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– ¿Has oído lo que ha dicho? -preguntó con el cepillo colgándole en la boca.

– Claro que lo he oído. He oído cada palabra y cada silencio.

– Ya lo había hecho tres veces más -continuó Ellie-. Y no se llama Ronald Pettibone. No ha querido decirme su verdadero nombre, pero quizá podamos conseguir averiguarlo. Ha tocado la copa de vino. Podemos enviarla para que analicen las huellas dactilares.

– Claro, ahora mismo la enviamos a una tienda de análisis de huellas en una hora, a ver qué nos dicen.

– No hace falta que seas tan sarcástico -Ellie llenó un vaso de agua y se enjuagó la boca-. He conseguido unos días de margen. ¿Crees que Sean lo habrá grabado todo? No se ha acercado a las flores, pero era el lugar perfecto para esconder el micro… Lo he hecho bien, ¿verdad? Ahora Sean podrá presentar las pruebas al banco y ellos harán que lo detengan -añadió tras limpiarse la boca con la toalla, girándose hacia Liam.

– Te has arriesgado mucho -contestó irritado.

– ¿Qué dices? Le he sacado que no era su primer delito de malversación. He conseguido que reconozca que robó el dinero de Intertel y de otros tres bancos. ¡Y ahora quiere que me vaya con él para que sigamos saqueando más bancos!

El móvil sonó. Era Sean.

– Déjame hablar con Ellie -dijo.

Liam le pasó el teléfono y la miró mientras Ellie oía a Sean. Primero sonrió, luego rió hasta dos veces antes de darle las gracias y despedirse.

– Dice que lo he hecho muy bien. Y que lo ha grabado todo. Y que dejes de quejarte y me des las gracias.

Liam salió del baño, encontró el pequeño micrófono oculto en el florero, lo agarró y se giró hacia la ventana que daba al desván:

– Desconecta el condenado micrófono ahora mismo -dijo. Luego tiró de las cortinas y cerró para que Sean no pudiera verlos.

– ¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó Ellie con las manos en las caderas-. ¿Tienes algún problema?

– Sí, tú. Tú eres el problema -respondió al tiempo que recogía su abrigo del sofá.

– ¿Yo? ¡Encima! Que yo sepa, soy yo la que debería estar enfadada. Yo no he hecho nada. Yo no he robado al banco. Yo no he mentido acerca de mis motivos para empezar esta relación. Yo no he espiado a alguien a quien no tenía por qué espiar. Aquí la inocente soy yo.

– Sí, inocentísima. ¿Y quieres que me lo crea después de cómo te has portado con Ronald Pettibone?

– Eso ha sido estrictamente profesional – contestó ella.

– La profesión más vieja del mundo, sí.

A Ellie se le desorbitaron los ojos al oír aquel insulto velado. Se acercó hasta estar a escasos centímetros de Liam.

– Debería darte una bofetada.

– Adelante -la desafió él.

Los ojos le brillaron de furia, pero Ellie no entró en la provocación. Apretó los puños y se giró. Pero, un segundo después, Liam la había agarrado por la cintura, le había dado la vuelta y la estaba besando con voracidad.

Al principio se resistió, pero al sentir su lengua dentro de la boca, fue aflojándose entre sus brazos, sometiéndose al calor de las caricias. Liam le puso las manos por detrás y la atrajo contra el cuerpo para que sintiese su erección contra el ombligo.

No pudo evitar gemir, rodearle la nuca con ambas manos, rendirse al beso. Liam sabía que, si la levantaba en brazos y se la llevaba a la habitación, no encontraría oposición. Pero quería que Ellie lo necesitase tanto como ella a él, que lo deseara hasta tal punto que no fuese capaz de sobrevivir sin él. Así que puso fin al beso, se apartó, dejándola con las rodillas temblando, se dio la vuelta y abrió la puerta.

– ¿Qué… qué haces? -preguntó confundida Ellie.

– Demostrarte lo que te perderías si decidieras irte con Ronald Pettibone -contestó Liam Luego salió al rellano y cerró. Estaba en la segunda planta cuando oyó un cristal roto contra el suelo. Y luego otro-. Parece que me ha entendido -murmuró sonriente.

– ¿Estás lista?

