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La tercera llamada telefónica que Chen recibió fue del Chino Extranjero Lu, apodado así desde el instituto debido a su interés por todo lo extranjero. Este viejo amigo de Chen le llamaba con frecuencia desde su restaurante, Las Afueras de Moscú. Entusiasmado, invitó a Chen, no por primera vez, a que fuera a cenar a su restaurante recién ampliado.

– Te he llamado al despacho. Me dijeron que estabas de vacaciones. Así que ahora seguramente tengas tiempo para cenar en nuestro restaurante.

– Esta semana no, Lu. Tengo que terminar una traducción urgente para el Sr. Cu, del Club Dynasty, y ahora también miembro fundador de New World Group. Creo que le conoces.

– Ah, el Sr. Gu. ¿Te ha pedido que le traduzcas algo?

– Sí, un proyecto empresarial suyo -contestó Chen-. ¿Cómo va tu negocio?

– Genial. Hemos desenterrado varias fotos viejas y pósteres de chicas rusas en el Shanghai antiguo. Las hemos colgado por todas las paredes. Fotografías impresionantes. Clubes nocturnos repletos de gente con chicas rusas medio desnudas bailando sobre el escenario. Es como viajar en el tiempo al Shanghai del pasado.

– Apasionante.

– También estoy pensando en montar un escenario en nuestro restaurante. El hotel Peace tiene una banda. Unos viejos que tocan jazz, ya sabes. Nosotros lo haremos mucho mejor Una banda de jóvenes y chicas rusas sobre el escenario -añadió Lu con arrogancia-. Chicas tanto en las fotos viejas como en la vida real.

– De modo que Las Afueras de Moscú ya no es simplemente un restaurante para gourmets como tú.

– Todavía lo es. Pero la gente ahora tiene dinero. Quieren algo más que comida. Ambiente. Cultura. Historia. Valor añadido, sea lo que sea lo que signifique. Y sólo con todo eso piensan que están disfrutando de su dinero.

– Entonces debe de ser muy caro.

– Bueno, la gente está dispuesta a pagar el precio. Existe un nuevo término: consumo compulsivo. Y existe una nueva clase sociaclass="underline" la clase media. Las Afueras de Moscú se ha convertido en un restaurante consciente de un estatus. Algunos vienen por esa razón.

– Bien por ti, Chino Extranjero Lu.

– Así que ven, mi querido inspector jefe. Acabo de conseguir caviar, auténtico caviar ruso. Con el tiempo, me está empezando a gustar. ¿Te acuerdas?, supe de él por primera vez leyendo una novela rusa. La boca se me hacía agua, literalmente. Perlas negras, sin duda. Ah, y vodka también. Comeremos y beberemos todo lo que queramos.

– Tengo que volver al trabajo, Chino Extranjero Lu -Chen tuvo que interrumpirle. Lu podía hablar durante horas sobre comida-. Intentaré ir a tu restaurante la próxima semana.

Estas llamadas de teléfono tenían algo en común, pensó Chen poco después: el placer culinario. Pero no sólo eso. Lu había hablado sobre un ambiente cultural nostálgico en su restaurante. Como resultado de su conversación, a Chen le entro hambre, pero se empeñó en volver a trabajar, durante dos o tres horas más. Parecía que tuviese que demostrar que lo que le había dicho a Lu por teléfono era cierto.

Después de un rato, volvió a mirar las fotos que Nube Blanca había tomado. No conseguía ver el esplendor y glamour de los años treinta. Quizás fuese debido al polvo y la suciedad acumulados a lo largo de los años de construcción socialista. Tal vez fuese demasiado cínico por su parte, siendo un miembro del Partido, pensar así, pero era lo que de verdad creía.

Finalmente, cogió la comida sobrante del mediodía, la calentó en el microondas y se la terminó sin saborearla demasiado.

Posiblemente, debiera consultar algunos libros sobre el viejo Shanghai. No libros escritos en los sesenta, los cuales había leído de niño, sino anteriores. Cogió un trozo de papel y anotó algo antes de prepararse una taza de café. Sabía que no era una buena idea dada la hora. Inhalando el aroma, se dio cuenta que se estaba volviendo más dependiente de la cafeína. No obstante, no quería preocuparse por el momento. Tenía que concentrarse.

