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– Pero no entiendo por qué te decepcionó. El libro era de Yin, no de Yang.

– Bueno, no te rías, pero creía que Yang merecía alguien mejor, así que quizás la primera lectura que hice del libro se vio afectada por mi predisposición.

– ¿Quieres decir alguien mejor que la mujer que aparece en la contraportada del libro, arrugada, con gafas y de mediana edad? -preguntó Yu.

– No exactamente. También podría haber sido un libro mejor-contestó Peiqin-. No me gustó la introducción detallada y demasiado extensa sobre las organizaciones de la Guardia Roja. Es algo casi irrelevante. Y luego, también me decepcionó el modo en que describe a veces su historia de amor.

– ¿Qué tiene de malo?

– Algunas partes son realmente conmovedoras, pero otras eran demasiado melodramáticas, casi como si fuera un capricho adolescente. Resulta difícil pensar que un intelectual adulto y del calibre de Yang fuese tan ingenuo.

– Bueno, en aquella época, la gente se aferraba a cualquier cosa -opinó Yu-. Se agarrarían a un clavo ardiendo con tal de conservar un ápice de humanidad. Eso es lo que debió de sucederle a Yin, y a Yang también.

– Supongo -coincidió Peiqin-. Tal vez antes admiraba demasiado su obra. Esta vez, después de haber investigado sobre su pasado y de haber leído el libro por segunda vez más detenidamente, me he dado cuenta de que Yang probablemente fue muy importante para Yin. Tanta intensidad y tanta emoción quizás no fuesen buenas para su novela. Presenta a una mujer lastimosa.

– Estoy de acuerdo -repuso Yu, que extendió la mano para coger el paquete de cigarrillos situado sobre la mesilla de noche.

– Por favor, no -le pidió ella, y se volvió para mirar el despertador también sobre la mesita-. Llevamos mucho tiempo hablando de otras personas.

Por debajo del edredón, Yu notó cómo Peiqin le tocaba con los dedos de los pies la espinilla. Igual que cuando estaban en Yunnan, con el arroyo borboteando detrás de la cabaña.

Yu comprendió el mensaje que Peiqin le estaba transmitiendo con la mirada y retiró la almohada de la cabecera. Era una de esas noches poco frecuentes en que gozaban de intimidad, y no tenían que contener la respiración, o hacer el menor ruido y movimiento posible, agarrados con fuerza el uno al otro.

Más tarde, Yu continuó cogiéndola de la mano, tranquilamente, durante un buen rato.

Para su sorpresa, Peiqin empezó a roncar ligeramente, muy flojito. Le sucedía a veces, cuando estaba agotada. Debía de haberse quedado leyendo hasta tarde las últimas noches. Todo por él.

Después de todos los años que llevaban juntos, Peiqin todavía era una caja de sorpresas.

En ocasiones, Yu se preguntaba si su esposa debiera haber tenido una vida diferente. Atractiva, talentosa, de no ser por la Revolución Cultural quizás sus caminos nunca se hubiesen cruzado, así que Yu tenía una razón por la que estar agradecido. Tantos años después del desastre nacional, Peiqin continuaba junto a él, incluso ayudándole en una investigación.

A pesar de todas las decepciones, Yu se consideró un hombre afortunado.

Pero de pronto, también se sintió angustiado. No era sólo por Yin y Yang; era algo más abstracto, aunque personal. Se dio cuenta de que nadie podía asegurar que no se volviera a repetir otra Revolución Cultural en China.

Justo antes de quedarse dormido, multitud de pensamientos extraños le rondaron por la mente. «Por suerte, Peiqin no es escritora», ese fue uno de los pensamientos vagos que tuvo antes de quedarse completamente dormido.

CAPÍTULO 9

El inspector jefe Chen se despertó con un pensamiento desagradable, igual de irritante que el pitido agudo del despertador que sonaba desde la mesilla de noche. Se dispuso a dejar de pensar en ello, aunque estaba demasiado desorientado como para comprender de qué se trataba.

