– Llegas tarde. Pensé que quizá no vinieras.
– No tengo coche. He tenido que llamar a un taxi y se ha retrasado.
– ¿Tienes la llave?
Ellie metió la mano en el bolso y se la entregó. Ronald sonrió y ella suspiró aliviada. Había cumplido su parte.
– Bueno, ¿qué?, ¿has pensado en mi oferta, Eleanor?
– Sí -contestó ella-. Y es muy tentadora. Pero creo que esperaré a tomar mi decisión hasta que hayamos terminado esta transacción. Tengo que estar segura de si puedo confiar en ti.
– ¿Por qué no me acompañas y te enseño el botín? -Ronald le agarró una mano y la condujo hacia una escalera ancha-. Las cajas fuertes están en la segunda planta.
No pudo negarse. De haberlo hecho, lo habría hecho sospechar. ¿Y qué podía hacerle en un sitio público? Había mucha gente vigilándolos y bastaría con que diese un grito para que corrieran en su auxilio.
– De acuerdo. Nos repartimos el dinero arriba.
Ronald se lo pensó unos segundos. Era evidente que había planeado algo para no entregarle su parte. Y tenía que decidir si mantenerla a su lado o tomar el dinero y echar a correr.
– Pensándolo bien, algunos bancos no permiten entrar a las cajas fuertes más que a la persona que las tiene a su nombre. Quizá sea mejor que esperes fuera.
– No pienso salir del banco sin mi parte -lo advirtió-. Te espero.
Ronald asintió con la cabeza antes de subir las escaleras. Ellie lo miró hasta que desapareció tras una puerta, incapaz de entender cómo podía haber estado tan enamorada de él.
– Ha subido -dijo. Luego se quedó un buen rato al pie de las escaleras, esperando, sin saber qué hacer. Tenía miedo de moverse, de que estuviera mirándola desde arriba.
Por fin se giró, vio a Liam acercarse a ella con expresión preocupada.
– Venga -dijo después de darle la mano-. Acaban de detenerlo. Vámonos.
– No -contestó Ellie-. Quiero quedarme. Quiero que sepa quién ha hecho esto.
Segundos después, Ronald reapareció en las escaleras, flanqueado por dos hombres con uniformes oscuros. Llevaba las manos esposadas a la espalda y uno de los agentes llevaba el maletín. La miró con odio y se paró junto a ella al llegar abajo.
– Sabía que no debía confiar en ti.
– Parece que sí me subestimaste, Ronald.
Los agentes lo agarraron por los brazos y lo arrastraron fuera. Ellie miró cómo se lo llevaban, pictórica de satisfacción. Había hecho lo que tenía que hacer y por fin era libre para seguir con su vida en otra parte.
– Bueno, ya está -dijo Liam.
– Sí… -Ellie lo miró. No quería despedirse, pero tenía que tomar una decisión-. Muchas gracias… por todo lo que has hecho. Y dale las gracias a Sean también.
– Puedes dárselas tú. Había pensado que podíamos acercarnos al pub a celebrarlo.
Ellie sabía que, si lo acompañaba, no tendría fuerzas para separarse luego. Y tenía que aceptar la realidad: Liam la había engañado. No era distinto a los demás hombres que habían pasado por su vida. Pero sí más peligroso, pues tenía su corazón en sus manos.
En las últimas semanas había fantaseado mucho con compartir su vida con Liam, pero su instinto le decía que debía alejarse. Sus anteriores parejas le habían hecho daño, pero Liam Quinn podría destrozarla.
– Prefiero irme a casa -contestó finalmente, justo antes de echar a andar hacia la puerta.
– Ellie, tienes que darme una oportunidad.
– ¿Por qué?
Le agarró una mano y entrelazó los dedos con los de ella.
– No lo sé -Liam hizo una pausa-. Sí, sí lo sé. Te necesito, Ellie. Eres lo primero en lo que pienso cuando me despierto por la mañana y lo último en lo que pienso antes de dormirme. Y, entre medias, no dejo de pensar en ti. No sé por qué, pero tiene que tener algún sentido.
