¿Qué más podía hacer él?
Chen miró la propuesta de negocios Nuevo Mundo, y la propuesta de negocios le miró también a él.
CAPÍTULO 8
Qinqin había llamado a casa para decir que dormiría en el apartamento de un compañero de clase. No solía suceder a menudo que Yu y Peiqin pasaran la noche solos. A pesar de sentirse frustrado por los pocos progresos en la investigación aquel día, Yu decidió volver a casa pronto para estar con Peiqin.
Era una noche fría. Se sentaron en la cama, se abrigaron con el edredón y apoyaron la cabeza en la almohada situada sobre la cabecera dura. Tardaron un poco hasta que el calor de sus cuerpos, bajo el edredón viejo relleno de algodón, hizo soportable el frío de la habitación. Chen rozó los pies de su esposa con los suyos; Peiqin tenía los dedos blandos, aún ligeramente congelados. Le rodeó los hombros con el brazo.
Bajo la luz tenue, Peiqin parecía la misma que cuando estuvieron por primera vez en Yunnan, en aquella cama chirriante hecha de bambú, en la penumbra de la luz de una vela; excepto por esas pequeñas arruguitas que ahora tenía alrededor de los ojos.
Pero Peiqin esta noche tenía algo más en la cabeza. Quería contarle la historia de Muerte de un Profesor Chino. Colocó la novela sobre el edredón; un marcador en forma de mariposa hecho de bambú sobresalía del libro.
Yu no leía mucho. Había intentado varias veces leer El Sueño de la Cámara Roja, el libro favorito de Peiqin, pero lo había dejado, como siempre le pasaba, después de leer tres o cuatro páginas. No había manera de que se sintiera identificado con esos personajes que vivían en mansiones enormes hacía cientos de años. De hecho, la única razón por la que intentó leer el libro fue la pasión de Peiqin hacia éste. Respecto a los libros sobre la Revolución Cultural, Yu sólo había leído dos o tres relatos cortos, los cuales le parecieron totalmente falsos. Según Yu, para empezar, si hubieran existido esos supuestos héroes que cuestionaban y desafiaban al presidente Mao a principios de los sesenta, el desastre nacional no habría sucedido.
Con el caso Yin entre manos, Yu pensó que no le quedaba más remedio que leer Muerte de un Profesor Chino de principio a fin. Por suerte, Peiqin se había adjudicado dicha tarea. Le había hecho un pequeño resumen sobre el libro y esa noche quería explicárselo con todo tipo de detalles.
– Lo que voy a contarte -comenzó Peiqin, doblando las piernas-, quizás esté influenciado por mi propio punto de vista. Me centraré en el papel de Yang, puesto que ya conoces la historia de Yin, y después explicaré la historia de amor entre los dos.
– Empieza por donde quieras, Peiqin -repuso Yu, tomándole la mano.
– Yang nació en el seno de una familia rica de Shanghai. Fue a estudiar a Estados Unidos en la década de los años cuarenta, donde se doctoró en literatura, y empezó a publicar poemas en inglés. En 1949, se apresuró a volver a casa, lleno de sueños apasionados que deseaba hacer realidad en China. Dio clases de inglés en la Universidad East China, tradujo novelas inglesas, y compuso poemas en chino antes de sufrir un importante revés durante el movimiento antiderechista a mediados de los cincuenta. De repente, fue declarado derechista reaccionario y, abandonado por sus amigos y familiares a causa de su estado político, dejó de escribir poemas, aunque continuó traduciendo libros aprobados por el Gobierno, como las obras de Charles Dickens y Thackeray, de quienes Karl Marx realizó comentarios favorables, o trabajos de Mark Twain y Jack London, quienes mostraban a veces una actitud anticapitalista. Trasladaron a Yang al departamento chino, en un intento por impedir que divulgara «las ideas decadentes occidentales» a través del inglés en una época en que la mayoría de representantes del Partido no entendían una sola palabra de inglés. A comienzos de la Revolución Cultural, Yang se convirtió, de la noche a la mañana, en objetivo de críticas en masa por parte de los revolucionarios. Le obligaron a reconocer las faltas que le imputaban. Definieron sus años universitarios en Estados Unidos como un entrenamiento de espionaje, y sus traducciones de la literatura inglesa y americana como ataques a la literatura proletaria y al arte de la China socialista. A principios de los setenta, al tiempo que descubrían más y más enemigos del socialismo a lo largo de aquella revolución sin precedentes, Yang se convirtió en un «tigre muerto». Martirizarle ya no resultaba tan divertido para los revolucionarios. De modo que, al igual que les sucedió a los demás «intelectuales burgueses», le enviaron a una escuela cadre en el campo. Allí fue donde conoció a Yin. Ambos eran alumnos de la escuela cadre, pero había una notable diferencia