, nos pasamos el resto de la vida buscando otra. Mira papá. Después de tantos años, sigue enamorado de mamá. Está encantado de que haya vuelto veinticinco años más tarde.

– No todos se alegran de verla -comentó Liam.

– ¿Qué le pasa a Sean? -preguntó Brian y su hermano se encogió de hombros.

– ¿Por qué no se lo preguntas tú? -respondió al ver que Sean estaba entrando en el pub.

Saludó a Dylan con la mano, se sentó en un taburete y se dio cuenta de que sus hermanos estaban en el otro extremo. Agarró su cerveza y echó a andar hacia ellos. Liam contuvo las ganas de marcharse.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Sean en tono de reproche.

– No me agobies -contestó Liam.

– Deberías estar vigilando a Ellie Thorpe.

– Se acabó. No necesito el dinero y no quiero saber nada de este caso. Si quieres vigilarla, vigílala tú.

– Pettibone sigue en la ciudad. Estamos cerca. No puedes dejarlo ahora.

– Puedo hacerlo y lo voy a hacer. Además, ya sabe que la estamos vigilando. Si robó el dinero, lo más probable es que ya haya volado.

– ¿Lo sabe? -preguntó Sean tras soltar un exabrupto.

– Sí. Esta mañana fui a su apartamento. Se lo conté todo.

– ¿Por qué?

– Creía que era un pervertido. Tenía que aclarar las cosas.

– La hemos perdido -dijo Sean tras exhalar un suspiro tenso.

– Puede que no -repuso Liam-. Das por sentado que está involucrada en esto. Yo no lo creo.

– Está enamorado de ella -dijo Brian con la boca llena de lomo.

– ¡Genial! -exclamó Sean-. Debería haber sabido que acabaría pasando.

– No estoy enamorado de ella -contestó Liam-. En absoluto. Pero no me interesa hacerte el trabajo sucio. Si quieres vigilarla, adelante. Si quieres perseguir a Ronald Pettibone, tú mismo. Yo solo digo que me retiro -Liam se levantó del taburete-. Voy a echar un billar. Seguro que hay alguna mujer bonita que necesita compañía.

Acto seguido se dio la vuelta y se acercó a la parte trasera del pub. Dos chicas con camisetas y vaqueros ajustados ocupaban la mesa de billar y reían y coqueteaban con los hombres que las miraban jugar. Liam puso una moneda sobre la esquina de la mesa.

– Juego con la ganadora -dijo.

Ambas se giraron hacia él y le dedicaron la mejor de sus sonrisas. Había dado por supuesto que, si seducía a otra mujer, se quitaría de la cabeza a la anterior. Pero mientras las miraba terminar la partida, no dejó de compararlas con Ellie Thorpe… y salían perdiendo.

No hacía mucho que conocía a Ellie, no lo suficiente para estar seguro de si la quería. Pero sí tenía algunos datos importantes: era sincera, agradable, testaruda y decidida. Era apasionada, ingenua, espontánea y optimista. Y tenía una belleza natural que no se ajaría con el tiempo. De hecho, Liam habría podido seguir y no terminar la lista de cualidades que admiraba de ella.

Se acercó a una pared y agarró un taco. Quizá fuera eso: no solo la necesitaba y la deseaba, no era una mera cuestión de atracción, sino que además la admiraba. Había dejado su vida en Nueva York para empezar de cero en Boston.

Aunque había tenido mala suerte con los hombres, seguía creyendo en el amor y la pasión. No estaba amargada, ni era cínica ni rencorosa. Simplemente era… Ellie.

– Así que eres uno de los famosos hermanos Quinn.

– ¿Qué?

– ¿Cuál de los hermanos eres?

– Liam -reaccionó por fin-. Liam Quinn.

– Yo soy Danielle -se presentó ella.

– ¿Y tu amiga? -preguntó Liam, girándose hacia la pelirroja.

– No es mi amiga. Y no necesitas saber su nombre. Va a perder la partida -contestó la rubia. Estiró una mano y le rozó un brazo, dando inicio a un coqueteo que Liam se sabía de memoria. Primero, un toque inocente. Luego se suponía que debía ser él quien la tocara. Después, poco a poco, los roces serían más frecuentes e íntimos. Hasta que, al cabo de unas horas, terminaría besándola. Primero un beso fugaz, después… Liam maldijo para sus adentros. De pronto, todo parecía una tontería. ¿Cuántos sábados había desperdiciado seduciendo a mujeres como esas dos?, ¿y qué había conseguido?