La falta de introducción o de conclusión hizo que Chen pensara en una posibilidad diferente. También él había escrito conclusiones para proyectos diversos, en las cuales citaba una o dos líneas procedentes de sus fuentes. Quizás Yang pretendía escribir una conclusión para la traducción poética, pero había fallecido antes de poder terminarla.
A pesar de no poder encontrar ninguna relación con el asesinato, Chen no dejó de lado el manuscrito. Contenía poemas de amor maravillosos, tal y como Yin había indicado en el epílogo, que a la vez evocaban los días más memorables de sus vidas. Debieron de haber estudiado estos poemas juntos en la escuela cadre, en inglés y en chino, cogidos de la mano. Una noche cualquiera, quizás habrían llegado a creer que el poema de Su Dongpo había sido escrito para ellos, y que los versos de este les habían unido para siempre.
«El vigilante nocturno realizaba su tercera ronda.
Las olas plateadas de la luz de la luna pierden color,
el verde jade de la Osa Mayor pierde intensidad,
contamos con los dedos
cuándo llegará el viento del oeste,
sin saber que el tiempo fluye igual que un río en la oscuridad.»
El epílogo estaba escrito de manera ingeniosa. Yin no intentaba decir mucho, sino que se limitaba a explicar el modo en que ella y Yang habían leído y analizado estos poemas en la escuela cadre. Sin embargo, concluyó con una imagen de ella sola, leyendo un poema escrito por Li Yu, el cual le había recitado en una ocasión Yang en plena noche:
«¿Cuándo el ciclo eterno
de la flor de primavera y la luna de otoño
llegará a su fin?
¿ Hasta qué punto recuerda
el corazón las cosas pasadas?
Anoche, en el desván que visita
el viento del este una y otra vez,
resultaba insoportable mirar
hacia mi casa bajo la luz serena de la luna.
La baranda de madera y los peldaños de mármol deben continuar
igual, pero no su belleza.
¿ Cuánta pena me inunda?
¡Es igual que un río desbordado en primavera dirección este!»
El manuscrito poseía un valor sentimental enorme. Chen lo sostuvo con cuidado. No era de extrañar que Yin lo guardara en una caja de seguridad.
Chen se puso de pie y se dirigió a la ventana. A través de ella vio que la calle estaba despertando en ese momento. En la acera contraria vio a un Pionero Joven cruzar una puerta con prisas, atándose el pañuelo rojo con una mano; en la otra llevaba un pastel de arroz frito, y en la espalda una mochila pesada. Por un breve instante Chen creyó verse a sí mismo corriendo hacia la escuela, treinta años atrás. El inspector jefe volvió a centrarse y se dirigió nuevamente hacia el escritorio, repleto de papeles y diccionarios.
Ya tenía una tarea más que encomendar a Nube Blanca en la Biblioteca de Shanghai. Algunos de los poemas traducidos por Yang probablemente habrían aparecido en revistas sobre el estudio del inglés, aunque Chen no estaba seguro de en qué época; quizás antes del movimiento antiderechista de mediados de los cincuenta. Si así fuera, alguna anotación podría arrojar luz sobre las misteriosas abreviaturas del manuscrito. Quizás no resultasen importantes o relevantes, pero Chen sentía curiosidad. Además, la biblioteca debía tener catálogos de editoriales chinas y extranjeras. Chen podía probar a contactar con varias para averiguar si alguna estaría interesada en publicar la colección. No le corría prisa, pero le tranquilizaba pensar que estaba haciendo algo por la fallecida.
De ese modo, Chen también mantendría a Nube Blanca ocupada, y lejos de su habitación. A continuación, pensó que debería seguir trabajando en la traducción; y eso hizo, productivamente, durante un par de horas, antes de que llegara Nube Blanca. El ordenador portátil le resultó útil.
