– Esa es otra cita del presidente Mao -señaló Yu con total naturalidad.
– Cai afirma que no estuvo aquí esa mañana, sino que estuvo con su madre en su casa «clavo». Claro que eso es sólo lo que él dice.
– Sí, lo comprobaremos.
Pero Yu no estaba seguro de si la entrevista con esos dos sospechosos llevaría a algún lado. Cuando Oíd Liang se marchó para continuar investigando sus antecedentes, Yu decidió hacer algo diferente. Llamó por teléfono a Qiao Ming, el ex decano de la escuela cadre, a quien Yin había escupido en el acto en memoria de Yang.
Peiqin y él habían hablado sobre la posibilidad de que Qiao pudiera haber tenido motivos para matar a Yin. Dado que la novela de Yin era de naturaleza autobiográfica, aunque no aparecieran nombres, mucha gente podría haberse preocupado o enfadado. Wan, el vecino del piso superior, era sólo un ejemplo. Quienes hubiesen asistido a la misma escuela cadre que Yin, posiblemente habrían sido presas del pánico. Además, nadie podía adivinar si Yin pretendía escribir un segundo libro, explicando todavía más detalles realistas y comprometidos. Todo era posible.
– No se crea nada de lo que lea en Muerte de un Profesor Chino-comenzó Qiao-. Sólo es un puñado de mentiras.
– Muerte de un Profesor Chino es una novela, lo sé. Pero yo estoy investigando un caso de homicidio, camarada Qiao, así que debo tratar todos los aspectos.
– Camarada detective Yu, sé porqué quiere hablar conmigo, pero deje que antes le diga algo. Con respecto a lo que sucedió durante la Revolución Cultural, debemos mantener una perspectiva histórica. Nadie era vidente para predecir todos los cambios que sucederían en el futuro. Por entonces, ¡simplemente creíamos en el presidente Mao!
– Sí, todo el mundo creía en el presidente Mao, es algo que no cuestiono, camarada Qiao.
– El libro se centra en la persecución que sufrieron en la escuela cadre. Sin embargo, ese no era lugar para que alguien se enamorara, no en aquella época. La prioridad número uno era, según el presidente Mao, que la gente se reformara a sí misma. A partir de la llamada desde Pekín en relación con los poemas de Mao, la escuela cadre hizo una excepción permitiendo que Yang pudiera conservar sus libros y diccionarios. En aquellos días se trataba de un auténtico privilegio. Alguien nos informó de que estaba escribiendo un libro, y al principio ni siquiera quisimos interferir. Como ve, Yang no desperdició por completo esos años.
– ¿Averiguó qué tipo de libro estaba escribiendo?
– Más tarde, cuando le trasladamos a la sala de aislamiento, registramos su habitación en la residencia, pero no encontramos nada. Quizás se tratara de un manuscrito en inglés.
– Por favor, explíqueme las circunstancias de la muerte de Yang.
– Sucedió un verano en que hacía un calor sofocante. Todos trabajábamos en el arrozal, igual que los agricultores de la localidad. No sólo Yang tenía que trabajar allí. De hecho, mucha gente enfermó. En cuanto a una posible negligencia, analizándolo en retrospectiva, si hubiésemos sabido que se trataba de algo serio… Pero quizás ni él se dio cuenta. La escuela cadre estaba situada en Qingpu. Por aquel entonces, los medios de transporte no eran como los de ahora. No había ningún taxi en la zona. ¿Cómo podía la escuela cadre responsabilizarse de su trágica muerte?
– Se podría discutir sobre el hecho de que Yang fuera perseguido hasta el día de su muerte. Fuese como fuese, la reacción de Yin es comprensible. Sufrió mucho durante esos años.
– ¡Y yo también! -protestó Qiao-. Todos esos años permanecí en la escuela cadre, trabajando allí. ¿Y acaso he ganado algo? No, nada. Cuando la Revolución Cultural terminó, fui sometido a un «reconocimiento político» durante dos años. Mi mujer me pidió el divorcio, se deshizo de mí igual que de un calcetín sucio.
– Sólo una pregunta más. ¿Dónde estuvo la mañana del siete de febrero?
– En Anhui, cobrando pagos pendientes para la empresa donde trabajo. Unas cuantas personas, entre ellas el personal del hotel, pueden corroborarlo.