en sus posiciones políticas. Yang, derechista con problemas graves en el pasado, estaba en el último eslabón. Yin, una Guardia Roja acusada de «errores leves» en la Gran Revolución, era líder de grupo, responsable de supervisar a los miembros del grupo al que Yang pertenecía. Por entonces, algunas personas todavía creían en todo lo que decía el presidente Mao, incluso aunque estuvieran metidos en escuelas cadres. Un poeta muy conocido escribió extasiado sobre cómo su insomnio se había curado gracias al trabajo físico en el campo, tarea asignada por el presidente Mao. Sin embargo, otras personas estaban decepcionadas, a pesar de las directrices nuevas y ambiciosas expuestas en los documentos interminables del Partido. Tras un día duro de trabajo, pocos de ellos podían pensar. En teoría, tras haberse reformado a sí mismos con éxito mediante el duro trabajo físico y los estudios políticos, los alumnos cadre deberían haberse «graduado» y haber conseguido un puesto nuevo de trabajo. Sin embargo, después de un par de años, se dieron cuenta de que habían sido ignorados. Sentían que nunca más les permitirían volver a la ciudad, aunque ya no fueran objetivos de la revolución. También Yin encontró algo en qué pensar. No tan convencida por entonces de que la Guardia Roja hubiese actuado correctamente, se dio cuenta de que Mao la había utilizado. Trató de pensar en su futuro. Reconoció que, siendo una ex Guardia Roja, su porvenir era incierto. Si alguna vez volvía a su universidad, no sería como profesora de ciencias políticas. Ya no gozaba de la posición adecuada para ofrecer conferencias políticas. Entonces empezó a fijarse en Yang, quien trabajaba como ayudante de cocina. No se consideraba un trabajo pesado; recogía leña, preparaba arroz y verdura, y lavaba los platos. Un cocinero campesino de la localidad se encargaba de cocinar. De modo que entre las comidas Yang disponía de tiempo para leer en la cocina -libros ingleses- y también para escribir. Se suponía que los estudiantes cadre no podían leer nada más excepto obras del presidente Mao o boletines políticos. Pero había sucedido un acontecimiento inusual el año anterior: el presidente Mao había publicado dos poemas nuevos en el Peoples Daily, y necesitaban traducirlos al inglés. El departamento de traducción de poesía de Mao, bajo el mando del Comité Central del Partido en Pekín, o alguien de dicho departamento, se acordó de Yang y le consultó en referencia a algunas palabras. Había una frase especialmente difíciclass="underline" «No te tires un pedo». Eso era exactamente lo que Mao había escrito, pero a los traductores oficiales les preocupaba la vulgaridad de la frase. Yang fue capaz de encontrar una alusión a esa palabra en Shakespeare, lo cual tranquilizó a los traductores. A partir de entonces, permitieron que Yang, como una excepción, pudiera leer libros ingleses, ya que las autoridades de la escuela contaban con que en el futuro pudiera haber más trabajos de traducción importantes en el campo de la política. De repente, Yang enfermó. Las causas fueron la mala nutrición y el trabajo físico, por no mencionar las consecuencias de la persecución que había sufrido durante muchos años. Lo que empezó siendo una gripe pronto se convirtió en una neumonía grave. La mayoría de personas en el grupo eran mayores y débiles. Se trataba de expertos en Física y Filosofía, pero apenas podían cuidar de sí mismos. No había ningún hospital en las proximidades, sólo una clínica con una «doctora descalza». Su posición social era la de una agricultora a tiempo completo que trabajaba en un arrozal, descalza, y que no había recibido instrucción médica en «colegios burgueses». Así pues, como cabecilla del grupo, Yin se ofreció a cuidar de Yang. Cubría su puesto en la cocina, preparaba la comida para todo el mundo y a él le hacía una comida especial. Consiguió que le enviaran antibióticos de Pekín. A medida que Yang se fue recuperando, Yin continuó ayudándole en todo lo que podía, ejerciendo el poco poder que todavía poseía en la escuela cadre a favor de Yang. Mientras tanto, empezó a estudiar inglés sin ayuda de nadie, y a consultar con Yang de vez en cuando. Por entonces ya había tenido lugar la visita del presidente Nixon a China. En una de las emisoras oficiales de radio, comenzó un programa para aprender inglés. Ya no era políticamente incorrecto que la gente aprendiera inglés, aunque resultaba bastante extraño que lo hicieran estudiantes de escuelas cadre, ya que allí se suponía que la prioridad número uno era el lavado de cerebro. Las visitas que Yin hacía a Yang empezaron a dar de qué hablar. Le visitaba con frecuencia, lo cual molestaba enormemente a sus compañeros de cuarto. La