Mientras Yu le servía a Peiqin la sopa de judías verdes en un tazón, no pudo evitar volver a pensar en la «mujer gamba».
– Mira, te has manchado la mano -le dijo Peiqin-. Te dije que no te preocuparas por el carbón.
– Pero si no lo he tocado -contestó, sorprendido al ver los restos de suciedad en la mano, y también en el tazón.
Extraño. ¿Cómo había llegado el polvo de carbón a su mano? No había ayudado a Peiqin en absoluto. Quizás la cazuela estuviera manchada. La había tocado al servir la sopa.
– No, vertí la sopa en la cazuela antes de empezar a cortar el carbón. Y luego estuve en el patio hasta que llegaste.
– No te preocupes -dijo Yu, cambiando de tema-. ¿Has descubierto algo más leyendo?
– Unas cuantas cosas interesantes, aunque no consigo ver la relación con el caso. Y el inspector jefe Chen tampoco. Le he llamado esta tarde -explicó-. Ah, me acabo de acordar. Ha venido Oíd Hunter, cargando con bolsas de comida en ambas manos. Así que le abrí la puerta. Tenía las manos húmedas. Por eso había polvo en la cazuela y también en tu mano. Lo siento.
– No tienes que disculparte, Peiqin, pero de verdad que no tienes que cortar briquetas de carbón. Seguro que Geng se las apaña.
– Es igual que cuando hacíamos tabiques en Yunnan, ¿te acuerdas?
Desde luego que se acordaba. ¿Cómo iba a olvidar aquellos años en Yunnan? Tenían que levantar tabiques con sus propias manos, en respuesta al llamamiento urgente del presidente Mao: «Preparaos para la guerra». Los tabiques nunca se utilizaron, y tras años de viento y lluvia, volvieron a disolverse en la tierra.
– Si no me hubiese manchado la mano de carbón, ¿te habrías acordado que Old Hunter había vuelto a casa y que le habías abierto la puerta?
– Seguramente no. Abrir la puerta es un gesto automático. Sólo tardé un segundo. ¿Por qué?
– Por nada.
Pero había algo, pensó Yu. El testimonio de la «mujer gamba» sobre la mañana del siete de febrero en que había estado junto a la puerta trasera del edificio shikumen parecía irrefutable. Sin embargo, la «mujer gamba» podía haberse ausentado de su puesto un segundo, igual que Peiqin, no caer en la cuenta y después no recordarlo. De haber sido así, el asesino podría haber salido de la casa por la puerta trasera sin ser visto.
Pero, ¿sería posible que el asesino hubiera tenido la suerte de salir del edificio en aquel preciso instante y que nadie le viera?
Muchas cosas podían depender de la coincidencia, una llamada telefónica a horas intempestivas, una llamada a la puerta, una mirada inesperada en mitad de la oscuridad… pero, ¿no era una situación algo, mejor dicho, demasiado oportuna en el caso en cuestión? Resultaba difícil pensar que la secuencia de los hechos hubiera ocurrido, a menos que el asesino hubiese estado esperando desde algún lugar a que la «mujer gamba» se levantara de su taburete. ¿O quizás faltaba algo en la reconstrucción de los hechos realizada tras descubrir el crimen?
Yu extrajo del bolsillo su bloc de notas y consultó una página ya muy manoseada. Había confeccionado un horario con las entradas de los inquilinos en la habitación de Yin la mañana del siete de febrero:
6.40 Lanlan entró rápidamente en la habitación e inmediatamente después empezó a realizar la RCP china y a pedir auxilio;
6.43-6.45 Junhua se apresuró a entrar en la habitación, seguida de su marido, Wenlong;
6.45-6.55 Llegaron Lindi, Xiuzhen, Tío Kang, el pequeño Zhu, y Tía Huang;
6.55-7.10 Entró más gente en la habitación, entre ellos Lei, Hong Zhenshan, la «mujer gamba», Mimi, yjiang Hexing;
7.10-7.30 Oíd Liang y los miembros del comité de vecinos llegaron a la escena del crimen.
