– Ya veo. Muchas gracias, abuelo. Eso es muy profundo -le dijo Chen sinceramente. Para el anciano, era como si aquella charla no tratara simplemente del juego go-. Pondré sus enseñanzas en práctica, no sólo sobre el tablero de go.
– Joven, no tiene que tomarme tan en serio. Siempre que jugamos a algo, queremos ganar -explicó el hombre-. Cuando se está inmerso en el juego, cada pieza es importante, cada movimiento es decisivo. Nos alegra ganar un extremo, nos entristece perder una posición, nos entusiasma ganar o nos decepciona perder. Hasta que el juego no termina no nos damos cuenta de que sólo es un juego. Tal y como dice la sagrada escritura budista, en este mundo trivial todo es cuestión de ilusión.
– Exacto. Ahí le ha dado.
Chen decidió volver andando a su apartamento. No podía permitirse pasar todo el día en la calle. La conversación sobre el go le había costado otros diez minutos. La traducción sin terminar seguía encima de su escritorio. De todas formas, Chen quería pensar un poco sobre el caso, al menos de camino a casa, después de la charla mantenida con el anciano jugador de go tan enigmáticamente instructivo como el anciano de la dinastía Hang, el cual había ayudado a Zhang Liang hacía dos mil años.
Al final de la calle, Chen se volvió para mirar el edificio donde Yin había pasado los últimos años de su vida después de la muerte de Yang. Le pasaron por la mente algunos versos más del manuscrito poético de Yang:
«¿Dónde está la belleza?
Las golondrinas están encerradas, sin ningún motivo.
No es nada más que un sueño,
en el pasado, o en el presente.
¿ Quién despierta alguna vez del sueño?
No es nada más que un ciclo eterno
de alegrías pasadas y penas presentes.
Algún día, alguien,
al ver la torre amarilla por la noche,
quizás suspire profundamente por mí.»
Estos versos eran parte de un poema escrito por Su Dongpo, sobre un cortesano que se encerró en una torre tras la muerte de su amada. Una habitación tingzijian no podía compararse con el romanticismo de una torre, pero también Yin se había encerrado a sí misma.
Chen estaba decidido a hacer todo lo posible por la investigación. Empezó por ponerse en el lugar del Gobierno. Seguía sin saber qué podría obtener el Gobierno con el asesinato de Yin. Aunque, al parecer, a la Seguridad Nacional le preocupaba algo el caso, a Chen realmente no le sorprendía ni le resultaba sospechoso que la organización mostrara interés por la muerte repentina de una escritora disidente; quizás se tratara sencillamente de una forma de reafirmar su autoridad. En los últimos años, el Partido había modificado su trato a los disidentes. Las inversiones extranjeras, una parte esencial de la reforma económica china, dependían en gran medida de la imagen nueva y mejorada del Gobierno. No tenía sentido asesinar a una persona como Yin. Después de todo, no era una luchadora por la democracia y la libertad que se manifestara debajo de la bandera roja en la plaza Tiananmen.
Luego, Chen trató de pensar en Yin desde el punto de vista de sus vecinos. Yin no era rica; todos debían de saberlo. Quizás alguno necesitara dinero urgentemente, como Cai, pero incluso en ese caso había víctimas mejores que Yin: el Sr. Ren, por ejemplo, que vivía solo y también se ausentaba de la casa cada mañana. Además, nadie habría guardado en casa mucho dinero en efectivo.
En cuanto a la posibilidad de que hubieran robado el talonario de Yin para poder retirar dinero del banco, era algo demasiado arriesgado. Los bancos en la ciudad no abrían hasta las nueve en punto, y a esa hora, Yin seguramente habría descubierto que su talonario le había desaparecido y habría avisado a la policía. Por lo tanto, no parecía tratarse de un robo planeado y frustrado porque Yin hubiese vuelto de manera inesperada.
Por lo visto, no había razón para sospechar de ninguno de los inquilinos ni de los vecinos de la calle.
