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– Lo sé. También le he instalado un diccionario chino-inglés. Le resultará más rápido buscar palabras en él.

Nube Blanca extrajo la lista de palabras que Chen le había entregado. Había impreso una lista en chino y otra en inglés.

Una chica lista. Gu había hecho bien en enviarla para que le ayudara. Como dijo Confucio, «Dile una cosa, y ella sabrá tres», pensó Chen. Después no estuvo seguro de si aquellas palabras eran de Confucio.

– Me estás ayudando mucho, Nube Blanca.

– Es un placer trabajar para usted, inspector jefe Chen.

Y se dirigió hacia la cocina. Llevaba unas zapatillas de algodón con suela blanda, las cuales probablemente había traído de su casa. Una chica también bastante considerada: se había dado cuenta de que lo mejor era andar por la casa sin hacer ruido.

Chen empezó a trabajar en el portátil. El teclado era mucho más ligero que el de la máquina de escribir, igual que las pisadas ligeras de Nube Blanca.

Cada movimiento que hacía la chica parecía registrarse en el subconsciente de Chen, incluso cuando estaba ocupada en la cocina. Le resultaba difícil no pensar en ella como la chica de karaoke que había conocido en la sala privada del Club Dynasty, o recordar la manera en que Gu se había referido a ella como una «pequeña secretaria». En ambientes distintos, la gente puede parecer muy diferente.

«Es mi ayudante temporal para un proyecto», se recordaba a sí mismo.

En una de las lecciones que había leído sobre la filosofía Zen, el maestro decía con tono solemne: «No es que la bandera se mueva, ni que el viento sople, sino que el corazón te brinca».

Mientras introducía en el ordenador lo traducido previamente con la máquina de escribir, dio un trago al café, el cual tenía un aroma fuerte, aunque estaba ya tibio. Nube Blanca llevó nuevamente la cafetera para rellenarle la taza.

– Hoy tengo más trabajo para ti -dijo Chen, haciéndole entrega de la lista que había escrito la noche anterior-. Por favor, ve a la Biblioteca de Shanghai y toma prestado estos libros.

No era exactamente una excusa para librarse de ella. Estos libros le ayudarían a comprender el esplendor del Shanghai antiguo. Chen necesitaba conocer más sobre la historia de la ciudad.

– Volveré en un par de horas -repuso ella-, justo a tiempo para hacerle la comida.

– Me temo que estás haciendo demasiado por mí. Esto me recuerda a un verso de Daifu -explicó Chen, tratando de ser irónico, ya que no sabía qué otra posición tomar-. «No hay cosa más difícil que recibir favores de una belleza».

– Oh, inspector jefe Chen, ¡es usted tan romántico como Daifu!

– Sólo estoy bromeando -contestó-. Tengo suficiente con un paquete de fideos instantáneos de Chef Kang.

– No, no será suficiente -dijo Nube Blanca, poniéndose los zapatos para salir a la calle-. No para el Sr. Gu. Me despedirá.

Parecía que tenía un tatuaje pequeño, una especie de mariposa de colores, encima de su esbelto tobillo. No recordaba habérselo visto en el Club Dynasty. Chen trató de volver al trabajo. Sin embargo, tras la llamada de Li, no se podía quitar algo de la cabeza. No estaba de acuerdo con Li; aún así, seguía pensando en el hecho de que el detective Yu se estaba encargando de investigar el asesinato de una escritora disidente sin ayuda de nadie. Chen opinaba que algunos escritores chinos habían sido tachados de «disidentes» por razones poco convincentes.

Por ejemplo, están los denominados poetas «vagos», un grupo de jóvenes que habían empezado a destacar a finales de los setenta. En realidad no escribían sobre política; lo que les diferenciaba de los demás era la imaginería hermética y vaga. Por alguna razón, les costó publicar sus poemas en revistas oficiales, de modo que empezaron a publicarlos en una revista clandestina. Eso atrajo la atención de sinólogos occidentales, los cuales elogiaron sus obras, y se centraron en cualquier interpretación política imaginable. Pronto los poetas vagos se hicieron conocidos en todo el mundo, lo cual sentó como una bofetada al Gobierno chino. Por consiguiente, los poetas vagos fueron tachados de poetas «disidentes».