Se levantó, frotándose los ojos. A través de la ventana el cielo aún estaba gris.

No era nada relacionado con el caso, se dijo a sí mismo una vez más. Yu había estado haciendo todo lo posible. Cualquier intromisión por su parte no solucionaría nada, no en esa fase de la investigación. Su prioridad debía ser la traducción de la propuesta Nuevo Mundo que le esperaba sobre el escritorio.

Gu no le había presionado para que terminara la traducción como lo había hecho el secretario del Partido Li para que dirigiera la investigación, al menos no tan directamente. No obstante, Chen llegó a pensar que quizás Gu le hubiese enviado a Nube Blanca no sólo para ayudarle, sino también para recordarle de modo sutil que debía concentrarse en la traducción.

Aún así, Chen consideró que debía hacer algo respecto a la investigación. Existía una serie de razones para participar en ella. Debía involucrarse por Yang más que nada, un escritor cuya carrera había sido truncada de manera trágica, y cuyos trabajos Chen debería haber leído.

En los años de instituto, Chen leyó Martin Edén, una novela traducida por Yang, y sabía que Yang fue uno de los traductores de ficción inglesa con más renombre, pero por aquel entonces Chen empezó a estudiar inglés y a leer libros en idioma original. Cuando Chen empezó a escribir poesía no leyó ninguno de los poemas de Yang; tampoco eran fáciles de conseguir. Cuando publicaron sus poemarios, Chen estaba ocupado convirtiéndose en una célula importante del Partido, demasiado ocupado como para leer todo lo deseado.

De hecho, Chen era consciente de que su propia carrera como escritor se encontraba en la actualidad en estado crítico. Había tantos libros que ansiaba leer… Entre una y otra investigación de homicidio ni siquiera sabía cómo era capaz de seguir el hilo de una obra.

Chen pensaba que entre él y Yang, también poeta y traductor, existía cierta afinidad. Respecto al rumbo dramático político, lo que le había sucedido a Yang podría haberle sucedido a Chen.

Chen no sabía que Yang había traducido del chino al inglés, algo que él nunca antes había probado, exceptuando algunos fragmentos de versos para una amiga de Estados Unidos. Y empezó a preparar café en la cafetera, de marca brasileña; un regalo de ella, su amiga en la distancia.

Extrajo los manuscritos de la traducción poética de Yang que Yu le había entregado. En lugar de analizar la copia impresa se centró en el manuscrito a mano. Ambos eran prácticamente idénticos. Hacía años, cuando Chen se documentó para un trabajo sobre La tierra baldía, aprendió que un manuscrito a mano puede resultar muy práctico para adentrarse en la mente de un escritor creativo.

La impresión general que tuvo del manuscrito de Yang fue que se había esforzado enormemente para que los lectores ingleses contemporáneos encontrasen el texto legible. Pero lo que le atrajo más la atención fueron algunas notas abreviadas en los márgenes izquierdos.

«Capítulo 3», «C 11», «C 8 ó C26», «C 12 si no C 15», «Para la conclusión».

Al parecer, estas referencias sólo tenían significado para Yang.

Tal vez Yang estuviera indicando los libros consultados durante el proceso de la traducción, especuló Chen. La poesía china clásica podía estar abierta a interpretaciones infinitas. Como estudioso renombrado, Yang podría haber realizado un estudio exhaustivo antes de llevar a cabo la traducción.

Pero aquello no tenía mucho sentido. Si ese era el motivo, Yang debería haber anotado los números de página, no los capítulos. De tal modo le habría sido mucho más fácil consultar después las citas.

La colección incluía una serie de poemas que Chen reconoció de inmediato, incluso en inglés, aunque otros no daban pistas sobre cuál podría ser el original. Posiblemente Yang escogiera estos poemas de recopilaciones anteriores o menos conocidas. Eso podría explicar las referencias abreviadas. Pero entonces, ¿por qué colocar las «C» en lugar de los nombres de los editores?