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Y luego estaba la investigación del caso Yin Lige, la cual, de pronto, había cobrado significado para Peiqin. No se trataba exactamente de un significado o un valor nuevos, ya que su interés venía de muy atrás, desde que asistía al instituto. Entonces sus lecturas eran un secreto, ya que oficialmente sólo se podía acceder a los libros escritos por el presidente Mao; las bibliotecas estaban cerradas, novela y poesía no estaban disponibles, y una joven con antecedentes familiares como los de Peiqin debía tener mucho cuidado a la hora de llevar las novelas escondidas debajo del brazo, ocultas bajo el abrigo acolchado. Igual que hacían otros, Peiqin tenía que recurrir a libros publicados anteriormente, que circulaban todavía de forma clandestina. «Rica» con media docena de libros que había podido esconder de las garras de la Guardia Roja, ella y varias personas más habían formado una red clandestina de intercambio de libros. Tenían una especie de «tarifa de intercambio»: El Padre Goriot de Balzac tenía un valor equivalente a Tiempos Difíciles de Dickens más una novela china como La Canción de la Juventud o La Historia de la Bandera Roja. En la red, si un miembro podía conseguir un libro nuevo a través de un contacto en el exterior, entonces el libro pasaba cada día de un miembro a otro.

Peiqin desarrolló preferencia por ciertos escritores. Yang, traductor contemporáneo excepcional, era uno de sus favoritos. En su opinión, prácticamente no existía ningún escritor chino moderno cuya innovación estilística pudiera compararse con la de Yang, quizás porque él poseía una sensibilidad única respecto al lenguaje, introducía en las obras chinas expresiones occidentales y, en ocasiones, también sintaxis. En la historia de la literatura china moderna, según había observado Peiqin, la mayoría de los intelectuales que poseían una gran formación se dedicaban a la traducción más que a la escritura, por razones políticas que no eran difíciles de comprender.

Cuando Peiqin dejó el instituto para marchar a Yunnan, llevó consigo algunos de estos libros «perniciosos». No le dijo a Yu nada acerca de ellos. No es que tuviera la intención de ocultarle nada; más bien le preocupaba que la pasión que sentía por los libros la hiciera menos accesible a Yu. Además, Yu estaba demasiado ocupado, no sólo cumpliendo con sus tareas en el campo, sino también muchas veces con las de ella.

En Yunnan Peiqin averiguó que Yang, además de traducir novelas, también había compuesto poemas. Encontró un poema corto en una vieja antología, el cual copió en un cuaderno y lo memorizó. No fue hasta su vuelta a Shanghai cuando Yin editó la colección de poemas de Yang y ésta empezó a venderse en las librerías. Por entonces, Peiqin ya no era una joven sentimental; aún así, le encantaron los poemas. Se le rompió el corazón cuando se enteró de que la carrera poética de Yang se había suspendido incluso antes de que comenzara la Revolución Cultural. En la colección, también leyó unos cuantos poemas escritos poco antes de su muerte.

En ese momento, Peiqin cogió la colección de poemas que Yin había editado y comenzó a leer un poema titulado Muñeco de Nieve:

«Has de ser un muñeco de nieve

Para permanecer en la nieve

Escuchando siempre el mismo mensaje

Que aulla el viento

Con paciencia imperturbable,

Mirando fijamente el paisaje

Sin perderte en él

Mientras un cuervo hambriento y sin hogar

Comienza a picarte en la nariz roja,

Parecida a una zanahoria.»

Peiqin no creyó haber entendido realmente el poema, aunque de repente sintió una sensación similar a la espiritualidad budista, gracias a la identificación con el poeta. Yang debió haberse sentido tan solo, tan desolado, tan frío, ahí de pie igual que un muñeco de nieve. Peiqin no tuvo que adivinar cuál podría ser «el mismo mensaje que aulla el viento». O quién era el «cuervo hambriento y sin hogar». Pero el muñeco de nieve no se perdía en el paisaje: paradójicamente, mantenía su forma humana en mitad de la nieve.

Peiqin miró la fecha que figuraba debajo del poema. Probablemente había sido escrito antes de conocer a Yin. Pudo comprender entonces el enorme cambio que debió de experimentar Yang en "su vida al aparecer Yin en ella.

Pero Peiqin no sólo se había interesado por la investigación sobre el caso Yin por Yang, ni siquiera porque con ello pudiera ayudar laboralmente a su marido. Se debía también a un anhelo en su subconsciente que creía haber dejado atrás hacía mucho tiempo. El anhelo por descubrir algo, algún sentido, a su propia vida, igual que el sentido que se puede encontrar en el «muñeco de nieve».

Cuando Geng amplió el negocio, le sugirió que fueran socios. Peiqin no habló de ello con Yu. Consideraba que era demasiado pronto para prescindir del tazón de hierro. Nadie podía predecir el futuro de la reforma económica en China. Además, un restaurante no era el tipo de negocio que verdaderamente le interesaba. Anteriormente, había ayudado a su marido y al inspector jefe Chen durante la investigación por la muerte de un empleado de la National Model, pero Peiqin nunca había pensando que pudiera llegar a involucrarse tanto en una investigación. La combinación tentadora de hacer algo por un escritor al que admiraba, o por Yu, y hacer algo también por sí misma, le resultó irresistible.

¿Podría encontrar alguna pista que Yu hubiera pasado por alto? Desde luego ella no podría investigar el caso como él. Durante la semana debía ir a la oficina, y reservaba el fin de semana para ayudar a Qinqin con los deberes. Sólo podía hacer una cosa, admitió: leer. Yu solía bromear diciendo que Peiqin se había sumergido en El Sueño de la Cámara Roja sólo Dios sabe cuántas veces. Peiqin pensó en releer detenidamente Muerte de un Profesor Chino.

– Peiqin, si no bajas, la sopa se enfriará -gritó alguien desde la cocina.

Colocó los libros y bajó las escaleras.

El restaurante estaba lleno de clientes. Una de las nuevas especialidades era pastel de arroz y filetes de cerdo estofados con salsa de soja, una selección muy demandada. Aunque numerosos restaurantes estatales habían sufrido competencia importante por parte de restaurantes privados, Four Seas había salido adelante sin demasiados problemas. Probablemente se debiera a su buena localización.

Peiqin tomó asiento en un banco cercano a la cocina. Sobre la mesa le esperaba una ración de pastel de arroz con filetes de cerdo y, además, un cuenco de sopa de cabezas de pescado. El pastel de arroz estaba rico, mullido y glutinoso, los filetes de cerdo tiernos, y la sopa deliciosa, brillante con pimienta roja espolvoreada sobre la superficie. Fue una pena que no pudiera llevársela a casa. Una vez fría, la sopa de pescado comenzaría a oler mal.

Xiangxiang, lavaplatos también de la antigua juventud educada, se acercó a Peiqin. Xiangxiang debía llevar unas botas de goma que crujían cuando caminaba, ya que la zona del fregadero siempre estaba mojada. Cuando se sentó junto a Peiqin, se descalzó vina bota. Tenía el pie empapado. Xiangxiang tenía la espalda ligeramente encorvada por estar todo el día inclinada lavando platos, y los dedos rojos, agrietados e hinchados como zanahorias. Trabajaba siete días a la semana por un acuerdo especial. Habían despedido a su marido, de modo que debía mantener a toda la familia.