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– Cuando oscureció, la mujer empezó a asustarse -dijo Liam, instando a su hermano a que siguiera, sin soltar el cromo de los Boston Celtics.

– No podía dejar al bebé solo, porque los lobos se lo comerían -continuó Brian tras resignarse a perder el cromo-. Pero ella ya tenía siete niños a los que alimentar en casa. Se marchó, pero no podía olvidar la sonrisa tan dulce de Riagan y al final volvió por él y lo sacó del bosque. Las hadas lo vigilaban desde las sombras, contentas de que Riagan hubiese encontrado un hogar.

Justo entonces se abrió la puerta y Conor entró en casa. Se quitó el abrigo y miró con cara de sospecha a sus hermanos.

– ¿Qué hacéis? Se supone que deberíais estar con los deberes.

– Me está contando una historia. De los Increíbles Quinn. Cuéntala tú. Brian no lo hace bien. Es la de Riagan y las piedras rosas -dijo Liam. Conor gruñó, pero no se negó. Casi nunca le negaba nada a su hermano Liam-. La vagabunda lo ha encontrado en el bosque y se lo ha llevado a casa. Vamos por ahí.

Conor se sentó entre Brian y Liam, extendió los brazos sobre el sofá. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y empezó a narrar una de esas aventuras con las que pasaban las tardes juntos. Había muchísimas historias sobre los Increíbles Quinn para elegir, todas protagonizadas por algún antepasado lejano, todas emocionantes y heroicas.

– Riagan se integró en la nueva familia -dijo Conor-. Y en seguida les cambió la suerte. Todos los habitantes del pueblo iban a ver al bebé y se quedaban tan maravillados con él, que siempre dejaban algún alimento o ropa de regalo. Riagan creció y se convirtió en un joven cada vez más guapo. Y gracias a las gotas de rocío mágicas, tenía un pico de oro con el que conseguía convencer a cualquier persona de lo que se propusiese.

Liam se pegó al cuerpo de su hermano, más tranquilo tras el susto de la trabajadora social. Todo iría bien. Conor lo arreglaría.

– Entonces, un día el rey se murió y la Reina Comyna asumió el poder sobre los habitantes de Irlanda. Era codiciosa y quería poseer todas las cosas bellas y de valor, convencida de que debían reservarse a las personas de cuna noble. A diferencia del rey, que había sido generoso con los pobres, la reina no lo era. Fue por todo el reinado, despojando a sus súbditos de todos sus objetos de valor. Fue una época dura y mucha gente pasó hambre.

– Pero Riagan era muy listo -continuó Liam.

– Lo era. Un día, mientras estaba pescando en un río, vio que en el fondo había unas piedras rosas muy bonitas y suavizadas por la corriente. Las recogió y, al volver al pueblo, buscó a una mujer con fama de cotilla. Riagan le enseñó una de las piedras y le dijo que se la había dado un hada y que valía más que el oro.

De repente, Dylan y Brendan irrumpieron en casa, bromeando y riendo.

– ¿Qué hacéis? -preguntó Dylan a ver sus cuatro hermanos en el sofá.

– Me está contando una historia -dijo Liam-. Sigue tú, Brendan.

De todos los Quinn, Brendan tenía un don especial con las palabras y, si Liam cerraba los ojos y solo escuchaba a su hermano, podía representarse la historia en su cabeza como si estuviera viendo una película.

Conor le dio el pie para que continuase:

– Por supuesto, el rumor sobre la piedra rosa se difundió en seguida por el reino y, unos días después, los soldados de la Reina Comyna aparecieron en casa de Riagan para exigirle las piedras rosas que había encontrado. Pero Riagan les dijo que el hada solo le había dado una.

Brendan se sentó en el suelo y estiró las piernas antes de seguir con la historia:

– Al día siguiente, Riagan sacó otra piedra de su escondite, se la llevó al pueblo y le dijo a la cotilla que el hada había vuelto a visitarlo. Esa vez, un mercader le pagó una suma considerable de dinero por la piedra; pero, como era de esperar, los soldados de la reina no tardaron en pedírsela. El tiempo pasaba y, una y otra vez, Riagan llevaba piedras mágicas al pueblo. Y siempre había un comerciante dispuesto a comprárselas, convencidos de que si le interesaban a la reina, tenían que ser muy valiosas.