– Ahora lo tiene -contestó ella-. Pero créeme: desaparecerá. Eres un hombre. Antes o después, querrás cambiar de mujer.
– No me compares con Ronald y los demás tipos que te han herido.
– ¿Por qué voy a creer que eres distinto? – preguntó Ellie, deseando oír una respuesta convincente.
– ¿Quizá porque es posible que esté enamorado? -preguntó Liam.
Ellie tragó saliva, lo miró a los ojos. Ya había oído esas palabras con anterioridad y la experiencia le decía que anunciaban el final de una relación, más que el principio. Una vez que el hombre las pronunciaba, no se esforzaba por complacerla, el aburrimiento se instalaba y un día todo acababa.
Nunca se había dado cuenta de lo escéptica que se había vuelto. ¿Seguiría siendo capaz de amar a un hombre y atreverse a confiar en él?
Llevaba casi toda su vida de adulta buscando a esa persona especial que la hiciera sentir que no estaba sola en el mundo.
– Es un sentimiento muy bonito, pero no cambia nada con decirlo.
– Maldita sea, Ellie, no puedes marcharte así.
– Sí puedo -contestó, controlando la emoción que le oprimía el pecho-. Adiós, Liam. Cuídate.
Ellie reanudó la marcha hacia la puerta, rezando para que esa vez él le dejara alcanzarla. Al mismo tiempo, estaba deseando darse la vuelta y lanzarse a sus brazos. Pero había tomado una decisión y viviría en consecuencia. Recuperaría el control de su vida y pensaría qué quería aparte de una relación romántica.
Con todo, al salir a la calle, no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas. Quizá estuviera despidiéndose del mejor hombre que jamás había conocido. Quizá estuviera cometiendo el mayor error de su vida. Pero nunca podría saberlo salvo que, de veras, se marchara.
Respiró profundamente y siguió andando. Fue lo más difícil que había hecho en su vida.
Liam estaba en el bar, sentado frente a una pinta de Guinness. Era la hora de comer y en el pub solo había algunos de los clientes habituales. Seamus estaba tras la barra, charlando con uno de ellos, mientras Liam echaba un vistazo al último número del Globe.
Le había hecho una buena foto al gobernador en la inauguración de una fábrica de Woburn, pero parecía que no se la habían publicado. Al menos se la habían pagado. Y tenía en el bolsillo el dinero por el caso de malversación.
Había pensado en comprarse un objetivo nuevo, o quizá otra cámara. O gastarse el dinero en unas buenas ampliaciones e intentar exponerlas en alguna galería. Pero había otra posibilidad: darle el dinero a Sean y pedirle que encontrase a Ellie Thorpe.
Se había ido de Boston el mismo día que habían detenido a Ronald Pettibone. Liam se había acercado a su apartamento por la noche para intentar convencerla de que se quedara y el casero le había dicho que se había marchado. Había encargado que llevaran sus cosas a un almacén hasta que se instalara en algún sitio. Pero no había podido indicarle dónde.
Desde entonces, no sabía cómo localizarla. No conocía a ningún familiar, ningún amigo. Había hablado de San Francisco o Chicago, pero eran ciudades grandes y sería muy fácil perderse.
No le quedaba más remedio que aceptar que todo había acabado. No volvería a verla. A no ser que se le ocurriera una forma de encontrarla. No había tardado en comprender el error que había cometido y reconocer lo que sentía por ella. Estaba enamorado de Ellie Thorpe.
– Hola, hermano.
Liam se giró hacia la entrada al oír la voz de Keely. Cerró el periódico y lo puso en un taburete vacío.
– Hola, hermanita. ¿Cómo te va?
– Te estaba buscando.
– Pues me has encontrado.
Se sentó en un taburete junto a él. Seamus se acercó y Keely le pidió un refresco de limón. Seamus le guiñó un ojo mientras le servía. Aunque solo hacía un año que había descubierto a su hija, había aprendido a disfrutar del cariño que Keely le profesaba.
– Tomarás algo de comer también.
– Un filete con patatas fritas -contestó ella.
– Marchando -dijo Seamus tras anotarlo en su libreta.