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– Vamos -respondió el delgado en tono sarcàstico-. Es un milagro que tengas tan buen aspecto y puedas venir aquí cada día, con tu sueldo de casi jubilado.

La variedad de tallarines sencillos debía de ser la más económica del restaurante, sin embargo, las personas que estuviesen a la espera de una pensión por jubilación y que recibiesen un sueldo mensual de aproximadamente 200 yuanes, posiblemente sólo podían permitirse un cuenco de tallarines sencillos por 3 yuanes.

Peiqin cogió palillos de un recipiente hecho de bambú. Los palillos todavía estaban húmedos. Los secó con su pañuelo, y entregó un par a cada miembro de la familia. Qinqin cogió la botella anticuada de pimienta negra y la examinó como si se tratara de un problema matemático. Mientras esperaban el pedido, Yu observó cómo algunos clientes menos pacientes iban al mostrador de la cocina y retiraban los pedidos por sí mismos.

Por fin, llegaron los tallarines. Siguiendo el consejo del Sr. Ren, Yu sumergió lonchas de cerdo xiao en el caldo, esperó un minuto o dos hasta que la carne caliente se volvió casi transparente, y a continuación dejó que las lonchas se derritieran en su lengua. La textura de los tallarines era indescriptible, compactos pero no demasiado duros, sazonados con un caldo delicioso.

Para impresionar a Qinqin, Yu trató de analizar los ingredientes del caldo de tallarines, pero sólo consiguió recordar que algunos de los diminutos peces, cuyos nombres no conocía, se hervían en una bolsa de tela durante su preparación. Al parecer, Qinqin pareció bastante interesado.

Yu estaba considerando la posibilidad de pedir una ración de cerdo xiao para su hijo cuando un anciano tomó asiento en la mesa de al lado. El recién llegado llevaba una chaqueta color morado acolchada y larga, y un sombrero forrado con algodón y orejeras, las cuales casi le tapaban la cara. Se frotaba las manos constantemente, pues parecía tenerlas heladas a causa del aire frío y matutino de la calle. También pidió un cuenco de tallarines sencillos. Al recibir su pedido, el hombre suspiró profundamente con total satisfacción.

– Mira -susurró Qinqin a Yu-. Ha sacado lonchas de cerdo del bolsillo.

Era cierto. El anciano había extraído del bolsillo de la chaqueta lonchas de cerdo envueltas en plástico. Introdujo el cerdo en el caldo y esperó que surtiera efecto el ritual de remojo.

– ¿De verdad es tan especial ese cerdo? -preguntó Qinqin riendo.

Yu no supo qué contestar. Los clientes habituales de aquel restaurante, supuso Yu, tal vez compartían el ritual de colocar un trozo de cerdo xiao sobre los tallarines. Pero Yu no sabía qué tipo de cerdo tenía el anciano. Quizás fuera jamón, elaborado mediante un procedimiento muy especial.

Pero había otro misterio: el cerdo xiao sólo se cocinaba en Oíd Half Place. Lo que el anciano tenía debía de ser un tipo de cerdo casero. Si así fuera, ¿por qué se habría molestado en llevarlo?

Más tarde, cuando el anciano se quitó el sombrero y se volvió hacia ellos, Yu reconoció que no era otro que el Sr. Ren.

– ¡Ah, Sr. Ren!

– Camarada detective Yu, ¡me alegro tanto de verle aquí, en Oíd Half Place! -dijo el Sr. Ren con una sonrisa cordial-. Ha seguido mi consejo, ¿verdad?

– Sí, he traído a mi mujer y a mi hijo. Peiqin y Qinqin.

– Estupendo. Una familia maravillosa que desayuna unida. Así me gusta -repuso el Sr. Ren haciendo un gesto de entusiasmo-. Por favor, continúen disfrutando de los tallarines o se les enfriarán.

Volviéndose, Yu le susurró a Peiqin al oído:

– Es alguien que conocí en el edificio de Yin.

– Tendría que haberme dado cuenta -respondió ella, también susurrando- que esa era la razón por la que nos has traído a desayunar en mitad de una investigación.

– No, este desayuno no tiene nada que ver con el caso.

Pero eso no era del todo cierto. En el subconsciente de Yu, quizás existía la intención de corroborar la coartada del Sr. Ren.

– Él me habló acerca de Oíd Half Place cuando le interrogué. ¿Acaso tiene eso algo que ver con el caso?