¿Podría haberse convertido Chen en un escritor disidente de no haber aceptado, tras graduarse en la Universidad de Idiomas Extranjeros de Pekín, el puesto en el Departamento Policial de Shanghai? Por entonces, había publicado algunos poemas, y varios críticos definieron su obra como modernista. El trabajo como policía era una carrera con la que nunca había soñado. Su madre le dijo que era cosa del destino, aunque en la religión budista que practicaba, no existía ningún dios que se encargara del destino.

Era casi como un poema surrealista que había leído, en el cual un chico cogía una piedra al azar y la lanzaba sin pensárselo a un valle de arena roja. Para Chen, la piedra se había convertido en… ¿el inspector jefe Chen?

Alrededor de la una en punto recibió una llamada del detective Yu.

– ¿Qué hay de nuevo?

– Hemos encontrado su caja de seguridad. Dos mil yuanes, y más o menos la misma cantidad en dólares americanos. Eso es todo lo que contenía.

– Bueno, no es demasiado para que lo guardase en una caja de seguridad.

– Y un manuscrito -añadió Yu-; sí, algo parecido a un manuscrito.

– ¿Qué quieres decir? ¿Otro libro?

– Quizás. Está en inglés.

– ¿Es la traducción de su novela? -Chen continuó, tras una pequeña pausa-. No entiendo la razón de que la guardara bajo llave cuando el libro ya había sido publicado.

– No estoy seguro de qué es. Ya sabes que no domino demasiado el inglés. Me parece que es una traducción de poemas.

– Interesante. ¿Había traducido del chino al inglés?

– La verdad es que no lo sé. ¿Quieres echarle un vistazo? -preguntó Yu-. Lo único que entiendo son algunos nombres, como Li Bai o Du Fu. No creo que Li Bai y Du Fu estén relacionados con el caso.

– Debe de haber algo -repuso Chen-. Nunca se sabe.

En una ocasión, la poesía le había ayudado a comprender la complejidad de un caso relacionado con una persona desaparecida.

– El banco no está lejos de tu casa. Déjame que te invite a comer, jefe. Necesitas un descanso. ¿Qué te parece si nos vemos en el restaurante al otro lado de la calle? Familia Pequeña, así se llama.

– De acuerdo -aceptó Chen-. Sé dónde está.

Tal y como Chen le había prometido al secretario del Partido Li, iba a echar una ojeada a la investigación sobre el asesinato de Yin.

¿Se decepcionaría Nube Blanca, ya que la chica se había ofrecido a prepararle la comida? Sólo estaba en su casa por razones de trabajo, pensó Chen mientras se disponía a marchar. Le dejó una nota.

El restaurante situado al extremo opuesto del banco, parecía ir sobre ruedas. Yu iba vestido de uniforme, así que pudieron situarse en la mesa de la esquina, con lo que consiguieron algo de intimidad. Ambos pidieron un plato de tallarines cubiertos con salsa de soja y estofado de callos. Siguiendo la recomendación de la amable dueña del local, también tomaron dos entrantes: un plato de gambas de río fritas con pimienta roja y migas de pan, y otro plato de granos de soja hervidos en agua salada. Además, bebieron una botella de cerveza Qingdao cada uno, regalo de la casa.

Había un par de camareras jóvenes revoloteando de un lado para otro igual que mariposas. A juzgar por sus acentos, Chen pensó que no eran de Shanghai. Durante la reforma económica actual, las chicas de los pueblos próximos también habían llegado en masa a la ciudad. Las empresas privadas las contrataban a cambio de un salario bajo. Shanghai llevaba siendo una ciudad de inmigrantes desde principios del siglo XX. La historia se repetía continuamente.

El manuscrito que Yu llevó al restaurante constaba de dos carpetas. En una de ellas las hojas estaban escritas a mano; en la otra, impresas. En esta última, no había señales de corrector de tinta ni de tachones. Al parecer, estaba escrito a ordenador. El contenido de ambas carpetas era prácticamente idéntico.