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– ¡Menuda constelación del tigre estás hecha! Traes desgracias a todo aquel que se acerque a ti. El cielo tiene ojos, y llevas mala suerte allá donde vayas.

Yin seguramente se sintió aludida -constelación del tigre- pero prefirió no salir de su habitación para no enzarzarse en una discusión.

A Lanlan, sin embargo, le enfureció más que la ignorara. Se quejó en las reuniones de inquilinos. Mucha gente escuchó sus protestas, y a algunas les asombró el rencor que manifestaba hacia Yin. Pero aún así, según la opinión de Yu, aquello daba muy lejos de ser una razón para matarla. Además, el Accidente había ocurrido hacía un par de años.

Decidió avanzar hacia el segundo nombre de la lista. Wan Qianshen era un jubilado que vivía solo en el desván. Wan no había estado en la casa shikumen aquella mañana. También él tenía la costumbre de practicar ejercicios de taichi en el Bund a esa hora.

La información que le había facilitado Oíd Liang contenía una breve biografía de Wan. El hombre había sido obrero en una fábrica de acero «dedicada a la construcción de la revolución socialista». Durante la Revolución Cultural, Wan se convirtió en miembro del prestigioso Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong. A finales de los años sesenta, cuando los estudiantes de la Guardia Roja reclamaron más poder, el presidente Mao logró contener estas rebeliones de jóvenes enviando equipos de obreros a las universidades con una nueva teoría revolucionaria. Según Mao, los estudiantes habían sido expuestos a ideas burguesas occidentales y necesitaban ser reeducados. Así pues, se les insistió en que debían aprender de los obreros (el proletariado más revolucionario). Por aquella época se consideraba un gran honor político pertenecer al Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento Maoísta. Pedían que tanto alumnos como estudiantes escucharan todo lo que Wan les contaba. Wan era un «Camarada Siempre Políticamente Correcto», un modelo a imitar.

Con la muerte del presidente Mao y el final de la Revolución Cultural en 1976, todo cambió, por supuesto. Los equipos de propaganda se retiraron de los campus universitarios. Wan también volvió a casa hacia finales de los setenta. Más tarde se jubiló, como cualquier anciano corriente, y con el paso del tiempo sus días de estrellato lucieron sólo en su memoria, igual que una vajilla de plata sin brillo.

En una sociedad cada vez más materialista, Wan debió llegar a la tardía conclusión de que no le habían recompensado por todas sus actividades revolucionarias. Demasiado ocupado, y demasiado entregado como para pensar en sí mismo, terminó quedándose solo, en una habitación situada en el desván Su pensión no podía competir con la inflación, y la compañía estatal en la que había trabajado apenas cubría sus gastos médicos. De modo que Wan se quejaba constantemente, en tono amenazante, igual que la chimenea de la fábrica de acero donde había trabajado, por lo que el mundo se estaba convirtiendo. Luego el destino hizo que los caminos de Wan y Yin se cruzaran. Según un proverbio antiguo, «El sendero donde se encuentran dos enemigos ha de ser un sendero realmente estrecho». En su caso, el sendero estaba en ese mismo edificio, cada vez que subían y bajaban por las mismas escaleras estrechas.

Muerte de un Profesor Chino contenía descripciones duras sobre los grupos de obreros a favor del régimen. Wan se enteró y compró un ejemplar de la novela. Escandalizado, descubrió que la universidad de la que el libro hablaba era la misma en donde Wan había sido enviado, a pesar de que Yin no mencionara ningún nombre. Wan montó en cólera y rompió el libro en pedazos delante de la puerta de Yin. Yin contraatacó, gritando, desde la habitación y con la puerta cerrada:

– Si no fueras un ladrón, no te pondrías tan nervioso. Furioso, desde las escaleras justo detrás de la puerta, Wan la insultó gritando:

– ¡Zorra asquerosa! Te piensas que China es un país para intelectuales burgueses. ¡Ojalá te fueras a la tumba ahora mismo con ese cerebro tuyo terco como una mula y hecho de piedra! Que el cielo sea testigo: me aseguraré de ello.

