Dado que Chen había conseguido el puesto de inspector jefe cuando tenía treinta y tantos años, la gente le solía considerar un triunfador: un miembro en auge del Partido, que poseía un futuro prometedor, un coche de empresa, un apartamento nuevo a su nombre, y cuya fotografía aparecía de vez en cuando en los periódicos locales. No obstante, también como poseedor del tazón de hierro para el arroz, su salario de alrededor de quinientos yuanes al mes en ocasiones apenas era suficiente para cubrir sus necesidades. De no ser por el dinero extra que ganaba traduciendo novelas de misterio extranjeras y pequeños textos técnicos ocasionales, junto con los beneficios «algo dudosos» propios de su puesto, no habría podido salir adelante.
Y, como miembro destacado del Partido, Chen también sentía la necesidad de cumplir ciertas normas que no estaban escritas. Cuando se reunía con personas como Gu se veía en la obligación de invitar, aunque los hombres de negocios como él siempre insistían en pagar la cuenta.
Últimamente, además, había afrontado gastos considerables a causa del aumento en los costes del tratamiento médico de su madre, ya que la fábrica estatal en la que ésta había trabajado pasaba por una mala situación económica y era incapaz de abonar las facturas médicas a sus ex empleados. La madre de Chen habló con el director de la fábrica en numerosas ocasiones sin éxito. La empresa estaba al filo de la bancarrota. Así que Chen se veía obligado a pagar las medicinas de su propio bolsillo. El dinero por la traducción del proyecto de negocios Nuevo Mundo sería como una lluvia oportuna en temporada de sequía.
– Tienes que ayudarme -le suplicó Gu con sinceridad absoluta-. No puedo entregar una propuesta ilegible a un banquero americano. La traducción ha de ser de primera calidad.
– No puedo garantizarte nada. Traducir un total de cincuenta páginas requiere tiempo. Dudo que pueda conseguirlo en sólo una o incluso dos semanas, aunque tome un permiso en la oficina.
– Ah, lo olvidaba. Para un proyecto tan importante seguramente necesites ayuda. ¿Qué hay de Nube Blanca? Esa chica con la que bailaste en el Club Dynasty, ¿te acuerdas de ella? Es universitaria. Lista, capacitada y comprensiva. Será como una pequeña secretaria para ti.
Una «pequeña secretaria» -xiaomi-, otro término corriente, que en realidad significaba «pequeña amante». Los nuevos empresarios como Gu -los señores «montados en el dólar»- se empeñaban en tener «pequeñas secretarias» jóvenes y guapas en sus empresas. Un necesario símbolo no sólo de su estatus social, si no de algo más. Chen había conocido a Nube Blanca -una chica de karaoke- en la sala privada de karaoke en el Club Dynasty, propiedad de Gu, mientras realizaba una investigación relacionada con las ramificaciones de las tríadas.
– ¿Cómo voy a poder pagar los servicios de una secretaria, director general Gu?
– A Nuevo Mundo le conviene que recibas ayuda. Yo me ocuparé de ello.
«El perfume de su chaqueta acompaña a tu escritura en plena noche…», el verso de la dinastía Tang le surgió de alguna parte en su mente, pero Chen se obligó a centrarse de nuevo en el presente. Una pequeña secretaria gratis. Era como si al pan que le había caído del cielo le añadiesen una botella de Maotai.
Hasta ahora no había encontrado nada que pudiera comprometerle, pensó Chen. Un astuto hombre de negocios como Gu quizás no ponía desde el principio todas las cartas sobre la mesa, pero el inspector jefe pensó que por el momento no tenía de qué preocuparse. Parecía que le estaba ofreciendo una proposición seria de negocio, y muy favorable. Si más tarde surgía algún imprevisto, ya decidiría cómo solucionarlo.
«Hay cosas que un hombre puede hacer, y cosas que un hombre no puede hacer». Ese era uno de los dichos confucianos que su padre, un experto neoconfuciano, le había enseñado en los días de la Revolución Cultural, cuando se negó a escribir una «confesión» dictada en la que incriminaba a sus compañeros.
