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Se sorprendió al ver que les sirvieron el té negro en un vaso de tubo con una bolsita de té marca Lipton. Las palomitas de maíz estaban demasiado dulces, y duras como goma de mascar. El café estaba bueno, pero no lo bastante caliente. Chen no encontró ningún defecto en el té, salvo que no parecía tan auténtico como el té servido al estilo chino. Más tarde intentó reírse de sí mismo por su idiosincrasia anticuada. Aquel era un bar moderno occidental, no un salón de té tradicional chino. Aún así, echó a faltar la sensación de las hojas suaves de té en su lengua. Dio otro sorbo al café tibio.

– Los americanos comen palomitas de maíz cuando se lo están pasando bien -dijo Nube Blanca, echándose un puñado en la boca.

– Comen cuando ven películas, he oído -repuso Chen.

Lo que le sorprendió no fue la mala calidad de la comida que les sirvieron, sino que gente estaba satisfecha a pesar de ello. Era como si el entorno compensara todo lo demás. Por primera vez, Chen tuvo la sensación que el proyecto de Nuevo Mundo funcionaría en Shanghai. Fuesen o no las personas de ese restaurante lo que Gu entendía exactamente por clientes de clase media, la población china quería encontrar maneras nuevas para disfrutar de la vida; «métodos del valor añadido», el término que había leído en la introducción al marketing.

En cuanto al valor añadido, Chen se preguntó quién se encargaría de definirlo. Dependería del gusto de cada persona. Por ejemplo, la pasión por «los pies de loto dorado de tres pulgadas» que había perdurado durante cientos de años en China era una cuestión de moda. En la imaginación de algunos hombres, los pies deformes y envueltos con vendas blancas se convertían en flores de loto que se abrían en la oscuridad de la noche. Si la gente buscaba valores, los encontrarían de una forma u otra. Chen garabateó unas cuantas líneas en una servilleta de papel, probablemente versos de un poema.

– ¿En qué está pensando?

– Sólo estoy anotando algo. Si no apunto mis ideas, se me olvidan por completo al día siguiente.

– Hábleme de su trabajo en el departamento de policía, inspector jefe Chen -levantó la bolsita de té por la etiqueta de papel, y a continuación dejó que se hundiera en el fondo del vaso.

– El detective Yu se está encargando de un caso especial que asignaron hace poco a mi brigada. Yo estoy de vacaciones, pero cada día hablamos sobre la evolución de la investigación.

– No me refiero sólo a esta semana -dijo ella.

– ¿A qué te refieres?

– ¿Cómo pudo alguien como usted convertirse en policía? Un estudioso magnífico, un buen traductor, y un poeta de primera categoría; y parece que también está haciendo un trabajo estupendo en el departamento policial.

– Me estás adulando, Nube Blanca. Sólo soy un policía. No siempre puedes escoger lo que quieres hacer, ¿tú sí?

Chen no quiso hacer alusión con esto a su trabajo en el club de karaoke. Se arrepintió de sus palabras. Le habían hecho tantas veces la misma pregunta, que respondió casi de manera automática.

Nube Blanca se quedó callada por un instante.

Chen intentó desviar la conversación en la dirección pretendida.

– Tal vez le haya sucedido igual al Sr. Cu. Seguramente de niño él no esperaba convertirse en un empresario multimillonario.

Chen se sintió defraudado cuando se enteró de que Nube Blanca no sabía demasiado acerca de Gu. Entre ellos sólo había trabajo. Como jefe, Gu no era demasiado malo, explicó la chica. No sé aprovechaba de las chicas que trabajaban para él. Tampoco era tacaño, al menos con ella. En cuanto a sus relaciones con el mundo de las tríadas, no era nada poco común, afirmó Nube Blanca. Un hombre de negocios necesitaba protección.

