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Además de los empresarios presuntuosos en sus negocios privados, los funcionarios del Partido o los miembros importantes de éste también habían empezado a utilizar estos modernos aparatos en sus apartamentos. Así pues, resultaba fácil que la gente se percatara de la corrupción tan generalizada y que señalara enfadada con el dedo a esos pocos privilegiados. El mismo Chen se había quejado de ello.

Sin embargo -reflexionó- algunas cosas podían provenir de fuentes «algo dudosas». Un miembro del Partido como él, que estaba empezando a cobrar protagonismo, debía tener contactos beneficiosos para su trabajo; contactos como el Sr. Gu. Y a partir de dichos contactos surgían» otras cosas. En China, según las últimas estadísticas, los contactos lo eran todo. Guanxi.

Chen prefirió evitar especular a partir del resultado de las estadísticas. Por el momento, la única alternativa que le quedaba era concentrarse en la propuesta Nuevo Mundo. En ocasiones, podemos ser más productivos bajo presión. Cuando se quiso dar cuenta, había traducido dos páginas antes de tomarse un breve descanso.

El calentador ya había empezado a funcionar. Emitía un zumbido leve. Igual sucedería en Nuevo Mundo, que a pesar de su imagen exterior, dispondría de todo tipo de comodidades modernas en el interior. Los dedos de Chen se movían con destreza sobre el teclado, con un ritmo nuevo. Chen miró por la ventana y vio otro complejo de apartamentos asomando no demasiado lejos. Un árbol tung solitario temblaba con el viento frío. Resuelto, volvió la vista de nuevo hacia el texto escrito en la pantalla del ordenador.

Nuevo Mundo podría llegar a ser igual que la China actual, llena de contradicciones. Por fuera, el sistema socialista bajo el mando del Partido Comunista; por dentro, prácticas capitalistas disfrazadas.

¿Podría llegar a funcionar la combinación de ambas?

Tal vez. Nadie estaba en posición de asegurarlo, pero parecía que por el momento había ido bien, a pesar de la tensión existente entre ambas partes. Y también a pesar del precio: la brecha cada vez mayor entre pobres y ricos.

Los ricos ya habían empezado a interesarse por el mito existencial de Shanghai -el París del Este, el esplendor y la gloria de los años treinta- como parte de la superestructura a elevar sobre la base económica socialista. Lo primero justificaba lo segundo, y viceversa, igual que uno de los principios marxistas que Chen había estudiado en la universidad.

Para personas como Gu, y para el tipo de clientes que esperaba tener, una vez establecida la base económica, un Nuevo Mundo desafiante podría, y tal vez debería, existir. Pero, ¿qué sucedería con los pobres, quienes en el mundo real a duras penas podían seguir sobreviviendo?

Chen se recordó a sí mismo que él no era un filósofo ni un economista. No era más que un policía que, por casualidad, estaba traduciendo una propuesta empresarial relacionada con la historia de la ciudad.

Cuando el instalador finalmente marchó, tras haber aceptado el cigarrillo que Chen le ofreció y habérselo colocado detrás de la oreja, Chen se dio cuenta de que, por alguna razón, había reducido el ritmo de la traducción. El nuevo apartado trataba sobre los planes de marketing en el contexto de la globalización. Chen no tenía problemas a la hora de comprender el texto en chino; sin embargo, no estaba seguro del equivalente exacto en inglés. No era sólo una cuestión de consultar los términos en el diccionario, ya que se trataba de gran cantidad de palabras nuevas, las cuales acababan de aparecer recientemente en el vocabulario chino. En la economía socialista de China, por ejemplo, «marketing» era un concepto que no existía. Las compañías controladas por el Estado se limitaban a seguir fabricando productos según los proyectos del país. No había necesidad ni espacio para el marketing. Durante muchos años, los habitantes de China recurrían a un proverbio: «Si el vino huele estupendamente, los clientes lo comprarán, por muy larga que sea la cola». Tal planteamiento no era aplicable al mundo empresarial actual.

Quizás esa fuese una de las razones por las que -suponiendo que Gu le hubiese contado la verdad- el primer traductor fracasó.

