Yu se dio cuenta de por qué Wan estaba todavía más resentido que la mayoría de jubilados. Wan debió de haber ofrecido muchas conferencias políticas en la universidad, y se sentía como en casa hablando de términos políticos propios de los setenta. Ahora, en los noventa, su visión se había quedado obsoleta.
– Yin también sufrió mucho durante la Revolución Cultural -comentó Yu.
– Cualquiera puede quejarse de la Revolución Cultural, pero Yin Lige no. ¿Qué era ella? ¡Un miembro destacado de la Guardia Roja! ¿Por qué enviaron a los Equipos Obreros de Propaganda a las escuelas? Para arreglar el estropicio que la Guardia Roja había causado.
– Bueno, lo pasado, pasado está -repuso Yu-. Déjeme que le haga otra pregunta, camarada Wan. ¿Notó algo extraño en ella últimamente?
– No, tampoco le prestaba mucha atención.
– ¿Algo extraño en el edificio?
– No, no que yo recuerde. Estoy jubilado. Le corresponde al comité de vecinos notar esas cosas.
– Ahora bien, usted no estaba en casa la mañana que asesinaron a Yin, ¿dónde estaba?
– No, estaba practicando taichi en el Bund -contestó Wan-. La empresa estatal donde trabajaba ya no puede hacerse cargo de nuestros gastos médicos. No nos queda más remedio que cuidarnos nosotros mismos.
– Ya veo. ¿Practica taichi con más gente?
– Oh, sí, con mucha gente. Algunos lo practican con espadas, y otros con cuchillos, también.
– ¿Tiene sus nombres y direcciones? -preguntó Yu-. Pura formalidad. Tengo que pedirles que corroboren que estuvo allí.
– Vamos, camarada detective Yu -repuso Wan-. La gente practica taichi en el Bund unos veinte minutos o media hora, y después vuelven a casa. No viene a cuento pedirnos el nombre y la dirección. Algunas personas me saludan con la cabeza, pero no saben cómo me llamo, y yo tampoco sé cómo se llaman ellos. Es la verdad.
Lo que Wan contaba parecía tener sentido, pero a Yu le pareció percibir cierta vacilación en las palabras del anciano.
– Bueno, si consigue algunos mañana, con uno o dos nombres será suficiente, por favor, hágamelo saber.
– Lo haré, si voy al Bund mañana. Ahora tengo cosas que hacer, si es que no tiene más preguntas para mí, camarada detective Yu.
– Volveré a hablar con usted más adelante, entonces.
Yu encendió un cigarrillo, tamborileó con los dedos sobre la mesa, tachó el nombre de Wan de la lista y avanzó al siguiente nombre. Ojeando la información sobre el Sr. Ren, el tercer nombre que aparecía en la lista elaborada por Oíd Liang, Yu también estuvo a punto de tacharlo en cuanto leyó un poco sobre él. El Sr. Ren provenía de la clase social «capitalista». Antes de 1949, la casa shikumen había sido propiedad de su padre, al cual ejecutaron por considerarle contrarrevolucionario a principios de los cincuenta, época en que la casa fue confiscada. Los Ren tuvieron entonces que apiñarse en una habitación separada mediante tabiques al final del ala sur. Para la familia Ren los siguientes años se convirtieron en una serie de desgracias continuas y desconfianzas hacia los distintos movimientos políticos. Durante la Revolución Cultural, un grupo de la Guardia Roja se manifestó en contra del Sr. Ren en su misma calle. Este tuvo que agachar la cabeza cuando vio una pancarta que ponía: «¡Abajo con el capitalista negro Ren!». Pero igual que en el clásico taoísta Tao Te Ching, cuando la mala suerte toca fondo, es cuando empieza a cambiar. Mientras la sociedad entera experimentaba una gigantesca reforma, las cosas cambiaron para quienes vivían en la casa. El hijo del Sr. Ren fue a estudiar a los Estados Unidos y empezó a trabajar en una compañía estadounidense de alta tecnología. En una visita reciente a la calle Treasure Garden, le ofreció comprarle a su padre un apartamento en la mejor barriada de la ciudad, pero el Sr. Ren se negó.
