Se acercó despacio, mirándola fijamente a los ojos. Estaba preciosa. El pelo le caía ondulado sobre los hombros.
– Has venido -dijo él.
– No sabía si debía.
– Me alegro… me alegro mucho, Ellie.
– Solo voy a estar un día y quería decirte un par de cosas. Pensé que podría verte en el juicio.
– Sí. Supongo que me alegro de que al final no hayamos tenido que pasar por eso.
– A eso venía -Ellie se arriesgó a mirarlo a la cara-. Quería que supieras que no te guardo ningún rencor. Entiendo que estabas haciendo tu trabajo y que tu única preocupación era llevar a Ronald Pettibone a la cárcel.
– No era mi única preocupación -Liam le rozó un brazo-. Y no era solo un trabajo. Estaba contigo porque deseaba estar contigo, no porque me hubiese visto obligado.
– No tienes por qué suavizarlo -Ellie sintió que se ruborizaba-. Ya lo he asumido.
– Pero es que no estoy suavizando nada. Ellie, no puedo dejar de pensar en ti.
Lo miró durante varios segundos y Liam creyó que se daría la vuelta y saldría corriendo. Por fin, tragó saliva y acertó a esbozar una sonrisa.
– Yo tampoco puedo dejar de pensar en ti – reconoció Ellie-. Cometí un error y…
– No, yo soy quien se equivocó -se adelantó emocionado Liam. ¡Todavía sentía algo por él!-. Nunca debí dejar que te marcharas.
– Nunca debí haberme ido.
Liam lanzó una mirada alrededor del pub, luego le agarró una mano y salieron al sol del atardecer. Soplaba una brisa cálida y el verano se palpaba en el aire.
– ¿Qué significa esto? -preguntó él cuando se hubo asegurado de que nadie los oía.
– No sé -contestó Ellie con voz trémula-, pero siento que dejamos las cosas a medias.
– Yo también. Creo que, si tuviéramos un poco más de tiempo, nos daríamos cuenta de lo bien que estábamos.
– ¿Qué quieres decir?
– Digo que quiero estar contigo, Ellie. Quiero ver adonde nos lleva esto -Liam agarró su cara entre las manos y la besó-. Te quiero. Creo que no lo he sabido con seguridad hasta ahora mismo. Pero no puedo pensar en un futuro sin ti.
– Eso está bien -contestó ella con una cálida sonrisa en los labios-. Porque acabo de aceptar un puesto en una nueva sucursal de Intertel en Boston. Y, para que lo sepas, yo también te quiero -añadió al tiempo que le retiraba el flequillo de los ojos.
Liam echó la cabeza hacia atrás, rió. Y esa vez la abrazó y la besó como un hombre enamorado.
– Te voy a pedir que te cases conmigo -dijo Liam-. Y vamos a formar una gran familia y vamos a ser felices para siempre. ¿Te parece bien?
– Esta no es la proposición, ¿no? -preguntó Ellie, un poco alarmada.
– No, solo te estoy avisando. Y va a ser genial. No podrás negarte.
– Pareces muy seguro, ¿eh?
– Lo estoy -aseguró Liam.
– ¿Sabes? Después de tanto libro de autoayuda, he decidido que lo único importante es escuchar a tu corazón.
– ¿Y qué dice tu corazón?
– Que me alegro de que vinieras a rescatarme esa noche. Y me alegro de haber decidido venir a Boston hoy.
Liam rió. Se acordó de las viejas historias de los Increíbles Quinn que le habían contado de pequeño, de la maldición que había atrapado ya a sus tres hermanos mayores. Acarició los hombros de Ellie y la besó de nuevo. Ya entendía por qué se echaban a reír Conor, Dylan y Brendan cuando su padre hablaba de la maldición. En realidad no lo era. En realidad era una bendición.
Y se iba a pasar el resto de la vida dando gracias por ella, por los azarosos sucesos por los que Ellie Thorpe había pasado a formar parte de su vida… y por el amor que la mantendría a su lado.
Epílogo
– ¿Estás ya?
Ellie se miró al espejo. Luego se llevó la mano al collar de perlas que le adornaba el cuello. Liam se lo había dado como regalo por el mes que llevaban juntos. Sonrió. Habían cambiado muchas cosas en un mes. La carrera de Liam había empezado a despegar, ella tenía un trabajo nuevo para la sucursal de Intertel en Boston y estaban viviendo juntos en casa de Liam mientras buscaban el apartamento perfecto. Y, sobre todo, estaba todavía más enamorada del hombre de sus sueños.
– Perfecto -dijo, complacida por cómo combinaba el collar con el vestido.
– Vamos a llegar tarde -dijo Liam tras dar un toquecito impaciente a la puerta del cuarto de baño.
Ellie le quitó los tirantes y le sacó la camisa. Jugaron a desnudarse mutuamente y cuando se quitaron la última prenda, Liam emitió un gruñido cavernícola y la arrastró hasta la cama. Se puso encima de ella, sobre sus caderas. Luego se agachó a tocar el collar de perlas.
– Te sientan bien -comentó-. Mejor así, sin el vestido. Pero, ¿no te parecen un poco vulgares?
– ¡No! -Ellie acarició las perlas-. ¡Es un collar precioso!, ¡no se me ocurre un regalo mejor!
Liam metió una mano bajo la almohada y sacó un estuche de terciopelo.
– Entonces no debería darte esto.
Ellie miró el estuche durante varios largos segundos, sorprendida por el giro que acababa dar la situación. Extendió la mano para agarrar el estuche, pero Liam cerró la palma antes.
– Debería hacerlo como es debido -dijo y bajó de la cama de repente. Luego se arrodilló a los pies, totalmente desnudo, y le ofreció el estuche, alzándolo sobre el colchón-. Ellie, ¿quieres casarte conmigo? -añadió tras abrir el estuche y sacar el anillo.
Ellie miró el diamante, que relució como si estuviera animándola a decir que sí. Sabía que todos los pasos iban abocados a eso, pero, con todo lo que le había ocurrido en el pasado, no terminaba de creerse que por fin hubiera encontrado un hombre que quisiera pasar su vida con ella.
El hombre más maravilloso del mundo, la respuesta a todos sus sueños y el héroe que le había robado el corazón. Ellie se mordió el labio inferior. Una lágrima le resbaló por la mejilla.
– Sí, por supuesto que quiero casarme contigo -murmuró.
Liam le puso el anillo en el dedo. Después volvió a la cama, la estrechó contra el pecho y le dio un beso largo y apasionado.
– Parece que la maldición de los Quinn no falla -murmuró, rozándole el cuello con la nariz.
– ¿La maldición de los Quinn?
– Es una historia muy larga -dijo él-. Muchas historias. Y tenemos muchos años por delante para que las oigas todas. Ahora lo único que quiero de verdad es besarte.
Ellie le rodeó la nuca con ambas manos y posó los labios sobre los de él. Mientras se abandonaba al sabor de su boca, al calor de su cuerpo junto al de ella y al sonido de su voz, Ellie supo que no necesitaba nada más en la vida, Que por fin brillaba el sol.
Kate Hoffmann