Ellie miró a Sean Quinn, sentado al volante del coche, con la vista clavada en la fachada del banco Rawson.

– Creo que sí -contestó-. Un poco nerviosa.

– No tienes por qué. Liam dice que Pettibone ya está dentro esperándote. También hay agentes del FBI.

– ¿Ha venido el FBI?

– Ronald ha infringido unas cuantas leyes federales -explicó Sean.

– ¿Cómo sabré quiénes son?

– No te hace falta. Ellos te conocen. Si surge algún problema, no tienes más que dar un grito.

– ¿Problemas?

– No te preocupes. Es un lugar público. No pasará nada.

– Está bien -Ellie asintió con la cabeza-. Repasemos: entro, le doy a Ronald la llave y espero a que abra la caja fuerte. Cuando salga, lo detienen. Y me marcho.

– Exacto. Ya te han tomado declaración, aunque quizá te pidan más detalles los federales. Y luego está el juicio de Ronald. O los juicios, según cuántos decidan denunciarlo.

– ¿Tendré que testificar? -preguntó Ellie.

– Probablemente.

– ¿Y si no va a la cárcel? ¿Crees que irá por mí?

– Irá a la cárcel -aseguró Sean-. Serás abuela para cuando termine de cumplir condena.

– Dado mi historial con los hombres, eso es tanto como una cadena perpetua para Ronald – Ellie sonrió.

Sean le devolvió la sonrisa, la primera sonrisa sincera que le había visto. Por lo general estaba muy tenso, muy preocupado siempre. Pero cuando sonreía, su rostro se transformaba y se convertía en el segundo hombre más guapo del planeta. Ellie le estaba agradecida por todo su apoyo durante los últimos días, con los interrogatorios, las declaraciones y explicaciones. Aunque Liam se había mostrado distante, Sean siempre había estado cerca para tranquilizarla.

– Sé que parece enfadado, pero no lo está – dijo de pronto.

– ¿Liam?

– Nada de esto es culpa suya -contestó Sean-. Lo convencí para que me ayudara en este caso. Nunca creyó que hubieras robado el dinero.

– ¿Te ha pedido que me lo digas?

– Liam es encantador, pero no tanto -respondió él, negando con la cabeza-. Nunca digo cosas que no pienso.

– Eso me lo creo, ya ves tú.

– Bueno -Sean respiró profundo-, ¿lista para entrar?

– Sí.

– Entonces venga. Estaré unos metros detrás de ti.

Ellie abrió la puerta del coche, salió y echó a andar hacia el banco. Mientras caminaba, se repitió las palabras de Sean. Deseaba creer en Liam, confiar en tener un futuro a su lado. Pero ya había salido escaldada muchas veces con hombres mucho menos encantadores. ¿Qué pasaría si lo perdonaba?, ¿cuánto tardaría en volver a traicionarla? Y en tal caso, ¿conseguiría superarlo alguna vez?

Sí, por supuesto que era maravilloso, dulce, guapo y seductor. Pero esas cualidades atraían a todas las mujeres. ¿Cuánto tiempo tardaría en encontrar a otra más interesante que Eleanor Thorpe, contable y detective privada amateur?

Ellie sabía que no era una supermodelo ni tenía mucha experiencia en la cama. No era más que una chica corriente que quería que un chico corriente la amara. El problema era que se había topado con un hombre increíble y no estaba segura de qué hacer con él.

Soltó una palabrota. ¡No era el momento de considerar su vida amorosa! Tenía un trabajo que hacer, una obligación antes de poder marcharse de Boston y empezar una nueva vida en cualquier otra parte. Ellie cruzó la calle y redujo el paso a medida que se acercaba a la entrada del banco.

– Estoy en la puerta -dijo.

Uno de los guardias de seguridad, de pie en el interior, se la abrió y ella le sonrió mientras pasaba. ¿Sería uno de los agentes del FBI o un empleado que se limitaba a hacer su trabajo? Una vez en el vestíbulo, se giró en busca de Liam. Lo encontró sentado en un banco, leyendo un tríptico publicitario. Sus miradas se cruzaron un segundo y el corazón le dio un vuelco. Luego siguió escudriñando el vestíbulo.

Ronald la esperaba en un extremo. Llevaba una maleta en una mano y zapateaba contra el suelo con impaciencia.