– Nos rompemos los cuernos a trabajar, ¿y para qué? -protestó Xiangxiang, secándose las manos en el delantal gris-. Toda la carne es para el Gobierno. A nosotros no nos queda más que el caldo.
Con el fin de superar a la competencia, el restaurante había empezado a ofrecer servicio de cena, en lugar de abrir sólo durante las mañanas y mediodías. El negocio había mejorado, pero los empleados poco se beneficiaban de las ganancias, exceptuando incentivos de poco valor económico como la sopa de cabezas de pescado.
– Tampoco nos está yendo tan mal con nuestra ubicación, y también gracias a nuestra reputación.
– Geng sí que ha sido listo. Ahora él es su propio jefe.
– La sopa está deliciosa -dijo Peiqin, terminándose el pastel de arroz. Era cierto. En Yunnan una comida así habría parecido un banquete. Se preguntó si ella sería como A Que, un personaje muy conocido creado por Lu Xun. Se trataba de un personaje que siempre lograba ver el lado positivo de todas las cosas, fueran cuales fueran las circunstancias. ¿Poseía un lado «A Que» por haber pensado aquello?-. Debo volver al trabajo, Xiangxiang.
– Con todo el trabajo de contabilidad que tendrás, ahora que trabajamos dos turnos en lugar de uno, sigues encargándote tú sola -comentó Xiangxiang-. No es justo.
– No hay nada justo. La vida no es justa.
Cuando volvió al despacho, Peiqin sacó de nuevo el libro y algunas revistas.
En esta ocasión, Peiqin no comenzó a leer Muerte de un Profesor Chino desde el principio. En lugar de eso, probó a centrarse en algunas páginas que había marcado. Esta segunda lectura confirmó algo que ya había percibido anteriormente: la calidad de la escritura no era uniforme. Había partes del libro que parecían haber sido escritas por un principiante, mientras que otras eran totalmente sofisticadas. Era como si el libro hubiese sido escrito por dos personas diferentes. Sobre todo la parte que explicaba las causas de la Revolución Cultural, la cual poseía gran fuerza analítica. Resultaba difícil pensar que una joven apasionada de la Guardia Roja pudiera tener tanta percepción histórica. Sin embargo, los siguientes capítulos estaban repletos de detalles sobre las organizaciones locales de la Guardia Roja, sus conflictos e intereses, sus luchas por el poder, y las reivindicaciones personales de los miembros. Algunos de estos detalles resultaban triviales e irrelevantes.
Según Peiqin, la calidad del libro podía variar a lo largo de éste, pero sin duda la variedad extrema que mostraba Muerte de un Profesor Chino era anormal.
Peiqin no podía evitar pensar que alguien, además de Yin, hubiese escrito el libro. Se rio de sí misma, negando con la cabeza mientras se miraba en un espejo pequeño y algo agrietado que había sobre el escritorio.
Cuando apartó la mirada del libro, vio que eran casi las dos en punto. Se levantó y comenzó a pasear por la habitación. Ella podía caminar tranquilamente por la oficina, pero el director del restaurante debía acordarse siempre de agachar la cabeza, pues el techo era bajo. Llamó por teléfono para asegurarse de que Hua no volvería ese día. A continuación, cerró la puerta con llave y volvió a llamar, estaba vez al inspector jefe Chen.
Tras saludarse educadamente, Peiqin le preguntó:
– ¿Qué opinas de Yin como escritora, inspector jefe Chen?
– Todavía no he leído su libro. En los últimos días he hablado por teléfono con personas que sí lo han leído. Al parecer no tienen una opinión demasiado buena sobre él. Claro que, quizás influya el hecho de que Yin fuera una Guardia Roja.
– Entiendo. Yo lo he leído varias veces. Y hay una cosa que no me encaja. Algunas partes están escritas de modo poco profesional, al menos esa es la impresión que tengo, prácticamente como un diario de una estudiante de instituto. Pero otras partes están muy bien, como el principio del libro, que explica el trasfondo histórico.