– Es uno de los sospechosos de tu lista, lo recuerdo -contestó Peiqin sonriendo sutil y sarcásticamente-. Entonces, ¿ya estás contento?

– Bueno, ya no está en mi lista de sospechosos, pero sí, estoy contento con el desayuno.

Y era verdad. El desayuno, con un precio total de dieciséis yuanes por los tres, resultó económico y delicioso. También resultaba bueno que toda la familia pudiera salir de vez en cuando, como en esta ocasión.

Limpiándose la boca con la palma de la mano, el Sr. Ren se volvió hacia la mesa de Yu. Había terminado el plato de tallarines.

– Puede que les haya sorprendido que sacara cerdo del bolsillo. Se trata de un truco que sólo un viejo gourmet conoce -sonrió a Qinqin.

– Sí, por favor, explíqueme por qué lo hizo -solicitó Qinqin.

– Después de la hora de comer, el restaurante vende cerdo xiao al peso. Cincuenta yuanes por un kilogramo. Suena caro, pero en realidad no lo es. Si cortas en casa el cerdo en rodajas, un kilo equivale a sesenta y cinco u ochenta lonchas. ¿Cuánto cuesta un plato de cerdo aquí? Dos yuanes. Así que yo compro medio kilo, lo guardo en el frigorífico, debes disponer de un frigorífica en casa, y retiro varias lonchas antes de venir aquí.

– Seguro que no hace falta que sea tan exigente consigo mismo, Sr. Ren, con todo… -Yu no acabó de decir la frase: «el dinero de la indemnización».

– No tiene que preocuparse por mí, detective Yu. Un viejo gourmet hace cualquier cosa menos dejar de alimentar su estómago. Soy demasiado viejo como para pensar en eso que llaman… ah, consumo compulsivo. El cerdo xiao que yo tengo posee el mismo sabor. Oíd Half Place es un buen restaurante. Espero volver a verle por aquí.

– Sin duda repetiremos -dijo Yu-. Cuando la investigación finalice, tendrá que contarme más trucos de gourmet.

– Venga algún día al restaurante donde yo trabajo, Sr. Ren -intervino Peiqin-. No es tan conocido, se llamada Four Seas, pero preparamos algunas especialidades bastante buenas, y no es un lugar caro.

– ¿Four Seas? Creo que he oído hablar de él. Iré. Puede contar con ello. Gracias, Peiqin.

Se levantaron de la mesa, dispuestos a marchar.

Cerca de la entrada, Qinqin se detuvo para mirar por una ventana situada sobre el mostrador. Por ella pudo ver a dos cocineros con vestidos y gorros blancos cortando hábilmente el cerdo xiao en lonchas sobre unos tocones enormes. Sobre sus cabezas, había hileras de pollos, chorreando aceite, colgados en ganchos de acero brillante.

– Como en Zhaungzi -dijo Qinqin.

– ¡Sí! -dijo Yu distraídamente, sin saber a qué se refería. Quizás Peiqin sí lo sabía.

Después vio al Sr. Ren, que había salido delante de ellos, volver hacia el restaurante.

– ¿Ha olvidado algo, Sr. Ren?

– No… bueno, he olvidado decirle algo.

– ¿De qué se trata?

– Tal vez no sea nada, pero creo que es mejor que se lo diga -contestó el Sr. Ren-. La mañana del siete de febrero, cuando salí del edificio shikumen, vi a alguien salir delante de mí.

– ¿Quién?

– Wan.

– ¿De verdad? ¿Recuerda la hora?

– Bueno, como le dije, fue alrededor de las seis menos cuarto.

– ¿Está seguro de que era Wan, y de que fue esa mañana?

– Bastante seguro. Quizás no tengamos demasiada relación como vecinos, pero llevamos viviendo en la misma casa desde muchos años.

– ¿Habló con él?

– No. Por lo general, no suelo hablar mucho con mis vecinos… después de tantos años siendo un capitalista negro.

– Lo mismo le sucedió a mi padre. Él también fue capitalista negro, cuando vivía -intervino Peiqin-. Tenía un negocio de importación y exportación.

– Sí, sólo resulta comprensible para aquellos que hemos vivido humillados durante años. Yo era tan políticamente negro, y Wan era tan políticamente rojo -Ren forzó los labios para sonreír-. Por supuesto, también es posible que Wan volviera esa mañana más pronto de lo usual y cometiera el asesinato, pero ¿no sería eso poco probable?