Cuando la luz del sol entró por la ventana y Nube Blanca entró en la habitación con un paquete de minibollos fritos, Chen ya había terminado varias páginas. Le explicó su nueva tarea: encontrar en revistas poemas traducidos por Yang e identificar editoriales que pudieran estar interesadas en publicar una colección de tales poemas. Chen tenía el extraño presentimiento de que con ello podría descubrir algo más, aunque no sabía qué podría ser. Se trataba sólo de una suposición. Seguramente Chen no habría ido a la biblioteca basándose únicamente en ese tipo de corazonadas, pero disponer de Nube Blanca hacía posible que lo intentara.
– Tengo que ayudar al detective Yu como pueda, ya sabes -le explicó Chen-, pero no tengo tiempo para hacerlo y a la vez trabajar en la traducción del Sr. Gu. Así que me serías de gran ayuda.
– Se supone que una pequeña secretaria ha de hacer todo lo que su jefe le pida -contestó ella con una sonrisa traviesa-. Cualquier cosa. No hace falta que me dé explicaciones. El Sr. Gu me lo ha recalcado muchas veces. ¿Pero qué pasará con su comida?
– No te preocupes por eso -repuso Chen-. Puede que tardes varias horas. Tómate el tiempo que necesites en la biblioteca.
Sorprendentemente, Chen no recibió ninguna llamada telefónica esa mañana. La traducción progresaba sin problemas. En el exterior piaba un gorrión, posado en una ramita débil a pesar del viento frío. Chen se olvidó de comer, pues se había trasladado al brillo y glamour de la ciudad en los años treinta. Estaba «borracho de dinero, deslumbrado por el oro», igual que los visitantes de Nuevo Mundo lo estarían algún día.
Cuando el teléfono finalmente sonó y le despertó en mitad de la visión de una chica francesa bailando una danza moderna, con los pies descalzos y brillantes como la nieve, sobre un escenario cubierto por una alfombra roja y situado en el interior de una casa shikumen postmoderna, Chen se desorientó al tener que volver de repente a la realidad. Quien llamaba era Yu. No había hecho demasiados progresos en la investigación, según le informó, cosa que a Chen no le sorprendió. No es que desconfiara de la capacidad de Yu, sino que las investigaciones requerían su tiempo.
– No sé si las entrevistas nos llevarán a algún lado -comentó Yu.
– Al menos podremos averiguar algo más sobre Yin.
– Eso es otra cosa. Al parecer sus vecinos no saben casi nada sobre ella. Que era escritora, y que había publicado un libro sobre la Revolución Cultural. Eso es todo. Por lo demás, era como una extraña que vivía en el edificio.
– ¿Qué hay de sus colegas?
– He hablado con el responsable del departamento. No obtuve ninguna información importante de su parte. En cuanto al expediente facilitado por las autoridades de la escuela, contiene poco más aparte de apuntes oficiales comunes.
– Cualquiera podría ponerse nervioso hablando sobre una escritora disidente -opinó Chen-. «Cuanto menos digas, mejor». Es comprensible.
– Pero para corroborar la teoría del asesino en la casa, y descartar a sus conocidos de la universidad, me hubiese gustado entrevistar a algunos de sus colegas.
– Mi opinión es que tampoco dirían mucho, pero es demasiado pronto para descartar cualquier posibilidad.
Cuando terminaron de hablar el reloj marcaba la una y media.
Respecto al proyecto de traducción, pensó Chen mientras preparaba una taza de leche de soja, quizás sí fuese buena idea visitar a algunos de los expertos en literatura que conocían a Yin o a Yang. Así que, en lugar de hablar con ellos en persona, cogió el teléfono y marcó el número del profesor Zhou Longxiang, quien había trabajado en la misma universidad que Yin. Chen había consultado con Zhou en una ocasión sobre la poesía china clásica, y desde entonces mantenían el contacto.
El profesor Zhou, quien al parecer vivía solo desde que se había jubilado, se alegró con la llamada de Chen. Comenzó a desgranar un discurso de quince minutos sobre la muerte de la poesía antes de que Chen pudiera comenzar a hablar acerca de Yin. De inmediato, Zhou se irritó.
– Era una sinvergüenza oportunista, esa Yin Lige. No debería hablar mal de los muertos, lo sé, pero cuando ella fue una C3uardia Roja no tuvo piedad en absoluto hacia los demás.