– Me encanta esta historia -murmuró Liam.

– Por fin, un día los soldados de la reina volvieron a la casa de Riagan y se lo llevaron al palacio -continuó Bren-. La Reina Comyna le ordenó que le entregara todas las piedras que poseía, pero Riagan le dijo que el hada solo le daba una piedra por visita, porque eran unas piedras con poderes mágicos. Si alguien llegaba a poseerlas todas, se le concedería cualquier cosa que deseara: salud, belleza, juventud, felicidad.

Liam se preguntó dónde podría encontrar un río en Boston. Lo único que sus hermanos y él necesitaban eran unas pocas piedras rosas. Podrían usarlas para proteger a la familia. Y para conseguir comida y pagar las facturas de la calefacción.

– El caso era que nadie del pueblo sabía cómo consiguió Riagan engañar a la reina con aquella historia, aunque se creó la leyenda de que había sido gracias a que tenía un pico de oro por las gotas de rocío mágicas de las varitas de las hadas. No solo eso: la mayoría pensaba que Riagan era un joven muy listo, ya que además de convencer a la reina de que las piedras tenían más valor que el oro o los diamantes, la convenció de que, si cambiaba todos sus bienes por las piedras que quedaban, multiplicaría su riqueza por cien.

– Y la princesa era tan codiciosa, que le ofreció todo lo que tenía -dijo Liam.

– Riagan fue a casa en busca de las piedras que quedaban y, de camino, tuvo que pasar por el bosque donde lo habían abandonado de bebé. Allí se le apareció un hada envuelta en un halo de luz.

– Riagan, has vuelto -interrumpió Dylan con voz chillona-. Has demostrado ser un joven amable e inteligente, pero ha llegado el momento de que te conviertas en un hombre y te conviertas en rey. Dale las piedras a Comyna y ella te entregará todo lo que posee. Acéptalo. Te pertenece por derecho, pero debes gobernar como el Rey Ailfrid, con generosidad y compasión.

Aquella era la parte en la que su padre se embarcaba en una perorata sobre lo traidoras que eran las mujeres, que eran avariciosas y no se podía confiar en ellas, y sobre cómo se había arruinado la vida Ailfrid por enamorarse de Comyna y no ver su lado perverso. Pero Conor y Brendan solían saltarse esos incisos.

– Así que Riagan ocupó el trono y, durante su reinado, el reino floreció -continuó Brendan-. Mientras tanto, en una casita situada en el bosque, la codiciosa Comyna pasaba los días contando las piedras rosas, consciente de que el joven con el pico de oro la había engañado. ¿Te ha gustado? -añadió tras finalizar, haciéndole una caricia a Liam en el pelo.

– Mucho -murmuró Liam sonriente-. Ahora me siento mejor.

– ¿Qué te pasaba antes? -Conor frunció el ceño.

Liam notó que Sean estaba conteniendo la respiración y Brian le dio un codazo en el costado, rogándole en silencio que mantuviera la boca cerrada. Pero Conor era el único que podía protegerlos. Era el increíble Quinn y encontraría la forma de impedir que los dragones atacaran su casa.

– No hemos ido al colegio esta mañana – contestó Liam-. Y ha venido a visitarnos una trabajadora social.

Capítulo 1

Liam Quinn sintió un cosquilleo en la nariz al entrar en el desván, húmedo, polvoriento. Olía a madera vieja y las tablas del suelo crujían bajo sus pies. Un sofá ruinoso ocupaba una esquina y en la pared opuesta vio una pequeña chimenea, probablemente usada por algún criado antiguo de la casa. Las primeras tres plantas del edificio estaban en pleno proceso de reforma, convertidas en apartamentos, como había sucedido en tantos otros edificios de aquel viejo barrio de Boston. Pero el desván del ático conservaba huellas de un pasado diferente, de cuando las familias de inmigrantes irlandeses habían sustituido a los primeros habitantes del barrio.