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– Gracias por contármelo, camarada detective Yu.

– Ahora, permítame que le haga una pregunta, la misma pregunta que le hago a todos los que viven en el edificio. ¿Qué impresión tenía de Yin?

– Me temo que no puedo decirle demasiado. Nuestros caminos rara vez se cruzaron, aunque viviésemos bajo el mismo techo shikumen.

– ¿Nunca se cruzaron?

– En una casa shikumen puede que te cruces con tus vecinos todo el tiempo o que apenas los veas. En mi caso, yo era tan negro, tan políticamente negro, que la gente huía de mí como de las plagas. No les culpo. Nadie quería verse envuelto en problemas. Ahora que ya no soy tan negro, me he acostumbrado a estar solo -repuso el Sr. Ren con una sonrisa de resignación-. Yin también se distanció, por razones propias. No debió de haber sido fácil para ella, una mujer soltera de cuarenta y tantos años, encerrarse en sus recuerdos igual que una almeja, sin dejar que entrase nunca la luz.

– Igual que una almeja; qué interesante.

– Yin era diferente porque se ocultaba del pasado en un caparazón, o para ser más precisos, como un caracol, porque su escondite seguramente también era una carga insoportable para ella. La mayoría de los vecinos estaban en contra de ella porque Yin era muy reservada.

– ¿Alguna vez habló con ella, Sr. Ren?

– No tenía nada en su contra, pero no me esforcé por hablar con ella. Y ella tampoco hablaba con los demás -añadió el Sr. Ren, tras una pausa-. Si teníamos algo en común, era que ninguno de los dos cocinaba demasiado en la cocina comunal. Yin debía de estar demasiado ocupada escribiendo. En cuanto a mí, soy una especie de gourmet frugal.

– ¿Gourmet frugal? -preguntó Yu-. Por favor, explíqueme.

– Veamos, la Guardia Roja me arrebató todas mis propiedades particulares a principios de la Revolución Cultural. Es algo que también debió de sucederle a la familia de su mujer. Hace unos cuantos años, el Gobierno me compensó en cierto modo por mis pérdidas. No fue demasiado, ya que la indemnización se basaba en el valor de la propiedad en la época de la expropiación. Mis hijos no necesitan el dinero, y yo no puedo llevarme ese dinero a la tumba. Sufro debilidad -debo confesar- por la buena comida, especialmente por las especialidades económicas de Shanghai. Así que como todo lo que puedo. Además, resulta difícil para un hombre de mi edad encender la lumbre en un horno de carbón cada mañana.

– Mi mujer también enciende el fuego en un horno de carbón cada mañana; sé a qué se refiere. Siento curiosidad, Sr. Ren. Hace un año más o menos, usted podría haberse mudado, pero rechazó la oferta que su hijo le hizo de comprarle un apartamento nuevo en una zona de clase alta. ¿Por qué?

– ¿Por qué iba a mudarme? He vivido aquí toda la vida, y todas las cosas que hay aquí guardan recuerdos para mí. Una hoja de árbol ha de caer allí donde están sus raíces. Mis raíces están aquí.

– Pero el apartamento nuevo sería mucho más cómodo; tendría gas, baño y todo tipo de comodidades modernas.

– Estoy bastante a gusto a mi manera. Para un gourmet frugal, ésta es una ubicación estupenda, cerca de numerosos restaurantes magníficos a los que puedo ir a pie. Quizás ya lo sepa, pero la mañana en que Yin fue asesinada yo estaba en un restaurante de tallarines llamado Oíd Half Place. Suelo ir unas dos o tres veces por semana. Hay un grupo de clientes de toda la vida como yo. Algunos van allí cada día. Oíd Half Place es uno de los pocos restaurantes estatales que quedan que conserva la calidad de la comida sin elevar los precios. Deliciosa y al mismo tiempo económica. Sin duda debería ir un día.

– Gracias por la sugerencia, camarada Ren. Si se le ocurre algo que pueda decirme sobre Yin, llámeme.

– Lo haré. Pruebe los tallarines si tiene tiempo este fin de semana.

