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– Bueno, ¿de qué querías hablar? -le preguntó Liam.

– De unas fotos.

– ¿Cuándo y dónde?

– No, de unas fotos que ya has hecho. ¿Te acuerdas de las que le hiciste a Rafe sobre lugares típicos de Boston para la sala de conferencias?

– Sí.

– Pues hay una mujer que está escribiendo un libro sobre Boston y le gustaría ilustrarlo. Parece que está muy interesada en tus fotos. Quizá quiera comprar alguna -Keely le entregó una tarjeta de trabajo-. Su número. Espera tu llamada.

– Gracias. Qué sorpresa.

– Siempre he creído que tus fotos eran muy especiales. Me alegra no ser la única.

Liam le pasó un brazo por los hombros y le dio un abrazo.

– ¿Sabe Rafe lo afortunado que es?

– No dejo de recordárselo -bromeó Keely. Luego se le borró la sonrisa-. Sean le contó a Conor lo de tu amiga Eleanor. Y Conor se lo ha dicho a Olivia y Olivia a mí. Siento que no sigáis juntos. Parecía una chica estupenda.

– Supongo que la maldición de los Quinn no ha funcionado. Seguí las reglas: fui a su rescate. Se suponía que Ellie tenía que haberse enamorado de mí, pero ha sido al revés. Me he enamorado yo de ella.

Keely parpadeó sorprendida. Luego soltó una risotada.

– ¡Vaya!, ¡estás enamorado! ¿Te tomaste la molestia de decírselo?

– Sí. Más o menos. No me planté y se lo dije directamente, pero…

– ¿Se puede saber qué os pasa a los hombres? -atajó Keely-. ¿Por qué os cuesta tanto expresar lo que sentís?

– ¿De verdad necesitas preguntarlo? -Liam apuntó con la barbilla hacia Seamus-. Supongo que no has oído suficientes historias sobre los Increíbles Quinn. Se supone que no debemos enamorarnos. Las mujeres son perversas y su misión es destrozarnos la vida.

– ¡Eso son chorradas! Y si crees que vas a conseguir olvidarte de la mujer de la que te has enamorado, ya te digo yo que no va a pasar.

– Gracias por los ánimos -contestó Liam.

– Soy una Quinn. Decimos la verdad como la vemos -Keely le agarró una mano-. Venga, encuéntrala. Dile lo que sientes y conseguirás arreglarlo. No dejes escapar la oportunidad por unas leyendas estúpidas.

Liam emitió un gruñido y puso la frente sobre la barra.

– ¿Qué estoy haciendo? Debería ir por ella, convencerla para que vuelva. Pero me da miedo que me rechace otra vez y saber que se ha acabado definitivamente. Prefiero seguir en este limbo, con la esperanza de que todavía tengo una oportunidad.

– No te engañes -replicó Keely-. ¿De verdad crees que vas a conseguir lo que quieres sentado en la barra del bar?

– Pero no sé dónde está -dijo Liam. De pronto, se puso de pie-. No sé dónde está ahora. Pero sí dónde estará. Tiene que testificar para el juicio de Ronald Pettibone. Y nosotros tenemos que ir a Nueva York para hablar con los fiscales el mes que viene. Seguro que estará allí.

– Entonces tienes un mes para decidir qué vas a decirle. Un mes para pintarle un futuro tan irresistible, que no pueda decir que no.

Liam bajó del taburete y agarró su abrigo.

– Gracias, Keely.

Luego sacó el móvil del bolsillo y llamó a Sean mientras andaba hacia la salida. Pero no respondió. Sabía que no estaba fuera de la ciudad ni trabajando, de modo que estaría en casa.

Liam le había hecho muchos favores y había llegado el momento de que le devolviese uno.

Solo necesitaba saber dónde se encontraba, asegurarse de que estaba bien. Entonces podría volver a dormir por las noches. Por primera vez desde hacía casi una semana, Liam miró el futuro con optimismo. Tenía dinero en la cuenta del banco y una persona interesada en comprar algunas de sus fotos. Y había conocido a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida.

Ya solo le quedaba encontrar la forma adecuada de decírselo.