Esa noche trabajó hasta tarde.

Estaba cansado y, sin embargo, de repente se sintió solo más que ninguna otra cosa.

Le vinieron a la cabeza algunos versos que un amigo suyo le recitó una vez: «Probando cada una de las ramas frías, / el ganso salvaje escoge no posarse, / mientras las hojas del arce caen, heladas, / sobre el Río Wu». Se trataba de unos versos de un poema de Su Dongpo. Se decía que contenían un mensaje político, pero a menudo se entendía como una metáfora sobre la difícil elección de una rama sobre la que posarse, fuera cual fuera la razón. De hecho, su amigo le recitó la poesía en referencia a su vida personal.

Y a continuación, sus pensamientos se mezclaron con un sonido familiar, un sonido de fondo al paisaje del ganso v las hojas del arce cayendo. Un grillo cantaba en el exterior.

No había explicación para que un grillo frotara sus alas tan vigorosamente, a no ser que, tal y como Chen había aprendido cuando era pequeño, el grillo estuviera proclamando su triunfo sobre un oponente derrotado.

Pero, ¿qué había de bueno en ser un grillo, victorioso o no, si siempre hay algún niño molestándote con un trozo de junco amarillo en la mano y al final no haces más que dar vueltas y vueltas en un tarro pequeño de barro?

CAPÍTULO 6

Tras consultar la lista de sospechosos que vivían en el edificio shikumen que había elaborado Oíd Liang, Yu comenzó su investigación a la mañana siguiente, muy temprano, en la oficina del comité de vecinos. Sobre la mesa había una carpeta flamante que contenía información acerca de cada sospechoso; una carpeta procedente, con toda probabilidad, de los archivos del agente veterano del distrito.

La primera persona que aparecía en la lista era Lanlan, quien había descubierto el cuerpo. Técnicamente, había tenido oportunidad y medios para cometer el crimen y, según Oíd Liang, también tenía motivos.

Lanlan era una mujer a la que no había nada que le gustase más que relacionarse con sus vecinos; era capaz de hacerse amiga íntima de una persona a la que acababa de conocer hacia sólo tres minutos. Se había sentido terriblemente ofendida por Yin, quien había rechazado en numerosas ocasiones sus intentos por mantener una amistad. Lanlan al fin se dio por vencida y comentó en tono amargo con sus vecinos:

– Era como arrimar tu rostro cálido a su culo frío. ¿Para qué?

Pero esto no era motivo suficiente para hacer que Lanlan explotara, a no ser que Yin le hiciera salirse de sus casillas, lo cual, en una casa shikumen, sucedía con bastante frecuencia a raíz de las constantes peleas por los espacios comunes. Debido a las condiciones de vida que implica la superpoblación, cada familia intentaba como podía ocupar tanto espacio como le fuera posible, «de una manera justa». Oíd Liang le mostró un ejemplo. Yin tenía un horno de carbón y una mesa pequeña en la cocina común. Aquel espacio le pertenecía, pues era herencia del anterior inquilino de la habitación tingzijian-, Yin aceptó ambos objetos a pesar de que apenas cocinara. Al igual que su predecesor, también poseía un horno más pequeño de gasolina que guardaba fuera de la habitación, en el rellano de la escalera. Como todos los demás, Yin no pensaba renunciar ni a un centímetro que considerase suyo. Tal actitud podría haber irritado a algunos de sus vecinos.

Una noche, Lanlan llegó a casa con prisa y tropezó con el horno de gasolina. El horno tenía una caldera de agua caliente, la cual se derramó y Lanlan se quemó en el tobillo. No fue exactamente culpa de Yin. El horno llevaba allí años. Lanlan debería haber encendido la luz o haber ido más despacio. Al fin y al cabo, los accidentes suceden. Sin embargo, Lanlan comenzó a maldecir hecha una fiera a las puertas de la habitación de Yin.