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– Bueno, había algo de dinero, ahora me acuerdo, algunos billetes de cinco y diez yuanes.

– ¿Cogió el dinero?

– No, por supuesto que no. ¿Qué tipo de hombre piensa que soy?

– Bueno, lo averiguaremos. Volveremos a hablar con usted.

Yu hizo una señal para que retiraran a Wan de la sala de interrogatorios.

– Es posible que Wan tuviera un motivo -le dijo Yu a Oíd Liang cuando se quedaron solos-. ¿Pero qué le ha hecho confesar? Cai ni siquiera ha sido acusado; sólo está bajo custodia. ¿Qué relación guardan estos dos, Cai y Wan?

– Vamos, detective Yu. No son familiares ni amigos. Wan haría de todo menos encubrir a Cai. Wan tuvo una pelea con Cai no hace demasiado.

– ¿Sí? ¿Qué sucedió?

– Ni Lindi ni Xiuzhen ganan mucho dinero, y en la familia son seis, incluida la novia del hijo, que vive con ellos. Si Cai no les ayudara económicamente… De hecho, esa es una de las razones por las que Xiuzhen se casó con él, para que la familia pudiera ganarse la vida a duras penas. Wan animó a Cai para que entregara más dinero a su familia, y Cai replicó que ese no era problema de Wan.

– Bueno, entre vecinos las discusiones son algo habitual.

– Pero hay algo más, detective Yu.

– ¿Qué?

– Los dos, usted y yo, le preguntamos por su coartada, y le pedimos que nos dijera el nombre de alguien que pudiera confirmarla. Pero nunca lo hizo.

– Eso es cierto.

– Así que Wan es el asesino. Es obvio. No hace falta que sigamos investigando.

– Pero antes de dar por concluida la investigación, tenemos que hacer un par de cosas.

– ¿Por ejemplo?

– Wan tocó un montón de cosas en la habitación de Yin, según lo que nos ha contado. Así que debe haber dejado huellas dactilares. El informe inicial sobre las huellas dactilares no es concluyente, ya que había demasiadas huellas borrosas y poco definidas, pero no creo que estuvieran las de Wan. Deberíamos echar otro vistazo al informe de las huellas dactilares.

– Sí, podemos hacerlo.

– Luego, Wan ha mencionado que había algún dinero, billetes de cinco y diez yuanes, en un cajón, pero sólo encontramos algunas monedas. Eso es sospechoso.

– Bueno, tal vez Wan no se acuerde bien.

– Por el momento, sólo tenemos lo que Wan dice. Si es verdad, quiero decir, si es cierto que salió de su habitación después de las seis de la mañana, es posible que algún vecino le hubiera visto, aunque por entonces no hubiese caído en la cuenta.

– También podemos comprobarlo, pero no creo que tenga que preocuparse. Además de su palabra, también tenemos algunas pruebas sólidas -repuso Oíd Liang en un repentino tono fanfarrón-. Encontré un billete de tren en el desván de Wan con destino Shenzhen para la próxima semana.

– ¿Ha registrado ya su habitación?

– Sí, en cuanto se entregó. Este es el billete. Lo encontré en un cuaderno que había en un cajón de escritorio. Realmente no esperaba encontrar el arma del crimen, pero este billete lo dice todo.

– Entonces… -Yu quería preguntarle a Oíd Liang si había obtenido una orden de registro del departamento policial, pero la pregunta quizás hubiese sonado pedante. En la época de la lucha social, Oíd Liang podía haber registrado cualquier casa del barrio sin preocuparse por conseguir una orden de registro-. Deje que vea el billete.

– Significa que Wan tenía planeado viajar a Shenzhen -comentó Oíd Liang mientras le daba la vuelta al billete-. He comprobado por segunda vez con el comité de vecinos que Wan no tiene amigos ni familiares allí. Es un trabajador jubilado, así que tampoco tiene negocios. La respuesta es evidente. Desde allí podría intentar escapar a Hong Kong, como hace mucha gente. Wan sabía que si no lograba escapar, sólo era cuestión de tiempo que le cogiéramos.

