Yu quería comentar esto con Oíd Liang, pero Liang no volvió a la oficina del comité de vecinos para comer.
Poco después, llamó el secretario del Partido Li. El jefe del Partido parecía estar muy satisfecho con el último acontecimiento, ya que con él se concluía que el caso Yin era un simple homicidio y que el Gobierno no tenía nada que ver.
– Buen trabajo, camarada detective Yu -repetía Li por teléfono.
– La conclusión es demasiado drástica, demasiado repentina, secretario del Partido Li.
– A mí no me sorprende -repuso Li-. Supieron mantener la presión y Wan se desmoronó. «Si calientas la olla con suficiente fuego, la cabeza de cerdo quedará a tu gusto». No hay duda de que Wan mató a Yin.
– Pero nosotros presionamos a Cai, no a Wan.
– Wan se entregó -dijo Li pausadamente-, porque no podía soportar la idea de que un hombre inocente cargara con su culpa.
– Pero hay lagunas en su declaración, secretario del Partido Li. No podemos depender en una presunta confesión como la suya -continuó Yu-. Como mínimo, antes necesito obtener respuesta a algunas preguntas.
– No podemos permitirnos esperar mucho más, camarada detective Yu. A principios de la próxima semana se celebrará una conferencia de prensa. El lunes o el martes, no más tarde. Es hora de poner fin a todas las absurdas especulaciones que rodean la muerte de Yin.
CAPÍTULO 17
Chen finalizó el primer borrador de la traducción al inglés de la propuesta Nuevo Mundo. Le sorprendió lo pronto que lo había terminado, aunque ni mucho menos había concluido: antes de presentarlo debía dedicar tiempo a pulirlo y a revisarlo.
También resultó ser un buen día para la investigación del caso Yin. Aunque fue una sorpresa que Wan se declarase culpable, parecía una resolución probable y razonable.
Yu continuaba teniendo tantas dudas que Chen ni siquiera intentó compartir con él algunas de las ideas que había estado esbozando en su cabeza. Después de todo, muchas cosas durante el proceso de la escritura o previas a la publicación de un proyecto parecen inexplicables para los demás, pero no para el escritor, quien logra encontrar significado en ellas.
A finales de los años ochenta, cuando Chen -un poeta que había publicado varios libros y que poseía cierto renombre en los círculos literarios- empezó de pronto a traducir novelas de misterio, nadie supo a qué era debido tal cambio. Pero según recordaba Chen, en parte el motivo fue un pato asado de Pekín. En una cena, cuando Chen terminó de comer este suculento manjar, el pato resultó costar más de lo que llevaba en el bolsillo. Le acompañaba una amiga, que apreciaba tanto la poesía de Chen que le arrebató la cuenta con sus esbeltos dedos. Fue una lección humillante sobre el dinero, una lección que aprendió casualmente gracias a su amiga: era mucho más fácil ganar dinero traduciendo novelas de misterio que escribiendo poesía. Pero unos cuantos años después, cuando otra amiga suya publicó una entrevista con él en el Wenhui Daily, ésta afirmó que Chen traducía con el objetivo de «ampliar los horizontes de su experiencia profesional».
Así pues, las misteriosas abreviaturas escritas en los márgenes del manuscrito de Yang podían hacer referencia a cualquier cosa; «ch» podría significar «gallina»121*, según la teoría de Chen. La calidad desigual en la narración de Yin, algo de lo que se percató Peiqin, podría tratarse sencillamente de uno más de los misterios de una mente creadora. Chen no había escrito ninguna novela, pero suponía que un novelista no era capaz de mantener la misma intensidad creativa en un relato largo que en un poema breve. Nunca pudo explicarse cómo él mismo podía componer un poema pobre y horrible justo después de haber compuesto otro bastante bueno.
Por lo tanto, todas estas hipótesis, entre ellas su teoría de que el asesino se había escondido por temor a que le reconocieran, no eran nada más que hipótesis, sin demasiado peso, y que al final habían resultado ser irrelevantes, siempre y cuando Wan hubiese cometido el crimen, tal y como había confesado. Su móvil quizás no tuviese sentido para los demás; pero bastaba con que lo tuviera para él.