Pero, ¿por qué un extraño entraría en su cuarto para matarla?
Chen sacudió la cabeza con resignación. Las posibilidades teóricas podían ser infinitas. Podía seguir haciendo conjetura tras conjetura, pero no serían más que teorías, sin ningún hecho capaz de sostenerlas.
En una esquina de la calle Shandong, Chen divisó la librería New China. Le sorprendió que la sección de la tienda destinada a libros hubiera sido reducida. Ahora, una gran parte estaba dedicada al arte del mal gusto y a productos de artesanía, mientras que en otra parte, decorada con una hilera impresionante de faroles rojos de papel, se vendían tallarines japoneses. Chen llevaba sin ir a la librería varios meses, y ésta se había vuelto casi irreconocible. Era como ver a un viejo conocido después de que se hubiese hecho la cirugía plástica: reconocible, pero diferente.
Decidió no entrar, pues quería centrarse en el caso. Solamente echó una ojeada a un puñado de revistas y periódicos que había en la entrada: Una Semana en Shanghai, Cultura de Shanghai, Bund Gráfico, Vida Semanal. Todas ellas con fotos a todo color de famosos. Chen no leía ninguna de estas revistas modernas y sólo pudo reconocer a una chica, una actriz de Hong Kong, en una portada.
Las cosas en la ciudad estaban cambiando muy deprisa.
Seguidamente, Chen probó a abordar el caso desde otra perspectiva. Móvil aparte, ¿qué habría hecho un asesino ajeno al vecindario después de cometer el crimen?
Seguramente habría intentado escapar de inmediato.
En su intento por escapar, existía la posibilidad de que alguien en el edificio le hubiera visto. Pero eso no hubiese significado un riesgo demasiado grande. En las casas shikumen, los inquilinos suelen tener amigos o familiares que les visitan muy temprano o pasan allí la noche, por lo que la presencia de un desconocido no debería resultar alarmante. Nadie habría tomado medidas drásticas para evitar que el extraño saliera de la casa. En el peor de los casos, si el cuerpo de Yin ya hubiese sido descubierto, alguno de los vecinos podría haber descrito al sospechoso más tarde, pero los retratos no solían ser demasiado útiles para resolver casos de asesinato.
Permanecer en la habitación de Yin con el cadáver de ésta, y la posibilidad cada vez mayor de que alguien llamara a la puerta, habría significado un riesgo mucho mayor. Cuanto más tiempo permaneciera el asesino en la habitación, más gente subiría y bajaría por las escaleras, pasando junto a la puerta cerrada del cuarto tingzijian, y al mismo tiempo, más sospechoso resultaría que Yin no apareciera por ninguna parte.
Según la hipótesis de Yu, el asesino podría haber esperado escondido, ya fuese en la habitación tingzijian o en algún otro lugar, hasta que encontrase el momento oportuno para abandonar el edificio shikumen.
Respecto a lugares donde ocultarse, Chen no creía que fuese totalmente imposible que el asesino se escondiera durante un instante entre los muebles rotos y demás trastos almacenados aquí y allá en diversos rincones y huecos de la casa; podría haberse escondido detrás de la puerta trasera cuando ésta estuviese abierta, por ejemplo, o detrás de la cortina situada bajo la escalera.
De este modo, cuando la «mujer gamba» dejara su puesto o cuando todos los vecinos subieran al piso superior, el criminal podría haber escapado aprovechando el momento de confusión.
Pero esperar escondido implicaba otro riesgo. Si le hubiesen encontrado, enseguida le habrían considerado sospechoso, le habrían cogido o, como mínimo, le habrían interrogado.
¿Por qué iba a correr tal riesgo? ¿Y por qué matar a Yin? ¿Para qué?
Éstas eran preguntas para las cuales Chen no tenía respuesta.
Por la tarde, Chen se metió de lleno en su tarea de traducción. Le había dicho a Nube Blanca que pasaría el día entero en la Biblioteca de Shanghai. Le creyese o no, el hecho es que la chica no le llamó ni fue a su casa.