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– ¿Recuerdas la palabra?

– Hambre -contestó Ellie.

Esperó hasta que Liam se hubo ocultado en el dormitorio. Después abrió la puerta y salió al rellano a esperar a Ronald. Cuando lo vio subiendo por las escaleras, esbozó una sonrisa forzada.

– Hola, Ronald -lo saludó.

– Hola, guapa -contestó él.

– Pasa, siéntate.

– Una casa acogedora -comentó Ronald mientras entraba.

– Gracias -Ellie apretó los dientes. ¡Como si no la hubiese visto antes!-. ¿Quieres beber algo? Tengo un vino muy bueno.

– Estupendo.

Fue a refugiarse a la cocina. Necesitaba unos segundos para respirar y serenarse. Hasta el momento todo iba bien.

– ¿Tienes… -Ellie se paró antes de decir la palabra clave- ganas de comer algo?, ¿queso?

– No -contestó Ronald-. Con el vino vale. Cuando volvió al salón, lo encontró de pie frente a las estanterías, examinando los objetos decorativos.

– Gracias -dijo él tras tomar la copa de vino-. Estaba mirando, no veo la cajita de música que te di.

– Curioso que la menciones -contestó ella.

– ¿Por?

– Siéntate, Ronald. Tenemos que hablar – Ellie se sentó, dio un sorbo de vino para ganar unos segundos mientras reunía fuerzas-. Hace una semana hablé con Daña, del banco. ¿Te acuerdas de ella? Bueno, da igual. El caso es que me dijo que ya no trabajabas allí. Y que alguien había robado un cuarto de millón de dólares, ¿puedes creértelo?

Ronald negó con la cabeza y su rostro compuso una expresión de inquietud.

– ¡No me digas!, ¡qué horror!

– Pues sí. Y lo peor de todo es que tienen dos sospechosos.

– ¿Y qué tiene eso de malo?

– Que uno soy yo. Y el otro tú. Ahora bien, yo sé que yo no he robado el dinero, así que solo se me ocurre una respuesta: que fuiste tú.

– Ellie, no puedo creer que pienses…

– Ahórrate el teatro, Ronald. He encontrado la llave de la cajita de música. Sé lo que intentas. Entraste en mi apartamento hace unas semanas para recuperar la caja. Me has intentado atrepellar y has querido abrirme la cabeza con un ladrillo para mandarme al hospital y tener más tiempo para registrar mis cosas. Y en vista de que no lo conseguiste, volviste a entrar en mi apartamento y lo pusiste todo patas arriba.

– De verdad, Ellie, no sé de qué me hablas.

– Tengo la llave -dijo ella-. Tiene que interesarte mucho… si has llegado a estos extremos por conseguirla. De modo que, si la quieres, tú y yo vamos a tener que hacer un trato.

Ronald la examinó durante unos segundos, tanteando la situación y la decisión de Ellie.

– Supongamos que robé ese dinero. ¿Qué quieres sacar de esto?

– Pediría la mitad, dado que ya te has encargado de que parezca que he sido yo quien lo ha robado. Pero no soy tan codiciosa. Me conformaría con cincuenta mil dólares. Suficiente para tener algo de dinero que me permita empezar de cero en San Francisco, o quizá Chicago.

– ¿Tienes la llave aquí?

– No, la tengo en un sitio seguro. Si aceptas el trato, iré por ella, nos reuniremos en el banco y me entregarás mi parte.

Ronald abrió la boca, como si fuese a negarse. Luego soltó una risotada.

– Creo que te he subestimado, Ellie.

– Le pasa a la mayoría de los hombres. No se dan cuenta de lo que tenían hasta que lo han perdido -Ellie dejó la copa de vino y se puso de pie-. Entonces, ¿trato hecho?

– Supongo que sí -Ronald se levantó y dio un paso adelante-. ¿Sellamos el trato con un beso? Por los viejos tiempos.

No se le ocurría nada más desagradable que besar a Ronald Pettibone, aparte, quizá, de ir al dentista sin anestesia. Pero tenía que interpretar un papel y no quería que Ronald sospechase nada.

– De acuerdo -Ellie le lanzó una sonrisa coqueta-. Por sellar el trato.