– Deja que hable con el secretario del Partido, Li -repuso Chen-. Te volveré a llamar mañana.
– El no pondrá ningún impedimento, lo sé. Eres una estrella ascendente, con un futuro prometedor. Aquí tienes parte del adelanto -Cu extrajo del maletín un sobre abultado-. Diez mil yuanes. Te entregaré el resto mañana.
Chen tomó el sobre, convenciéndose a sí mismo de que no tenía de qué preocuparse. Debía preocuparse por otras cosas. Compraría una caja de ginseng roja para su madre. Era lo mínimo que podía hacer tratándose de su hijo único. Tal vez, también debería contratar a una asistenta para que ayudara a su madre una hora al día, pues vivía sola en un viejo desván y tenía mala salud. Se bebió todo el vino que le quedaba en el vaso, a la vez que decía:
– «Bebiendo contigo, nuestros corazones hablan; junto a un alto edificio, mi caballo se amarra».
– ¿Qué quieres decir? Tienes que iluminarme, mi querido poeta inspector jefe.
– Es sólo una cita de Wang Wei -contestó Chen sin dar más explicaciones. El pareado hacía referencia a una promesa hecha por un valiente caballero en la dinastía Tang, pero él y Cu simplemente habían zanjado un trato de negocios, lo cual era todo menos heroico-. Intentaré hacerlo lo mejor posible.
CAPÍTULO 3
El autobús, lleno de gente apiñada igual que sardinas enlatadas, estaba atrapado en el atasco de la hora punta matinal. Dado que el detective Yu era un policía de rango bajo, no podía acceder a coches del departamento, a diferencia de su superior, el inspector jefe Chen. Esa mañana Yu se consideró afortunado por conseguir un asiento en el autobús atestado de gente poco después de subir en él. Ahora, desabrochándose el botón superior del uniforme, tenía mucho tiempo para pensar sobre el nuevo caso de asesinato.
El secretario del Partido Li le había llamado muy temprano por la mañana para informarle de que el inspector jefe Chen estaba de vacaciones, y que él estaría a cargo del caso Yin. Chen también le había llamado, y le había explicado que estaba demasiado ocupado traduciendo una propuesta de negocios en casa como para acudir al trabajo. Tendría que investigar el asesinato de Yin solo.
Ya habían recopilado toda la información sobre Yin Lige. Yu había recibido una carpeta gruesa llena de material obtenido de la División de Archivos de Shanghai, y también de otras fuentes. Al detective no le sorprendieron tales muestras de eficiencia burocrática. Una escritora disidente como Yin seguramente había sido durante mucho tiempo objetivo de la vigilancia policial secreta.
La carpeta contenía una foto de Yin, una mujer delgada como una caña de bambú y más bien alta, de cincuenta y pico años, con la frente bien marcada y la cara ovalada, con ojos de expresión triste que miraban a través de unas gafas de montura plateada. Llevaba una chaqueta negra estilo Mao y unos pantalones negros a juego. Su foto parecía una imagen extraída de una postal vieja.
Yin se había graduado en la Universidad de Shanghai, en 1964. Debido al entusiasmo que demostró en las actividades políticas estudiantiles la admitieron en el Partido y, después de graduarse, consiguió un puesto como profesora de ciencias políticas en la universidad. En lugar de dar clases arengaba políticamente a los alumnos. Fue entonces cuando la consideraron una promesa; pronto se convertiría en representante del Partido para instruir a intelectuales que necesitasen a menudo una reforma ideológica.
Cuando estalló la Revolución Cultural, al igual que otros jóvenes se unió a la Guardia Roja, en respuesta a la llamada del presidente Mao para acabar con todo lo antiguo y corrupto. Se dedicó a criticar el movimiento contrarrevolucionario o a los «monstruos» revisionistas, y se alzó como líder del Comité Revolucionario Universitario. Fuerte en su nueva posición, se comprometió a proseguir con «la continua revolución a cargo de la dictadura del proletariado». No podía sospechar que pronto se convertiría en objetivo de dicha revolución.