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Chen se dijo a sí mismo que probablemente había hecho todo lo posible por resolver la investigación criminal. La policía pasa días, o semanas, en un caso sin llegar a ninguna conclusión. Y él no podía permitirse, a pesar de su determinación por hacer todo lo posible, dedicar más tiempo al caso.

Al atardecer, recibió una llamada del Chino Extranjero Lu. Como siempre, Lu empezó mencionando un préstamo que Chen le había hecho durante la primera época de su restaurante, Las Afueras de Moscú, y a continuación Lu volvió a invitarle a cenar, como hacía siempre.

– Ahora tengo varias camareras rusas vestidas de blanco, con corsés ajustados de encaje y ligas, como si hubieran salido de esos carteles del Shanghai de antaño. Absolutamente sensacional. Los clientes vienen en avalancha. Sobre todo clientes jóvenes. Dicen que el ambiente está lleno de xiaozi.

– ¿Xiaozi?, ¿petite bourgeoisie?

– Oh, sí. Es un nuevo concepto muy de moda. Xiaozi, petite bourgeoisie, un tipo de cliente moderno, culto y consciente de la clase social a la que pertenece. Se trata sobre todo de oficinistas que trabajan en empresas conjuntas extranjeras. «Si no eres un xiaozi, no eres nada».

– Bueno, el idioma sin duda es diferente -repuso Chen-, por lo que nosotros también.

– Ah, por cierto -añadió el Chino Extranjero Lu al final de la conversación-. Ayer llamé a tu madre. Tiene problemas de estómago. Nada serio. Nada por lo que preocuparse, espero.

– Gracias. La llamaré. Hablé con ella hace dos días; no me mencionó nada.

– Conmigo habla de muchas cosas, ya sabes, sobre tu ginseng, sobre tu trabajo, y sobre ti también.

– Lo sé, mi querido viejo amigo. Muchas gracias.

Mientras colgaba el teléfono, Chen pensó que si alguna noche iba a cenar con Nube Blanca, no la llevaría a Las Afueras de Moscú, por mucho que el Chino Extranjero Lu insistiera, como siempre, en invitarles.

Su amigo y su madre tenían en común una preocupación excesiva por lo que ambos denominaban «la cuestión más urgente» en la vida personal de Chen, lo que Confucio consideraba el deber más importante como hijo. «La peor cosa que puede hacer un hijo a su familia es no ofrecerle descendencia». De algún modo, el Chino Extranjero Lu se había convertido en el asesor leal y entusiasta de su madre respecto a ese aspecto en concreto de la vida de Chen. En cuanto veían a Chen en compañía de una chica, cosa extraña, ambos empezaban a fantasear, aunque no hubiera razón para ello.

Por un instante, Chen casi envidió al Chino Extranjero Lu, un hombre de negocios con éxito, y también un buen padre de familia. Lu lograba ir siempre a la moda, pero al mismo tiempo, seguía siendo conservador, con valores tradicionales como el de emparejar a su amigo.

Quizás Lu se había adaptado mejor al presente, gracias a la combinación de lo viejo en su vida personal y lo nuevo en los negocios.

Chen se crujió los nudillos y regresó al escritorio. De vuelta al trabajo; lo único que no le decepcionaba. De hecho, su trabajo a menudo le servía de escondite.

Se le ocurrió algo nuevo. Aunque no pudiera descubrir el móvil del asesino, podía imaginar por qué el criminal escogió esperar escondido, de acuerdo con la hipótesis del detective Yu. De pronto, pensó en una posibilidad. El asesino podría haberse asustado, no porque los vecinos del edificio shikumen le hubieran visto, sino porque le hubieran reconocido. Eso daba lugar a una serie de nuevas posibilidades. El asesino podría ser alguien que hubiese vivido alguna vez en la casa, alguien que hubiese estado allí sin ser inquilino, pero que hubiese visitado a otros vecinos, o incluso a Yin. Cuando descubrieron el cuerpo de Yin, podrían haber dado con él fácilmente porque conocían su identidad. Por eso tuvo que esconderse, porque corría un gran riesgo.