– Gracias, camarada Qiao. Creo que por hoy ya no tengo más preguntas. Mire hacia el futuro, que es lo que siempre dice el People's Daily.
La charla telefónica había resultado de poca ayuda, aunque no una pérdida total de tiempo. En primer lugar, Yu se había enterado de que durante los últimos años de su vida, Yang había seguido trabajando, quizás en la traducción de poemas de amor clásicos chinos que habían encontrado en la caja de seguridad de Yin. Y en segundo lugar, se había demostrado la máxima de Oíd Hunter: el pasado sigue siempre presente. Casi veinte años después, la gente continuaba opinando sobre la Revolución Cultural desde la misma perspectiva forjada en aquel entonces.
Yu detuvo la cinta en la que había grabado la conversación telefónica. Pensó que al inspector jefe Chen podría interesarle. Marcó el número del domicilio de su jefe.
– Puedes sospechar de todos los que viven en el edificio -dijo Chen tras haber escuchado el resumen que le hizo Yu-, pero cuando todo el mundo resulta sospechoso, nadie es sospechoso.
– Exacto -repuso Yu-. Oíd Liang ve sólo lo que quiere ver.
– Oíd Liang ha sido policía del distrito durante demasiados años. El trabajo de un policía residente, a pesar de haber sido importante durante los años de lucha de clases, en la actualidad apenas es relevante. Pero no puede evitar ver el mundo desde su punto de vista anticuado -continuó Chen-. Su Dongpu lo describió muy bien: «No puedes verla cara auténtica de las montañas Lu, / cuando todavía estás dentro de ellas».
Así era su jefe. Solía citar a algún poeta fallecido hacía mucho tiempo en mitad de una investigación. Tal hábito en ocasiones resultaba irritante.
A continuación, el detective Yu volvió a dirigirse a la casa shikumen.
Cai no estaba en casa. Lindi, una mujer de facciones delgadas que tenía casi cincuenta años, se encontraba en el patio, abriendo un montón de caracolas de río con unas tijeras oxidadas. Wan también estaba allí, sentado en un taburete de bambú, bebiendo de una tetera morada de piedra. En esta época del año, la gente no solía sentarse al aire libre. Cuando Wan vio al detective Yu, masculló unas palabras y se marchó.
Después de que Yu se le presentara, Lindi le condujo escaleras arriba, en dirección a una habitación pequeña. Sin duda, era difícil que una familia de tamaño medio cupiera en este tipo de habitaciones multiusos, así que aún peor si se trataba de tres familias. Sin embargo, Lindi vivía allí con su hijo y la «mujer» de éste, su hija, un bebé que no dejaba de llorar, y también con Cai, su yerno, la mayor parte del tiempo. Por suerte, era una habitación con techo relativamente alto, lo cual posibilitó la construcción de dos desvanes improvisados, con una escalera común que daba acceso a ambos espacios. En comparación, pensó el detective Yu lleno de sarcasmo, sus condiciones de vida podrían considerarse una maravilla.
Según Lindi, Cai no estaba en casa esa mañana. Y tampoco había estado la mañana del siete de febrero.
– Nadie sabe realmente a qué se dedica -dijo Lindi suspirando-. Advertí a Xiuzhen sobre su elección, pero no me hizo caso.
– Algo he oído. ¿Y su hijo Zhenming?
– La casa para él es como un hotel gratis, y también como un restaurante gratis. Viene cuando quiere. Ahora también se trae a otra persona.
– Por favor, cuénteme lo que sepa sobre Yin, camarada Lindi.
– Era diferente.
– ¿Por qué?
– Tenía una habitación para ella sola, mientras que en nuestra única habitación conviven tres familias. ¿Que sufrió durante la Revolución Cultural? ¿Y quién no? Mamando murió en la «lucha armada» entre las organizaciones de obreros, sacrificando hasta la última gota de sangre por el presidente Mao. Después de su muerte, ni siquiera le dedicaron un funeral en su memoria -continuó tras hacer una pausa-. Una de las razones por las que Xiuzhen se casó con Cai no fue su dinero, porque para empezar no tenía tanto, sino porque mi hija había perdido a su padre cuando ella sólo tenía cuatro años.