Cuando el anciano salió de la oficina, Yu comprobó la hora y pensó en telefonear al inspector jefe Chen, otro gourmet, aunque no forzosamente «frugal», cuando Oíd Liang entró de repente.

– Han llamado de la oficina central de Shanghai People's Bank. Yin Lige tenía una caja de seguridad en la sucursal del distrito Huangpu.

Eso podría ser importante. Yu se olvidó de la comida y se dirigió al banco.

CAPÍTULO 7

La mañana comenzó con olor a pan tostado, café recién hecho, el teléfono sonando y una mano delgada en dirección al auricular situado en la mesilla de noche.

– ¡No! -Chen dio un salto de la cama, agarrando el auricular a la vez que se frotaba los ojos todavía adormilados-. Ya lo cojo yo.

Era el secretario del Partido Li. A juzgar por su reacción, Chen debería haberle dado alguna explicación a su jefe sobre la presencia de Nube Blanca. La chica debía de haber llegado y preparado el desayuno mientras él estaba dormido.

Li quería que Chen echase un vistazo al caso Yin.

– Estoy de vacaciones -repuso-. ¿Para qué me necesita, secretario del Partido Li?

– Algunas personas opinan que se trata de un caso político. Afirman que nuestro Gobierno se ha librado de una escritora disidente de manera sospechosa. Son sólo chorradas, ya sabe.

– Sí, claro. La gente suele hacer comentarios irresponsables, pero no tenemos que prestarles demasiada atención.

– Los corresponsales en el extranjero también se han unido a ese coro de voces desagradables. El Gobierno ha celebrado un funeral en su memoria, pero un periódico americano lo define como tapadera -explicó Li indignado-. El alcalde me ha llamado sobre este asunto. Debemos resolver el caso cuanto antes.

– El detective Yu es un agente de policía experimentado. Hablé ayer con él sobre el caso. Está haciendo todo lo que se puede hacer. No creo que yo pueda hacer nada más.

– Se trata de un asunto extremadamente complicado y delicado -continuó Li-. Debemos contar con nuestros mejores agentes.

– Pero éstas son mis primeras vacaciones en tres años. Ya he hecho planes -repuso Chen, decidido a no mencionar el proyecto de traducción con el que se había comprometido-. Quizás para el detective Yu no sea una buena idea que yo supervise todo, ni para la moral del resto de la brigada especial.

– Vamos, todo el mundo sabe que el detective Yu es su hombre de confianza -contestó Li-. Además, usted también es escritor, y como tal, debería entender a Yin mejor que nadie. Seguro que conoce algunos aspectos del caso que el detective Yu no alcanza a comprender.

– En fin, ojalá pudiera ayudar -dijo Chen. Esa parte del argumento de Li tenía sentido. Posiblemente, de no haber sido por la lucrativa traducción Chen se habría mostrado dispuesto a reducir sus vacaciones.

– El alcalde volverá a llamarme la próxima semana, inspector jefe Chen -continuó hablando el secretario del Partido Li-. Si el caso todavía está sin revolver, ¿qué le diré? El entiende que el caso está siendo investigado por su patrulla de casos especiales.

Al inspector jefe Chen le irritó que Li intentara hacerle responsable.

– No se preocupe demasiado, secretario del Partido Li. Seguramente el caso se resolverá bajo su liderazgo.

– No podemos olvidar la importancia política del caso.

Debe ayudar al detective Yu en todo lo que pueda, inspector jefe Chen.

– Tiene razón, secretario del Partido Li -no era extraño que Li insistiera en la importancia política de un caso y Chen decidió transigir-. En cuanto tenga tiempo me pasaré para echar un vistazo. Hoy o mañana.

Colgando el teléfono, vio sonreír a Nube Blanca. A continuación, observó algo parecido a un maletín sobre el escritorio.

– ¿Qué es eso?

– Un ordenador portátil. Puede que le ahorre algún tiempo. No tendrá que mecanografiar, borrar, y volver a escribir encima. Le hablé a Cu sobre su trabajo y me pidió que le trajera este ordenador hoy.

– Gracias. Tengo un ordenador en el despacho, pero pesa demasiado para traerlo a casa.