Se trataba de una insinuación sutil de que la muerte de Yin podría tener implicaciones políticas.
La revista se agotó pronto, lo cual demostraba el enorme interés que estaba adquiriendo el caso entre la gente. Tal interés resultaba de todo menos agradable para las autoridades del Partido.
– El caso ha de estar resuelto cuanto antes -ordenó una vez más el secretario del Partido Li.
De haber sido un caso sin implicaciones políticas no hubiese importado demasiado que se alargase unas cuantas semanas más. Algunos casos se encontraban en punto muerto, sin pistas ni soluciones a la vista, durante meses o incluso más tiempo, y a veces nunca se resolvían. Pero éste en particular requería una resolución inmediata. Como miembro de la patrulla de casos especiales, el detective Yu ya estaba familiarizado con los razonamientos habituales.
– Si no se resuelve las especulaciones podrían aumentar -continuó hablando Li en tono áspero-, y eso generaría una presión enorme sobre el Gobierno municipal, y también sobre el departamento policial.
– Entiendo, camarada secretario del Partido -repuso Yu-. Haré todo lo que pueda.
– ¿Y qué hace el inspector jefe Chen? No lo entiendo. Insiste en seguir de vacaciones pese a la urgencia de un caso tan importante. Y no sé cuándo piensa volver al trabajo.
– Yo tampoco -respondió Yu, consciente de que Chen no le había contado al jefe nada acerca de su proyecto de traducción. Además no le gustaba lo que estaba insinuando el secretario del Partido Li, fuese intencionadamente o no, sobre que Yu no fuera capaz de investigar un «caso especial» sin la supervisión del inspector jefe Chen.
En la patrulla de casos especial, Chen solía ser el centro de atención, de modo que el mérito acababa siendo suyo. No era de extrañar, ya que Chen se estaba convirtiendo en un miembro importante para el Partido, con conexiones incluso en Pekín. Resultaba evidente que le estaban preparando para que sucediera al secretario del Partido Li. Para el departamento también sería bueno contar con un secretario del Partido que realmente supiera algo sobre el trabajo policial, aunque no le hubieran instruido para ello. Y para ser justos, Chen hacía un buen trabajo. A Yu le traía sin cuidado que no reconocieran su mérito en una investigación llevada a cabo con Chen. El resultado era fruto del trabajo realizado por la brigada para casos especiales. Yu nunca había protestado por permanecer a la sombra de Chen. No había demasiados jefes como él an las fuerzas policiales. En ocasiones Yu se consideraba afortunado por ser su compañero. No obstante, eso no significaba que sólo el inspector jefe Chen estuviese a la altura de la misión.
A Yu no le importaba demasiado lo que otras personas pensaran o dijeran a sus espaldas, pero no podía evitar sentirse molesto cuando sus colegas, o el secretario del Partido Li, sacaban a relucir el tema, como si la brigada de casos especiales no fuera nada sin Chen, como si Yu no mereciera ningún tipo de reconocimiento.
Yu recordaba que incluso Peiqin había mencionado en una ocasión algo al respecto.
Yu se dio cuenta, apesadumbrado, de que las palabras de Li le habían ofendido. Era como si la Tierra dejase de girar en ausencia del inspector jefe Chen.
Pero, ¿qué más podría haber hecho Chen si estuviese participando en la investigación? De hecho Yu y Chen habían analizado todos los aspectos del caso.
– No se preocupe, secretario del Partido Li, me ocuparé de ello -dijo Yu-. Resolveré el caso pronto.
– Le he dado mi junlingzhuang al Gobierno municipal, camarada detective Yu -junlingzhuang era una promesa que hizo un general chino en la antigüedad: haría algo o, si no, dimitiría.
– Entonces yo también se la doy, secretario del Partido Li.