Sin embargo, según la opinión de Oíd Liang, había algo sospechoso en la decisión del Sr. Ren de quedarse en el edificio. El Sr. Ren podría estar escondiendo en secreto un resentimiento por todo el sufrimiento vivido a lo largo de los años. Como dice el proverbio, «Un caballero puede buscar venganza tras diez años de espera». Así que, tal vez, el Sr. Ren estaba intentando perjudicar a las autoridades del Partido por toda la rabia reprimida durante años.
Si ese fuera el caso, Yin habría sido un objetivo bien escogido. El asesinato de una escritora disidente podía dejar al Gobierno en una posición comprometedora. Si el caso no se resolvía, la imagen de las autoridades del Partido podría verse empañada. Y además, Yin había sido miembro de la Guardia Roja. Simbólicamente, su muerte también hubiese servido de venganza al Sr. Ren por todas sus desgracias personales.
Al igual que Wan, el Sr. Ren tenía una coartada sin confirmar. Aquella mañana había ido a un restaurante de tallarines llamado Oíd Half Place. Había desayunado junto con varios clientes más, según había declarado, aunque no pudo presentar el ticket del restaurante ni la dirección de los demás clientes.
La teoría que desarrolló Oíd Liang era muy elaborada, quizás inspirada en Harbor, una de las óperas revolucionarias de Pekín, escrita a principios de los setenta, en la cual un hombre capitalista llevaba a cabo cualquier actividad de sabotaje movido por el odio profundo que sentía hacia la sociedad socialista. Pero para Yu aquello significaba forzar al máximo un móvil en la vida real de los noventa.
Yu decidió entrevistar al Sr. Ren, pero por una razón bastante distinta. En la información sobre el Sr. Ren no se mencionaba ninguna situación fuera de lo normal ni discusión alguna entre él y Yin. Tampoco con el resto de sus vecinos. El Sr. Ren era como una persona ajena a la casa, que quizás pudiese ofrecer una visión más objetiva de lo sucedido. De hecho, el «Sr.» delante de su nombre indicaba su estado al margen de la casa shikumen. En la época revolucionaria, el tratamiento más utilizado era «camarada», aunque en los últimos años «Sr.» había vuelto a cobrar importancia. Al parecer, su estatus, anteriormente negro, había transmutado en un título honorífico anticuado. Las modas políticas cambiaban; sin embargo, los recuerdos de la gente perduraban.
El Sr. Ren era un hombre de setenta y pocos años que parecía estar bastante lleno de vida para la edad que tenía. Llevaba un traje estilo occidental y una corbata de seda roja, una imagen capitalista igual que la que solía mostrarse en las óperas modernas de Pekín. Sorprendentemente, a Yu le recordó al padre de Peiqin, al cual sólo había visto en una fotografía en blanco y negro.
– Sé por qué quiere hablar conmigo hoy, camarada detective Yu -dijo el Sr. Ren con tono refinado-. El camarada Oíd Liang me ha informado.
– El camarada Oíd Liang ha sido agente policial residente muchos años. Quizás esté demasiado familiarizado con el discurso del presidente Mao sobre la lucha de clases y todo eso. Yo soy sólo una policía a cargo de una investigación, camarada Ren. Tengo que hablar con todos los inquilinos del edificio. Cualquier información que pueda facilitarme sobre Yin será muy útil para mi trabajo. Agradezco su cooperación.
– Imagino lo que le habrá dicho Oíd Liang-dijo el Sr. Ren, analizando a Yu a través de las gafas-. En tiempos pasados, yo llevaba el cartel de «capitalista negro» colgado al cuello, y Yin el brazalete de Guardia Roja en el brazo. Así que Oíd Liang opina que he guardado rencor todos estos años, hasta ahora. Pero no son más que tonterías. Para mí, hace mucho tiempo que las cosas pasaron; junto con el viento, también marchó la ventisca política. Un hombre de mi edad no puede permitirse vivir en el pasado. Yin pertenecía a la Guardia Roja, pero había millones como ella. La mayoría también sufrieron, igual que ella. No tenía ninguna razón para elegirla.
– Deje que le diga algo, Sr. Ren. Entiendo totalmente su punto de vista. El padre de mi mujer también era capitalista. Las cosas no fueron justas para él años atrás, ni para su hija tampoco -expuso Yu-. Pero eso no significa que mi mujer sienta rencor hoy en día.