Quizás las horas no fuesen exactas, pero básicamente ese era el orden en que entraron en la habitación de Yin. Yu lo había comprobado y vuelto a comprobar con la ayuda de Oíd Liang.
– ¿Qué sucede? -preguntó Peiqin-. Parece como si te hayas quedado en blanco.
Yu le explicó el paralelismo del caso, con el polvo de carbón antes de mostrarle el horario que había confeccionado en el bloc de notas.
– ¿Quién es esta «mujer gamba»? -preguntó Peiqin.
– Es una testigo importante, puesto que descartó la posibilidad de que alguien hubiese entrado o salido por la puerta trasera. El asesino no pudo haber salido por la puerta delantera a menos que, igual que en esas novelas de Agatha Christie de las que habla el inspector Chen, hubiera mucha gente implicada en una conspiración. Así pues, a no ser que el asesino estuviera ya en el edificio, es decir, que fuera uno de los inquilinos, debió de haber salido por la puerta trasera. La «mujer gamba» dijo que todo el tiempo había tenido la puerta a la vista, pero ¿y si no fue así?, ¿y si se levantó un momento pero no lo recuerda? Es más, ¿y si fuera ella la criminal?
– Tienes razón.
– Ella fue quien estuvo más cerca de la habitación tingzijian. Debería haber oído gritar a Lanlan. La puerta trasera estaba completamente abierta, así que debería haber visto a los inquilinos correr escaleras abajo.
– Entonces, quieres decir…
– Debería haber sido de las primeras en llegar a la habitación, pero tardó quince minutos. Sí, al menos quince minutos, según mi cuadro.
La «mujer gamba» conocía el edificio shikumen, y los hábitos de los demás residentes. Conseguir una llave no habría significado un problema para ella, ya que guardaba relación con los inquilinos desde hacía muchos años.
– No existe otro motivo como la pobreza -repuso Peiqin.
– Posiblemente sea cierto -dijo Yu-. La «mujer gamba» está muy necesitada. Se quedó sin trabajo hace dos años, y ni siquiera está en la lista de espera para el programa de pensiones. No creo que subiese a la habitación de Yin con la intención de matarla, pero suponiendo que la matara en un ataque de pánico, podría haber vuelto a su casa y haber escondido allí los objetos robados. Eso explicaría por qué no llegó a la habitación de Yin hasta quince minutos más tarde.
Yu echó una ojeada al reloj. Se preguntó si debería echar a correr de vuelta a la oficina del comité de vecinos. En ese momento el teléfono sonó.
Otra coincidencia. El inspector jefe Chen le llamaba para explicarle que Yin había solicitado renovar su pasaporte.
– ¿Cómo ha podido Seguridad Nacional ocultarnos esa información tan importante? -protestó Yu indignado-. Seguramente el secretario del Partido Li sí lo supiera. ¡Esto es intolerable!
– La Seguridad Nacional suele actuar de manera muy extraña, comprensible sólo desde su propia lógica. Puede que ni el secretario del Partido Li estuviera enterado.
– Política aparte, ¿qué relación crees que puede tener la solicitud de renovación de pasaporte con nuestro caso?
– Existen varías posibilidades. Por ejemplo, si el asesino estaba al corriente de su solicitud, quizás hubiese tenido que actuar antes del viaje. Pero eso implica un móvil que todavía no hemos descubierto.
– Creo que tienes razón, jefe. Hay algo que todavía no sabemos sobre Yin Lige.
– ¿Pero quién podría haberse enterado de que había solicitado renovar su pasaporte? Al parecer, Oíd Liang y el comité de vecinos lo desconocían.
– Eso parece.
– Presentó la solicitud a través la Asociación de Escritores de Shanghai, ya que está directamente relacionada con el Gobierno municipal, pero supongo que algunas personas en su universidad también debían de saberlo.