Era bastante lógico, solo que el billete era para un compartimento con litera, un detalle que Oíd Liang había pasado por alto, pensó Yu, mientras examinaba el pedazo de papel en su mano. ¿Por qué Wan habría pagado un dinero extra por un compartimento con litera si su propósito era el que Oíd Liang decía?

– ¿Qué explicación le ha dado Wan del billete?

– Eso es más o menos lo que me contó.

– ¿Puedo quedármelo?

– Claro -Oíd Liang miró a Yu sorprendido-. Si me pongo a pensarlo, hay algo sospechoso en él. Siendo policía residente, debería haberme percatado antes. Hace aproximadamente medio año, Wan empezó a salir muy temprano por la mañana, supuestamente a practicar taichi en el Bund. Yin también practicaba taichi por las mañanas. Pero había una diferencia notable. Ella no sólo lo practicaba en el parque, sino también en la calle, especialmente los días de lluvia. Wan nunca lo practicó en la calle. No es un devoto del taichi. No, no creo que nos dijera la verdad.

– Bueno, tal vez Wan no sea un admirador incondicional del taichi. Según me explicó, empezó a practicarlo sólo porque la empresa estatal donde trabajaba ya no pudo encargarse del seguro médico de los jubilados.

– Ese viejo anticuado sigue viviendo en la época del Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong, y se pasa el día quejándose. Por eso cometió el crimen. El taichi -o lo que sea- es sólo una excusa. El siguió a Yin a todas partes, para familiarizarse con su rutina. Después actuó.

– ¿Tenía que perseguirla a todas partes durante meses con el fin de asesinarla en casa una mañana muy temprano?

– ¿Acaso es imposible? -respondió Oíd Liang. Las preguntas del detective Yu empezaban a molestarle.

– Deje que antes haga una llamada al doctor Xia, Oíd Liang, para preguntarle acerca de las huellas dactilares.

– Como quiera, camarada detective Yu.

Más tarde, solo en la oficina, el detective Yu reconoció que no era totalmente imposible.

La vida entera de Wan -o la mayor parte de ella- había sido producto de una sociedad completamente distinta. En los años sesenta y setenta, habían colocado a la clase obrera china en un pedestal. Los obreros habían sido declarados los amos de la sociedad, los creadores de la historia. Las personas como Wan se comprometieron incondicionalmente a llevar a cabo la revolución de Mao, con la confianza de que estaban contribuyendo al mayor sistema social de la historia de la Humanidad. Mao, a cambio, también les prometió mucho, incluida ayuda para la jubilación: una pensión generosa, completa cobertura médica y el honor político de convertirse en amos jubilados bajo los cálidos rayos solares de la China comunista. Ahora, estos obreros retirados se habían dado cuenta de que eran los últimos en la lista y de que no podían hacer nada por evitarlo. Los aplausos por pertenecer a «la clase dirigente» les parecía ya algo intrascendente. Las pasaban canutas para hacer que el dinero les llegara. Y lo peor de todo: las empresas controladas por el Gobierno, en declive, apenas pudieron mantener sus promesas.

Y las cosas para Wan debieron ser incluso más insoportables, ya que había sido un miembro prestigioso del Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong.

Yu telefoneó al Dr. Xia y le pidió que volviera a analizar las huellas dactilares, centrándose sólo en las de Wan.

Hizo una segunda llamada a la estación de trenes de Shanghai. Creyó recordar que había un reglamento que regulaba los billetes coche-cama. La información facilitada confirmó sus sospechas. Según la estación de ferrocarril, los billetes a Shenzhen estaban muy solicitados, especialmente los billetes para compartimentos con litera. Los nuevos empresarios iban en tropel a Shenzhen, centro económico, en busca de fortuna. Por lo general, los billetes se agotaban el primer día de los catorce en los que consistía el período de venta anticipada. El billete de Wan tenía fecha dieciocho de febrero, lo que significaba que seguramente no podría haberlo adquirido después del siete de febrero, a menos que lo hubiera comprado en la reventa por un precio mucho mayor.