Capítulo 9

La librería Manhattan era un refugio tranquilo para resguardarse del tráfico y los peatones que congestionaban la calle a la hora de la comida. Ellie se preguntó si le daría tiempo a picar algo. Consultó el reloj. Tenía media hora antes de ir a la oficina del fiscal para hablar sobre su testimonio en el caso de malversación de Ronald Pettibone… o David Griswold. El fiscal la había informado de que Ronald no era más que uno de los cinco nombres que su ex novio había utilizado.

El juicio tendría lugar el mes siguiente y le habían dicho que tendría que declarar. Pero en esos momentos no estaba pensando en el juicio, ni siquiera en la entrevista con la fiscal. Ese día era más que probable que volviese a ver a Liam.

Sintió un cosquilleo por el cuerpo y se paró a respirar profundamente para serenarse. Había pensado en ese momento desde que se había marchado de Boston hacía un mes, preguntándose qué sentiría al verlo de nuevo, intrigada por descubrir si la atracción habría desaparecido. Hasta se había tomado el día libre para prepararse y se había pasado casi toda la mañana revolviendo el armario y peinándose.

Había creído que no le costaría olvidarlo. Se había ido muy dolida, confundida y enfadada. Decidida a empezar de cero. Pero el banco Intertel la había llamado desde Nueva York para ofrecerle otro puesto, como recompensa por su colaboración para atrapar a Ronald. Ante la perspectiva de tener que pelearse por encontrar trabajo en una ciudad nueva, había aceptado la oferta, consistente en un ascenso y un incremento en el sueldo.

Era como si hubiese retrasado las manecillas del tiempo a cuando no conocía a Liam Quinn ni se había fijado en Ronald Pettibone. Su vida había vuelto a la normalidad: tenía amigos, un apartamento agradable en una ciudad en la que se sentía a gusto. Pero a Ellie ya no le interesaba esa normalidad. Lo normal era aburrido.

Cada vez que pensaba en su futuro, no podía evitar imaginarse junto a Liam Quinn. Al principio había tratado de racionalizarlo: había sido el último hombre con el que había estado y su imagen seguía rondándole por la cabeza. Luego había decidido que Liam Quinn era el hombre que más se había acercado a su ideal de perfección. Pero, al final, se había visto obligada a reconocer que seguía enamorada de él.

Sacudió la cabeza, incapaz de concentrarse en los libros de ficción que ocupaban la estantería frente a la que estaba. Había quedado a las once y media. Pero nada le impedía llegar antes. Tal vez Liam estuviese esperando también.

Ellie salió a la calle, se abrió paso entre la multitud, encaminando sus pasos hacia la plaza Foley. Ni siquiera sabía con certeza que Liam tuviese que estar en Nueva York ese día. Albergaba esa esperanza por un pequeño comentario de la fiscal. Leslie Abbott había dicho que intentaría entrevistarlos a todos el mismo día.

– Lo quiero -murmuró Ellie. Pero había pasado por suficientes rupturas como para saber que sus sentimientos podían no ser correspondidos. Liam podía haberse fijado en otra mujer durante ese mes.

Ellie abrió la puerta de acceso al vestíbulo, entró. Solo pensar que Liam pudiera estar con alguien distinto le partía el corazón. ¿Cómo lo había dejado escapar? Se había dejado dominar por la rabia y había estropeado algo que podía haber sido maravilloso.

Un guardia de seguridad estaba sentado tras una mesa cerca del ascensor.

– Firme, por favor.

Ellie tomó el bolígrafo que le ofreció, pero, antes de firmar, miró la lista de personas que lo habían hecho antes. El corazón le dio un vuelco al reconocer el nombre de Liam Quinn.

– ¿A quién viene a ver? -preguntó el guardia.

– A Liam Quinn -murmuró ella. En seguida se dio cuenta del error-. Perdón. Vengo a ver a Leslie Abbott.

– Planta siete.

El ascensor tardó una eternidad. Ellie pensó que Liam estaría bajando mientras ella subía y no se encontrarían. Trató de decidir qué le diría cuando lo viese.

– Hola, por ejemplo -dijo Ellie. Pero luego qué más.

Las puertas del ascensor se abrieron y salió a una pequeña salita. La recepcionista la saludó, anotó su nombre y la invitó a tomar asiento.