Chen preparó una taza de té. La habitación parecía acogedora, un ambiente casi íntimo, con el calentador zumbando cerca de la estantería.

Estaba previsto que Nube Blanca llegara por la tarde. Chen echó una ojeada a su cuaderno. Nube Blanca podría ayudarle a encontrar las definiciones que necesitaba en un diccionario nuevo, pero eso no sería suficiente. Según tenía entendido, los diccionarios de inglés-chino más recientes habían sido recopilados hacía cinco o seis años, cuando gran número de estos términos no eran en absoluto comunes en China. De modo que Chen debería leer algunos artículos o libros sobre marketing, no necesariamente para obtener el significado exacto, sino para traducir aproximadamente tales ideas al inglés.

Chen se saltó el apartado de marketing y avanzó hacia la parte que trataba sobre el negocio de hostelería en Nuevo Mundo. Esa sección resultó ser entretenida y apasionante.

Alrededor de la una, llegó Nube Blanca. Tenía aspecto de cansada, incluso algo ojerosa, con círculos oscuros perceptibles debajo de los ojos almendrados. Quizás hubiese estado estudiando hasta tarde la noche anterior, ya que durante el día había estado ocupada con sus tareas de pequeña secretaria.

Se quitó la chaqueta y la colocó sobre el sofá. Enseguida' notó el cambio de temperatura en la habitación. Se volvió hacia Chen sonriendo abiertamente.

– Gracias por sugerírselo a Gu -le dijo Chen.

– Debería haberlo tenido hace ya tiempo. No sea tan duro consigo mismo -repuso ella-. Ah, aquí está la cinta con la entrevista realizada al personal de la universidad.

– Eres una gran secretaria, Nube Blanca.

– Pequeña, no grande -dijo con una risita tonta.

A Chen le hubiese gustado escuchar la cinta en ese mismo instante, pero la presencia de Nube Blanca en la habitación hacía complicado poder centrarse en la investigación.

– ¿Puedo darme una ducha caliente? -preguntó la chica.

– Por supuesto. Pero acaba de venir el técnico y no he tenido tiempo para limpiar.

– Por eso no se preocupe -contestó.

Nube Blanca se descalzó, entró en el cuarto de baño con el bolso y le dedicó una sonrisa justo antes de cerrar la puerta. Chen se preguntó si aquél podría ser un gesto deliberado, con el cual estuviera invitándole a acompañarla. Con el sonido de la ducha de fondo, intentó no pensar demasiado en el significado de «pequeña secretaria».

Comenzó a escuchar la cinta. Lo que contenía no eran entrevistas exactamente, sino más bien una recopilación de comentarios realizados por distintas personas. No era de extrañar, puesto que Nube Blanca carecía tanto de la autoridad como de la formación de un agente policial. De hecho, resultaba sorprendente que los entrevistados hubiesen accedido a hablar con ella.

La primera entrevista fue la realizada a un antiguo profesor de la universidad donde Yin daba clases: «Era una oportunista. ¿Que por qué lo digo? En primer lugar, ¡vio la oportunidad de unirse a la Guardia roja! Y nos convirtió a todos en el blanco de sus despiadadas críticas revolucionarias. Cuando su suerte cambió y la declararon una rebelde, vio la oportunidad de juntarse con Yang. Él era un intelectual brillante. Igual que una mina sin explotar, como si comprara acciones a bajo precio. Más tarde o más temprano la Revolución Cultural llegaría a su fin, seguramente Yin lo tenía previsto. Sólo que llevó aquel drama romántico demasiado lejos, a costa de Yang. Aún así, no salió perdiendo, ¿verdad? El libro, la fama, el dinero, ¡y a saber qué más!»

El siguiente entrevistado fue un profesor jubilado de nombre Zhuang que había trabajando con Yang durante varios años y había visto a Yin unas cuantas veces: «Yang sentía demasiada pasión por los libros. Incluso en aquella época, continuaba siendo un idealista, escribiendo y leyendo, parecido al Doctor Zhivago, en mi opinión. En cuanto a ella, ya era una solterona corriente, con problemas en su expediente político. Era su última oportunidad, y claro está, luchó por aferrarse a ella».