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Danielle se contoneó hacia la mesa, golpeó la bola blanca y metió la número nueve en una de las troneras laterales.

– ¿Y son verdad las historias?

– ¿Qué historias?

– Las de los chicos Quinn. Las mujeres comentan cosas, ya sabes.

– ¿Y qué es lo que comentan?

– Que sois los mejores -respondió echándose el cabello hacia un lado y lanzándole una sonrisa seductora.

Liam gruñó para sus adentros. Estaba demasiado cansado para entrar en el juego esa noche. O quizá demasiado aburrido. O demasiado preocupado.

– La verdad es que se nos da bien jugar – dijo mientras ponía tiza a la punta del taco-. En cuanto a los demás rumores, no son más que eso: rumores.

Cuando la pelirroja metió la negra en el agujero equivocado, Liam agarró la moneda que había puesto sobre la esquina de la mesa y la introdujo en la ranura. Las bolas cayeron una tras otra y Liam agarró el triángulo.

Una partida de billar. Y si no le parecía… interesante, se marchaba. Después de colocar las bolas, colgó el triángulo en un gancho de la pared. Y si conseguía pasar quince minutos sin pensar en Ellie, lo consideraría un triunfo.

Ellie estaba frente al Pub de Quinn, mirando los neones de las ventanas. Una brisa húmeda le llevaba el olor salado del mar. Se apretó el abrigo con más fuerza y respiró hondo.

No estaba segura de qué hacía allí, pero sí de que tenía que hablar con Liam. Había observado el desván frente a su apartamento y no había advertido movimiento alguno. Luego lo había buscado en su casa y tampoco estaba. El pub era la siguiente parada.

¿Qué hacía allí?, ¿quería que se explicase?, ¿que le presentara disculpas? ¿O solo quería asegurarse de que todo había terminado con Liam?

Durante la discusión en el desván, había estado tan rabiosa y dolida, que no había sido capaz de pensar. Solo había querido insultarlo. Pero una vez en su apartamento, después de organizar un poco el desbarajuste, comprendió que daba igual lo que Liam creyese o dejara de creer. La junta directiva del banco Intertel pensaba que ella había robado un cuarto de millón de dólares.

Antes de empezar una nueva vida, tendría que acabar con la anterior. Y para eso tendría que demostrar su inocencia… y averiguar la forma de racionalizar su apasionada pero breve relación con Liam Quinn. Ellie miró antes de cruzar la calle, subió las escaleras que daban al pub y se recordó que debía permanecer serena mientras hablaba con él.

Cuando se sintió preparada, empujó la puerta y entró. La primera persona a la que reconoció fue a su padre, Seamus Quinn. Luego vio a Dylan, el bombero, también detrás de la barra. Lo saludó con una mano y este se acercó a recibirla.

– ¡Hola, Ellie!

– ¿Qué tal? -contestó ella, devolviéndole la sonrisa, alzando la voz por encima de la música.

– Así que has decidido aventurarte a entrar en el pub de los Quinn. ¿Qué quieres?, ¿te pongo una Guinness?, ¿o prefieres algo más propio para los gustos de una dama?

– La verdad es que no me apetece nada. Estaba buscando a Liam. ¿Sabes dónde está?

– Estaba ahí con Sean y Brian -dijo tras girarse hacia el extremo de la barra-. Pero no lo veo. Voy a…

– No, ya les pregunto yo. Gracias.

Se acercó a los hermanos. Cuando la vieron, Sean miró hacia un hueco que había al fondo. Una multitud se había reunido en torno a la mesa de billar, donde localizó a Liam junto a una rubia de curvas peligrosas y vaqueros ajustados. Ellie sintió una punzada de celos y rabia al mismo tiempo. ¡No había tardado mucho tiempo en olvidarla!

Lo miró unos segundos mientras Liam se inclinaba sobre la mesa y tiraba. Tenía una complexión atlética que hacía provocador el mero hecho de estar empuñando el taco. Ellie se dio cuenta en que la rubia que lo acompañaba le estaba mirando el trasero. Que estuviera o no con ella no cambiaba lo que había ido a decir.