Más tarde, Yu se arrepintió de su respuesta impulsiva. Quizás algo le rondaba por el subconsciente desde hacía mucho tiempo. Quizás era hora de pensar en un nuevo rumbo en su carrera profesional. Para él, el caso de Yin Lige estaba tomando una nueva dimensión. Ya no sólo estaba decidido a resolver la investigación solo, mientras el inspector jefe Chen estaba de vacaciones. Se trataba también de una investigación con la que podía demostrar su valía profesional en su carrera como policía. Yu pensaba que, aunque sólo fuera un policía de rango bajo, si resolvía el caso la sociedad le prestaría atención. Además, aquella misión era importante porque también lo era para Peiqin, pues el trabajo de Yang significaba mucho para ella.
El punto de vista político de la investigación no le concernía. Si había algo claro era que en China nada se libraba de las garras de la política, algo que Yu había aprendido hacía mucho tiempo. El problema era cómo hacer progresos en la casa shikumen. En lugar de continuar con las entrevistas a inquilinos del edificio, Yu decidió revisar antes la estrategia con Oíd Liang.
Se habían centrado en la posibilidad de que el asesino fuera alguien que vivía en la casa. Parecían haber excluido la posibilidad de que un extraño hubiese cometido el crimen, puesto que ningún desconocido había sido visto entrando o saliendo del edificio, ya fuera por la puerta delantera o por la trasera. Pero, ¿y si se trataba de un encubrimiento? ¿Y si un testigo, o más de uno, no estuviesen diciendo la verdad?
Inmediatamente después se les presentó un problema. Había tres personas en el patio que pertenecían a tres familias distintas. Aunque la relación entre vecinos -exceptuando la de Yin- fuera tan maravillosa como Oíd Liang afirmaba, resultaba difícil imaginar que tres familias diferentes estuvieran implicadas en un complot para cometer un asesinato o para encubrirlo. Así pues, era prácticamente imposible que alguien hubiese salido por la puerta delantera. En cuanto a la trasera, la «mujer gamba» estaba segura de lo que había declarado: en ningún momento se había movido de su puesto. Pero, ¿estaba diciendo la verdad?
Mientras el detective Yu analizaba todas las posibilidades, Old Liang seguía fiel a su teoría de que el asesino vivía en la casa.
– Debería seguir interrogando a los residentes de la casa shikumen -insistió Oíd Liang-. Si quiere que le ayude con las entrevistas, por mí de acuerdo, pero creo que merece más la pena que yo continúe comprobando el pasado de los sospechosos.
– Los antecedentes son importantes, pero debemos acelerar la investigación. Hay más de quince familias en el edificio, el secretario del Partido Li me está presionando para obtener resultados.
– Así que vamos mal de tiempo.
– Tenemos que ser más selectivos a la hora de elegir a quién interrogamos. Veamos a quién le toca de la lista.
Lei Xueguang era el quinto sospechoso de la lista.
– ¡Ah, Lei! Lo crea o no, Yin le ayudó a su manera -exclamó Oíd Liang en un tono dramático que hizo que Yu pensara en su padre, Oíd Hunter-. Pero ya sabe lo que dicen, «Ninguna buena acción queda impune».
A principios de los setenta habían descubierto a Lei, por entonces estudiante de instituto, robando en una furgoneta gubernamental del distrito, y le habían condenado a diez años de prisión. Fue mala suerte que precisamente aquel año se estuviera llevando a cabo una campaña de «mano dura contra la delincuencia». Por consiguiente, castigaban a los delincuentes con mucha más severidad que otros años. Cuando Lei salió de la cárcel no tenía trabajo. No cabía la posibilidad de asignarle un trabajo en una compañía estatal. En aquella época se estaba empezando a permitir la aparición de empresas privadas, pero sólo a escala muy limitada, como un «complemento secundario de la economía socialista». Si Lei hubiera tenido una habitación en un primer piso con una puerta que diese acceso a la calle, podría haber convertido su casa en una tienda pequeña o en un restaurante. Algunas personas en la zona lo habían hecho, convirtiendo así la mayor parte de su vivienda en un negocio. Pero Lei no disponía de ese tipo de habitación. Y tampoco poseía contactos. Sus intentos por conseguir una licencia empresarial fueron en vano.