Varios vecinos lo escucharon, pero por entonces nadie le tomó en serio.

La gente llega a decir cualquier cosa cuando está furiosa, pero pronto se les olvida. No sucedió así con Wan, según señala Oíd Liang. Wan nunca más habló con Yin. Sentía un profundo odio hacia ella. Según las palabras de Wan: «Dos no pueden compartir el mismo trozo de cielo».

Lo que hacía que Wan fuera, todavía más, un posible sospechoso, era su coartada sin confirmar para la mañana del siete de febrero. Él dijo que aquella mañana había estado practicando taichi en el Bund, pero podría haber bajado sigilosamente desde su desván, matado a Yin, y vuelto a su habitación o partido hacia el Bund sin que nadie le viera. Y sin duda alguna, habría podido coger el dinero que Yin tuviese en los cajones, ya que la fábrica estatal llevaba varios meses de retraso en el pago de pensiones a sus ex empleados.

Yu acordó entrevistar a Wan en la oficina.

Wan no parecía tener sesenta y tantos años. Era de constitución mediana. Incluso podría considerarse alto teniendo en cuenta su generación. Llevaba una chaqueta negra de lana de cuello Mao y pantalones a juego. En una película de la década de los sesenta, Wan hubiese tenido el aspecto de un miembro del Partido de rango medio, con el cuello de la camisa abotonado hasta la garganta y el pelo peinado hacia atrás. Parecía como si hubiera sufrido una pequeña conmoción, como si tuviera los labios ligeramente inclinados hacia abajo en uno de los extremos, lo cual dotaba a su rostro de una expresión de tensión interna.

Wan resultó estar más dispuesto a hablar de lo que Yu esperaba. Agarrando con firmeza una taza de té caliente, dijo:

– El mundo está patas arriba, detective Yu. ¿Qué demonios esos empresarios y esas empresas privadas podridas? Corazones negros, capitalistas con manos negras, generando cantidades indecentes de dinero a costa de la clase trabajadora. Por eso todas las empresas controladas por el Gobierno se están yendo a pique. ¿Qué ha pasado con los beneficios de nuestro sistema socialista? Pensiones, atención médica gratuita. Todo ha desaparecido. Si el presidente Mao estuviera vivo, nunca habría permitido que esto le sucediese a nuestro país.

Una exposición apasionada, cien por cien proletaria, aunque no tan leal al actual partido político del Gobierno. Yu creyó poder comprender la frustración del anciano. Durante años, la clase trabajadora había gozado de los privilegios políticos, y al menos había experimentado una sensación de orgullo por su estatus, gracias a la teoría del presidente Mao de que la lucha de clases en la China socialista situaba a la clase obrera como la más importante, ya que era el grupo más revolucionario. Ahora las cosas habían cambiado por completo.

– Nuestra sociedad actualmente se encuentra en un período de transición, y algunos fenómenos temporales se pueden evitar. Usted debe de haber leído todos los documentos del Partido y los periódicos. No hace falta que me explique -dijo Yu, antes de abarcar el tema en cuestión-. Ya sabrá cuál es el propósito de nuestra reunión. Dígame, camarada Wan, ¿cuál era su relación con Yin?

– Está muerta. No debería decir nada contra ella, pero si piensa que mi opinión es relevante para su investigación, no tendré pelos en la lengua.

– Por favor, continúe, camarada Wan. Sería de gran ayuda para nuestra investigación.

– Formaba parte de las fuerzas negras y oscuras que han intentado volver atrás en la historia, trasladarnos a los años veinte y treinta, época miserable en que imperialistas y capitalistas pisoteaban China, mientras esos intelectuales burgueses roían los huesos asquerosos que sus amos les arrojaban. En su libro probablemente lo haya leído- describía a la clase obrera como payasos o matones, sin percatarse del hecho esencial de que fuimos nosotros quienes derrocamos a las tres grandes montañas -imperialismo, feudalismo, y capitalismo- y construimos una nueva China socialista.