Sin embargo, el entusiasmo de Chen desapareció enseguida. Se dio cuenta de que se trataba simplemente de una posibilidad más, como el resto de posibilidades en su cabeza. No existía ninguna prueba que sostuviera tal hipótesis.

CAPÍTULO 16

Entonces la investigación tomó un giro sorprendente. Wan Qianshen se entregó a la policía declarándose el autor del asesinato de Yin Lige.

Esto sucedió el catorce de febrero, una semana después de que Lanlan hubiera encontrado el cadáver de Yin en la habitación tingzijian y dos días después de que Oíd Liang hubiese detenido a Cai. Según su propia declaración, Wan había asesinado a Yin no por dinero, sino por un rencor antiguo y clasista.

Al principio, Oíd Liang se quedó perplejo, pero más tarde aceptó de buena gana aquel cambio de rumbo ya que, después de todo, corroboraba su teoría original de que el asesino vivía en la casa shikumen. Wan había estado en su lista de sospechosos desde el principio. Yu también debería haberse alegrado de aquel adelanto, pero no fue así. De hecho, cuando se sentó en compañía de Oíd Liang y Wan en la sala de interrogatorios de la comisaría del distrito, estaba desconcertado.

– Yin Lige se lo merecía -dijo Wan con tono bajo y controlado-. Había difamado al Partido y a nuestro país socialista. De hecho, debería haber muerto hace mucho tiempo.

– No nos dé un sermón político -le advirtió Oíd Liang.

– Díganos cómo lo hizo -le preguntó Yu, cogiendo un cigarrillo pero sin encenderlo-. Explíquenos todos los detalles.

– La noche anterior no dormí bien. Es decir, la noche del seis de febrero. Así que al día siguiente me levanté más tarde de lo normal, pero seguía con la intención de ir al Bund. Mientras bajaba por las escaleras, vi a Yin subir. La rocé sin querer cuando nos cruzamos. No era mi intención, las escaleras son estrechas. Ella refunfuñó: «¿Todavía miembro del Equipo Obrero de Propaganda por el pensamiento de Mao Zedong?». Aquello fue más que suficiente. Tuvo la caradura de insultar a la clase obrera en mis narices. En un momento de rabia incontenible, me volví, la seguí a su habitación, y la asfixié con la almohada antes de que pudiera gritar o defenderse.

– ¿Y luego qué hizo?

– Me di cuenta de que la había matado ciego de ira. No era mi intención. Así que abrí los cajones y revolví el contenido, para que la gente pensara que el motivo hubiese sido otro.

– Bien. La primera vez que hablamos -le dijo Yu-, me dijo que había estado en el Bund practicando taichi. ¿A qué se debe esta repentina confesión?

– ¿Qué me habría sucedido si le hubiese contado la verdad? Yo sí lo sabía. Además, no fue algo premeditado. Si ella no me hubiera provocado esa mañana, yo no habría perdido el control. ¿Por qué tengo que sufrir las consecuencias de esto? -continuó Oíd Wang-. Pero ahora que han detenido a Cai, la situación es diferente. Tengo que pensármelo bien. Cai quizás sea un criminal, pero no merece que le castiguen por un crimen que no ha cometido.

– ¿Así que ya no le importa lo que le suceda?

– Hice lo que hice, y como hombre, he de asumir mi responsabilidad.

– De acuerdo. ¿Qué hizo después de asesinar a Yin?

– Volví a mi habitación. No vi a nadie en la escalera, pero por los pelos; justo cuando entré en mi habitación, oí a alguien entrar en la de Yin y pedir auxilio. Esperé en mi cuarto un par de horas. No salí de allí hasta las nueve, la hora a la que suelo volver del Bund.

Después de todas las teorías y del trabajo dedicado, esta confesión repentina hizo que Yu se sintiera decepcionado. Sin embargo, la declaración de Wan parecía tener sentido. Algunos de los detalles encajaban.

– Tengo una pregunta: usted dice que abrió los cajones y revolvió el contenido, ¿verdad?

– Sí, así fue.

– ¿Recuerda qué había en el interior?

– No, no me acuerdo. Todo sucedió muy deprisa, como en una película, no tuve tiempo para pensar.

– Seguro que puede acordarse de algo -le dijo Yu lentamente, pacientemente-, aunque no sea de todo.