Se acercó a la mesa y esperó a que Liam la viese. Después de tirar otra vez, levantó la mirada y sus ojos la encontraron. Ellie sintió que se quedaba sin respiración y tuvo que obligarse a tomar aire. Al principio pareció sorprendido, luego le sonrió. Sin dejar de mirarla, dejó el taco sobre la mesa de billar y la rodeó hasta estar frente a Ellie.

– Estás aquí -murmuró, registrando cada facción de su cara como si hiciese años que no la veía-. Pensé que quizá te hubieras ido de la ciudad.

– ¿Puedo hablar contigo?

– Sí.

– ¿En privado?

– Liam, ¿no vas a terminar la partida?

– No puedo -se disculpó él, mirando la cara de puchero de la rubia-. Búscate otro Quinn. Aquí hay muchos.

– Creo que también tengo que hablar con Sean -comentó Ellie.

Liam llamó a su hermano y lo instó a que se acercara. Se reunieron en una mesa situada en un rincón sombrío y se sentaron, Sean y Liam a un lado y Ellie enfrente.

– No sé si seguís buscando a Ronald Pettibone -arrancó sin rodeos-. O sea, sé que sabéis dónde está, pero creo que yo sé lo que quiere – añadió al tiempo que sacaba del bolso una cajita de música.

– ¿Qué es eso? -preguntó Liam al tiempo que estiraba una mano para agarrar la cajita.

– Me la dio Ronald unas semanas antes de cortar conmigo. Y luego, justo antes de que me fuera de Nueva York, me pidió que se la devolviera. Dijo que la había heredado. Pero no es tan antigua. Estaba tan enfadada con él, que no se la di. Luego me vine a Boston. Y, de repente, Ronald se presentó aquí. Creo que puede ser él quien ha estado entrando en mi apartamento.

– Y yo -dijo Liam. Sean también asintió con la cabeza.

– Y creo que busca esto. La tenía guardada en el trastero del casero. A Ronald no se le ocurrió mirar ahí -Ellie le agarró la cajita de música a Liam y le dio la vuelta-. Tiene doble fondo – añadió al tiempo que echaba adelante un botón.

– Hay una llave -dijo Liam.

– Es de una caja fuerte de un banco de Boston -explicó Ellie-. Vinimos un puente y coincide con el día que me dio la cajita de música. No pasamos todo el tiempo juntos, así que quizá estuvo en el banco. Es el banco Rawson. Tienen una sucursal a unas manzanas del hotel donde nos alojamos. Creo que, sea lo que sea lo que haya en esa caja fuerte, tiene que ver con el dinero robado.

– Si pudiéramos ver el contenido…

– Imposible -atajó ella-. A no ser que pusiera la caja fuerte a mi nombre, no podremos abrirla.

– Lo comprobaremos -Liam le entregó la llave a Sean.

– No -dijo Ellie.

– ¿No? -preguntó Sean.

– Tengo un plan. Voy a llamarlo y le voy a decir que sé lo de la malversación y que quiero parte del dinero a cambio de la llave.

– Ellie, no quiero que…

– Voy a hacerlo -Ellie levantó una mano interrumpiendo la objeción de Liam-. Lo haré con vosotros o por mi cuenta. Pero, si no aclaro esto, siempre pensarán que tuve algo que ver en el asunto.

Liam se levantó, agarró una mano de Ellie y tiró con delicadeza para que se pusiera de pie.

– Discúlpanos, necesito hablar con Ellie a solas.

Mientras la conducía hacia a la cocina, Ellie trató de soltarse.

– Lo voy a hacer -insistió.

Una vez en la cocina, Liam la acorraló contra la encimera y le puso las manos en la cintura, bloqueándole cualquier intento de escapada.

– Ellie, este tipo ya ha demostrado que está dispuesto a matar por dinero. No quiero que estés en peligro. Sean y yo encontraremos el dinero y avisaremos a las autoridades.

– No -dijo Ellie.

– Si no lo hacemos bien, Ronald acabará echándote la culpa y podrías acabar en la cárcel cumpliendo la condena que le corresponde a él. ¿Es eso lo que quieres?

– Yo no he robado el dinero -afirmó Ellie.