El fondo de la cuestión era, tal y como Chen había sabido desde el principio, que hay cosas que un hombre puede hacer y cosas que un hombre no puede hacer. Eso también era aplicable a un agente de policía, en el caso presente.
Decidió tomarse un respiro esa tarde, en compañía de Nube
Blanca. Podría ser una oportunidad para averiguar más sobre Gu, y sobre el proyecto Nuevo Mundo.
Pensó en invitarla a cenar a un club de karaoke, uno que no fuera el Dynasty, como demostración de sinceridad, pues le había comentado que le gustaba escucharla cantar. Nube Blanca no rechazaría tal invitación, esperaba Chen.
Y no la rechazó, pero le sugirió que fueran a un bar de categoría, al Golden Time Rolling Backward.
– Está en la calle Henshan. Un lugar con mucho futuro.
– Suena genial -dijo Chen.
Quizás a Nube Blanca no le agradaba que le recordaran que era una chica de karaoke. A Chen le gustó el nombre del bar, ya que sugería una atmósfera nostálgica similar a la del Nuevo Mundo.
Cogieron un taxi hasta el Golden Time Rolling Backward, que resultó ser un bar elegante emplazado en una mansión victoriana imponente; Chen supuso que en los años treinta continuó siendo una residencia privada. Por entonces, algunas celebridades vivían en mansiones de estilo europeo por la zona.
Escogieron una mesa al lado de una ventana francesa alta que daba a un jardín bien cuidado, el cual sólo se podía intuir, ya que estaba anocheciendo. El bar, según las explicaciones de Nube Blanca, era famoso por su elegancia clásica. La chica no lograba recordar el nombre de la propietaria original de la casa.
– Era una famosa cortesana que se convirtió en la concubina de un magnate perteneciente a una tríada. Él compró esta mansión para ella -fue lo único que Nube Blanca pudo recordar.
El interior era bastante oscuro; el candelabro apenas iluminaba la parte trasera y sombría del establecimiento. Después de un minuto o dos, Chen logró distinguir un teléfono anticuado y negro, un gramófono con un altavoz en forma de trompeta sobre una mesa situada en una esquina, una máquina mecanográfica Underwood en un rincón, y un piano enorme antiguo con teclas de marfil. Todos estos objetos contribuían a crear una atmósfera de la época, igual que los paneles de roble color marrón oscuro que cubrían las paredes, las fotos y pósteres antiguos, y los claveles en floreros de vidrio tallado sobre la repisa de la chimenea.
– Quizás deberíamos haber venido más temprano, cuando no hiciese tanto frío y la iluminación fuese mejor -comentó Chen-. Así podrías haber disfrutado de todos los detalles de la época. La impresión hubiese sido más intensa y real.
Sin embargo, el escenario entero estaba diseñado de forma ingeniosa. Era como si la vida de la ciudad hubiera continuado, sin interrupciones, desde los años treinta. Como si una de las camareras jóvenes que allí había hubiese borrado con su servilleta color rosa los años bajo el mandato comunista de Mao; una camarera con un vestido qi rojo de raja larga, a través de la cual se podían vislumbrar unos muslos blancos centelleantes.
La única diferencia con la escena de una película antigua era que los clientes allí, aquella tarde, eran chinos. Más tarde llegó una pareja extranjera de mediana edad, miraron a su alrededor y se acercaron a una mesa situada en una esquina. La mujer llevaba una chaqueta acolchada de algodón estilo chino con botones bordados. Era la única pareja de occidentales que había en el bar. Nadie parecía prestarles demasiada atención.
Chen leyó el menú bilingüe a la luz del candelabro y pidió un café. Nube Blanca pidió un té negro. Además, les sirvieron un cuenco de palomitas de maíz. Todavía era demasiado temprano para cenar. Había varios restaurantes chinos excelentes en la zona. Chen no tenía ninguna prisa por decidir si cenarían allí. Nunca había cenado en un restaurante estilo occidental. Nube Blanca conocía tan bien las modas que Chen no estaba seguro de haber elegido correctamente.