– Gu tiene que quemar incienso, es decir, quemar su dinero ante los dioses de las tríadas, y es bueno en lo que hace. Ahora ha establecido contactos casi en todas partes, tanto en la vía legal como en la ilegal -agregó, con una sonrisa traviesa-. Contactos con personas poderosas como usted…

No le resultó desagradable escuchar que se refiriera a él como «poderoso», pero enseguida le interrumpió.

– A mí no me incluyas. Pero, ¿has visto alguna vez a alguna de esas personas realmente poderosas con él?

– En un par de ocasiones, entre ellos a varios miembros importantes del Gobierno municipal. También a uno de Pekín. Le reconocí por las fotografías de los periódicos. ¿Quiere saber cómo se llaman? Puedo averiguarlo.

– No te preocupes. Nube Blanca.

Una débil melodía empezó a flotar por el aire. Mirando a su alrededor, Chen no logró divisar un equipo de karaoke. Entonces cayó en la cuenta: el karaoke no existía en los años treinta.

– Lo siento, hoy no tenemos karaoke.

– Bueno, lo cierto es que no me entusiasma cantar, inspector jefe Chen.

Eso sí que no se lo esperaba. Quizás ella pensaba lo mismo que él, prefería no hablar de trabajo fuera de éste.

La camarera pasó junto a la mesa. Chen pidió un vaso de vino blanco, y Nube Blanca escogió un whisky escocés doble con hielo.

Sonó otra melodía. Era una canción vieja, pero contradecía la sensación de época, ya que la cantante era una estrella del pop americano interpretando una versión moderna. A Nube Blanca, sin embargo, pareció gustarle más que la versión original. Estaba sentada prestando mucha atención, sujetándose el rostro con ambas manos.

Chen notó cómo algo suave le rozó el pie por debajo de la mesa. Nube Blanca se había quitado los zapatos. Seguía el ritmo de la música con los pies descalzos y rozaba los pies de Chen en trance, quizás.

Sentados tan juntos a la mesa, Chen fue totalmente consciente de la diferencia de edad entre ellos. Y también del resto de cosas que les separaban. Prácticamente pertenecían a generaciones distintas.

Personas como Chen, que habían asistido a la escuela elemental durante los años sesenta, asociaban un bar o una cafetería como aquella a la decadencia burguesa, tan criticada en todos los libros de texto oficiales. Tal vez Chen fuera una especie de excepción por haberse especializado en la lengua inglesa. Aún así, si iba a una cafetería era, ante todo, para tomar una buena taza de café y, de vez en cuanto y si la ocasión lo permitía, para pasar un par de horas leyendo un libro mientras tomaba café.

Nube Blanca, en cambio, no había estudiado con los mismos libros de texto. Quizás lugares como el Golden Time Rolling Backward simbolizaban un gusto cultivado una nota por encima de la demás gente corriente que consume el té con las hojas en la taza; una sensación de formar parte de la élite social. Que realmente le gustara o no el sabor del té Lipton en bolsita no importaba demasiado.

Una pareja de ancianos se levantó de la mesa. La música era idónea para bailar. Empezaron a dar pasos lentos frente al lujoso piano, una zona de madera grande, con espacio suficiente para diez o quince personas. Chen sorprendió a Nube Blanca mientras ésta lo miraba ilusionada. Se dispuso a extender la mano para tocarla cuando ella se le adelantó, tímidamente. El baile podía ser una excusa, según había leído Chen, para abrazar a alguien que, de otro modo, resultase imposible o inapropiado abrazar.

Pero, ¿por qué no? Era divertido convertirse por una tarde en uno de esos señores montados en el dólar en compañía de una chica joven y guapa -una pequeña secretaria- que le cogiera de la mano por encima de la mesa. No tenía que ser el inspector jefe Chen, un miembro del Partido «políticamente correcto» cada minuto de su vida. Además, las cosas le iban bien. Gozaba de buena posición y de un generoso adelanto por la traducción de un proyecto empresarial.

Pero para Chen, aquella tarde no estaba dedicada en exclusiva al Golden Time Rolling Backward.