– Esa es una observación muy perspicaz -repuso Chen-. Referente a la calidad irregular del libro, un crítico tuvo un punto de vista similar. Señaló que Yin podría haber tenido a otro escritor trabajando para ella. Después de todo, nunca antes había escrito nada.
– Pero eso no explica la falta de coherencia.
– El otro escritor podría haberla ayudado a escribir sólo parte del libro. Quizás hayas encontrado el móvil que estamos buscando. Quizás alguien le pidiera dinero por mantener su secreto, es decir, el escritor que trabajó para ella o cualquier que lo hubiese averiguado -Chen hizo una pausa antes de contradecirse a sí mismo-, pero no, si la estaba chantajeando, ¿para qué matarla? Estoy confundido.
– A mí también me confunde.
– Aún así, podría ser importante. Al menos podría conducir a un posible móvil. Muchas gracias, Peiqin. He estado demasiado ocupado con mi traducción para ayudar a Yu con el caso.
– No tienes que darme las gracias. Solamente he leído la novela. Tampoco tengo demasiado que hacer en el restaurante.
– Pero estás siendo de gran ayuda en la investigación.
Sin embargo, eso era lo único que podía hacer por el momento. Decidió volver a casa más pronto de lo normal.
Debía hacer algo más, recordó. Algo diferente.
CAPÍTULO 12
Desde comienzos de la traducción, el inspector jefe Chen se había acostumbrado a las sorpresas. La sorpresa de esa mañana llegó ociando apareció un hombre larguirucho con la intención de instalar un calentador eléctrico y una unidad de aire acondicionado en el apartamento de Chen. El instalador estaba casi tan sorprendido como el inspector jefe, ya que Chen estaba seguro de no haber solicitado tal instalación.
Chen recordaba haber leído algo acerca de los calentadores eléctricos. La mayoría de los edificios nuevos en la ciudad todavía no disponían de un sistema de agua caliente. De modo que los calentadores eléctricos eran una opción, aunque muy cara. Chen nunca se había planteado instalar uno en su propio apartamento. Después de todo, siempre podía ducharse en comisaría. En cuanto al aire acondicionado, ni siquiera había soñado con tenerlo.
Supuso de quién debía de haber sido la idea, e hizo una llamada de teléfono.
– No puedo aceptar nada tuyo, Sr. Gu. Es cuestión de principios, ya sabes.
– Nube Blanca dice que en tu habitación hace mucho frío. Eso no es bueno para tu trabajo. En el Club Dynasty sobran algunos equipos. Entonces, ¿por qué desperdiciarlos?
– No. Es demasiado.
– ¿Y si me lo pagas?
– No me lo puedo permitir.
– Los compré al por mayor, así que me hicieron descuento.
Y luego está la depreciación que han sufrido a lo largo de los tres años que hace que los tengo. ¿Qué tal novecientos yuanes?
Y no tienes que pagármelos ahora. Te lo descontaré del pago por la traducción.
– Te estás excediendo conmigo, Sr. Gu.
– No, soy un hombre de negocios. Los aparatos están aquí sin hacer nada, sin ningún uso, en el trastero. Ya decir verdad, creo que un profesional de tu nivel debería haberlos tenido hace mucho tiempo. Eres un hombre íntegro, y te admiro por ello -Gu cambió de tema repentinamente-. Oh, si pudiera lograr que los americanos invirtieran gracias a la propuesta de negocios que me estás traduciendo, mi sueño se haría realidad.
– No sé qué contestar.
– Quiero decir que me estás haciendo un gran favor, inspector jefe Chen.
Pero Chen continuó preocupado durante un buen rato después de la conversación telefónica, mirando fijamente la traducción sobre la mesa. Y no se debía sólo al ruido que hacía el encargado de la instalación en el cuarto de baño, ya que, al parecer, instalar el aparato resultaba muy complicado, pues debía manejar también algunos tubos muy largos. Seguramente tardara bastante tiempo en acabar.