Capítulo 8

Liam maldijo para sus adentros. Jamás debería haber dejado que Ellie hiciera eso, ponerla en peligro. Le entraron ganas de abrir la puerta y ver qué clase de beso se estaban dando exactamente. Pero sabía que no debía. Además, Sean estaba vigilando desde el desván. Si pensara que Ellie estaba en apuros, lo habría llamado al móvil, tal como habían quedado.

Liam esperó impaciente a que empezaran a hablar de nuevo, preguntándose cuánto tiempo iba a durar el beso. Por fin, le llegó el sonido de sus voces a través de la puerta.

– Está claro que te subestimé -dijo Ronald-. Has cambiado, Eleanor.

– Es posible -contestó ella, provocativa.

– ¿Sabes? Tú y yo podíamos tener un futuro muy agradable.

– No sé, Ronald. Un cuarto de millón de dólares no da para tanto en los tiempos que corren.

– Si es por eso, tengo mucho más -Ronald rió-. ¿No te has preguntado cómo lo he hecho tan fácilmente?

– La verdad es que sí.

Sobrevino una pausa prolongada. De pronto, Liam también sentía curiosidad.

– Ya lo he hecho antes. Tres veces en tres bancos distintos. Empecé con una cantidad pequeña en un banco de Omaha, Nebraska. Luego cambié de identidad. Ese es el secreto. Haces el trabajo y desapareces. Es increíble lo que se puede conseguir si se tiene el dinero suficiente -contestó con satisfacción-. Después de Omaha, estuve en otros dos bancos en Seattle y Dallas. Con las inversiones que he hecho a lo largo de los años, tengo dos o tres millones netos.

– ¡Ronald! -Ellie paró-. Si es que te llamas Ronald. Es una historia alucinante.

– ¿Y sabes lo que sería más alucinante? Que te vinieras conmigo. Podríamos formar un equipo.

– ¿Y para qué me necesitas cuando puedes utilizar a cualquier empleada para echarle la culpa?

– Bueno, eso seguiríamos haciéndolo. Tendría que enrollarme con alguna para que no sospecharan de nosotros. Pero entre dos podríamos conseguir sumas más grandes.

– Solo dime una cosa -murmuró Ellie. Liam supo que lo estaba tocando. Quizá había apoyado una mano sobre el torso de Ronald. O le estaba rodeando la nuca con un brazo. Pero el tono de voz era elocuente: ese tono profundo y seductor que empleaba cuando coqueteaba con él.

– ¿Qué quieres saber?

– Cómo te llamas de verdad.

Soltó una risotada y Liam se imaginó que era Ronald quien la tocaba de pronto, la sujetaba por la cintura o le daba un beso en el cuello. Contuvo el impulso de irrumpir en el salón e interponerse entre los dos. ¡Las cosas estaban yendo demasiado lejos!

– Cuando me digas que estás de acuerdo, te diré mi nombre.

– Tengo que pensármelo -contestó Ellie-. ¿Puedo responderte dentro de unos días?

– O esta noche si quieres. Después de que recuperemos el tiempo perdido.

Esa vez, tuvo la certeza de que se estaban besando. Oyó a Ronald gruñir, un suspiro de Ellie. Estaba que explotaba. Se preguntó hasta dónde llegaría Ellie. Ya había quedado con Ronald para el día siguiente. ¿Lo estaba haciendo solo para atormentarlo, sabedora de que estaba escuchándolo todo detrás de la puerta?

– Creo que será mejor que vayamos con calma -respondió Ellie-. Es un paso importante.

– No tenemos mucho tiempo -dijo Ronald con cierta tensión.

– El dinero no va a moverse de donde está, Ronald. Además, las cosas que merecen la pena se hacen esperar. Piensa en lo que puedes conseguir: el dinero… y a mí -Ellie abrió la puerta del apartamento-. Yo te llamaré, Ronald.

– Buenas noches, Eleanor.

La puerta chirrió mientras cerraba. Liam la oyó echar el cerrojo. Esperó unos segundos y por fin salió del dormitorio, casi corriendo, mientras ella iba hacia el cuarto de baño. La siguió dentro sin esperar a que la invitase.

– ¡Puaj! -dijo Ellie mientras agarraba el cepillo de dientes-. Creía que iba a vomitar -añadió mientras se limpiaba los dientes y la lengua.

– ¿Se puede saber qué estabais haciendo?