habitación de la residencia de estudiantes era pequeña y estrecha, con tres literas. Cuando Yin se sentaba a hablar con Yang, los otros cinco compañeros se veían obligados a salir, a pasear fuera con el frío. La gente no tardó mucho en darse cuenta de que sus «clases de inglés» eran sólo una excusa. Hablaban de muchas más cosas aparte de las dudas sobre el inglés. Mientras miraban un libro de inglés, se les podía ver cogidos de la mano por debajo de la mesa. Probablemente, Yin pensaba que aprender inglés resultaría útil en el futuro, incluso que podría venirle bien a un hombre como Yang, al que habían pisoteado. Pero estudiando con él, pronto comenzó a vislumbrar una nueva posibilidad. No sólo estudiaban el idioma, sino también la literatura, ya que la escuela cadre no disponía de libros de texto para aprender inglés. Yang tenía que hacer servir poemas y novelas como material de enseñanza. Yin había pasado sus años en la universidad dedicada a las actividades políticas; poco había aprendido en clase. Así pues, con Yang adquirió los conocimientos que no había adquirido previamente. Leyendo una novela inglesa, Niebla en el Pasado, Yin escogió una frase: «Mi vida empezó contigo, y mi futuro va contigo. No existe nada más». Se la repitió a Yang con lágrimas en los ojos. En el epígrafe de Por Quién Doblan las Campanas, el cual Yang había traducido, Yin leyó un pasaje: «Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es una pieza del continente, una parte de la tierra… la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la Humanidad. Por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti». Yang le explicó que era una cita de John Donne, quien comparaba a dos amantes con los dos puntos de un compás en un poema sobre la celebración del amor. Después de leer La Mujer del Mercader del Río, Yin comprendió por primera vez el poema chino Canción de Changgan. En un relato corto de O. Henry, Yin encontró el significado de la vida en una hoja solitaria colgada de la pared, y cuando Yang se identificó con esa hoja, Yin le detuvo colocándole la mano sobre la boca. Aquél fue el punto de no retorno para ella: descubrió el significado de todo lo que antes desconocía, con él. Era él. Se trataba de una pasión que nunca antes había experimentado, una pasión que dio un nuevo sentido a su existencia. Y para él, el idilio significó una reivindicación de la Humanidad a pesar de todas las calamidades políticas que había padecido. A su manera intelectual, luchó por amor igual que había luchado por sus ideales durante todos esos años. Había perdido la ilusión en un momento de su vida, pero ahora estaba lleno de entusiasmo. Quizás el amor había llegado tarde, pero su llegada había hecho que todo cambiara. La escuela cadre estaba situada en una zona pantanosa de Qingpu. No había ninguna biblioteca ni cines cerca. En lugar de quedarse en la habitación de la residencia de estudiantes, empezaron a salir a pasear, públicamente, brazo con brazo. Para los enamorados, existir es estar el uno con el otro. Yang tenía cincuenta y tantos años. Excepto por las gafas rotas que llevaba, tenía el aspecto de un granjero mayor, curtido, el pelo blanco como una lechuza, y la espalda ligeramente encorvada. En cuanto a Yin, todavía tenía treinta y pocos años. Aunque no era una belleza, tenía el rostro vivo por la pasión, parecía florecer al lado de Yang. Para sorpresa de la gente, era ella la que no se despegaba un momento de Yang. «Su pelo blanco brillaba en contraste con las mejillas sonrosadas de ella», tal y como describe un conocido proverbio. Pero ese proverbio se consideraba, por lo general, negativo, pues implicaba que una pareja así no encajaba. Lo que los enamorados veían el uno en el otro era, por supuesto, una cuestión de opinión. Ambos estaban solteros. No hacían nada ilegal para que no pudieran estar juntos, pero eso era lo que menos importaba, ya que nada más comenzar la Revolución Cultural, el presidente Mao había exigido demoler el sistema legal burgués. Así pues, no debería haber sido asunto de nadie más, pero lo acabó siendo. Yin no era popular. Algunas personas que asistían a la escuela habían sufrido malos tratos por su parte cuando formaba parte de la Guardia Roja. Además, las autoridades de la escuela cadre estaban molestas. Su idilio podría convertirse en un escándalo político. En lugar de reformarse en la escuela cadre, se habían enamorado. Se consideraba un escándalo político, ya que el concepto de amor romántico era tabú en la política a principios de los setenta. Representaba una falta de dedicación al presidente Mao y al Partido. No trataron de mantener su historia de amor en secreto, lo cual fue muy ingenuo por su parte.