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– No tiene remedio, ese Sr. Gu.

Sin embargo, aquello no le sorprendió del todo. Nube Blanca probablemente mantenía informado a su auténtico jefe de todo lo que concernía a Chen, pero Gu debería haber mencionado su visita al hospital durante la comida.

– Desde entonces, los médicos y las enfermeras me han tratado extraordinariamente. Me trasladaron aquí. Esta habitación es mucho mejor, reservada a miembros importantes del Partido, me dijeron -le explicó, y volvió a sacudir la cabeza-. Debes de haberte convertido en una persona importante, hijo.

– No, yo no, el Sr. Gu. He estado traduciendo algunas cosas para él.

– ¡De verdad! -aquello pareció levantarle el ánimo.

Y añadió entusiasmada:

– Tal vez sea demasiado vieja para comprender las cosas del mundo actual, pero ¿desde cuándo tienes una secretaria trabajando para ti en casa?

– No es una secretaria -Chen había previsto que su madre sacaría a relucir el tema. Bajo el punto de vista de la anciana, Chen se había desviado bastante del camino marcado por su padre. Ahora la noticia de que se trataba de una «pequeña secretaria» sólo confirmaría su opinión-. Sólo es una ayudante temporal en el proyecto de traducción.

– Es joven, y lista -dijo su madre-. Y prepara una sopa casera de pollo muy buena.

– Sí, es una chica muy competente -dudaba que Nube Blanca hubiera hecho la sopa en su casa. Probablemente la habría comprado de algún restaurante con el dinero de Gu. Pero prefirió no rectificar a su madre.

– Y estudia en la universidad. Le gustan tus libros, me lo ha contado.

Chen se dio cuenta de que su madre estaba conduciendo la conversación a un tema muy distinto, cosa que no debería haberle sorprendido.

– Sí, estudia en la Universidad de Fudan -afirmó. No estaba dispuesto a revelar a su madre que había conocido a Nube Blanca cuando ésta trabajaba como chica karaoke en una sala privada del Club Dynasty.

Por suerte, su madre todavía estaba demasiado débil para insistir en el tema. Chen decidió dejar el tema también. Si su madre se empeñaba en mantener la esperanza pese a todo, especialmente pese a su delicada salud actual, ¿por qué no dejarla?

A Chen no le gustaba el confucianismo, a pesar de la influencia de su padre en sus últimos días. Como muchas otras personas de su generación, Chen creía que la ideología confuciana había causado más problemas de los que había resuelto a lo largo de la historia de la civilización china. Sin embargo, el inspector jefe opinaba que ser un buen hijo formaba parte de la naturaleza humana. Era lo mínimo que debía hacer un hombre: cuidar a sus padres ancianos y, en la medida de lo posible, hacerles felices.

Se estremecía al pensar en aquellas personas que se negaban a pagar el depósito para que sus padres pudieran ser ingresados en hospitales. Y en quienes no podían permitirse tal gasto. Estos últimos no tenían la culpa, por supuesto. Chen sí podía permitírselo, a fin de cuentas, gracias a su importante posición en el Partido.

Algún día, podría hacer feliz a su madre en ese aspecto en particular, pero ahora su prioridad era la de hacer un buen trabajo como inspector jefe de policía. En el sistema ético confuciano, la responsabilidad hacia el país era más importante que la responsabilidad hacia la familia.

Respecto a Nube Blanca, sólo era una ayudante temporal, como le había dicho a su madre. Chen no sabía si en un futuro sus caminos se volverían a cruzar. Y por supuesto, tampoco podía pronosticar nada sobre el Sr. Cu. Dos versos le vinieron a la mente: «Despidiéndome suavemente con la mano, me voy, / me voy, y no me llevo ninguna nube conmigo».

Pensaba que había olvidado ese poema de Xu Zhimo, y se preguntó si habría vuelto a su memoria por el nombre de la chica. ¿O sería por alguna otra razón?

CAPÍTULO 22

El sonido del teléfono despertó a Yu.

– La dirección de Bao es calle Jungong, número 361. Segundo piso. En el distrito Yangpu -le dijo Chen.

– ¿Cómo has conseguido esa información? -le preguntó Yu.

– Gracias a uno de mis contactos -respondió Chen sin darle demasiada importancia.

El jefe parecía no querer entrar en detalles. Yu lo comprendió.

– Voy de camino -continuó Chen-. No le digas nada a Oíd Liang ni a nadie. Nos vemos allí.

Aquello sorprendió a Yu. Hasta el momento, Chen se había empeñado en permanecer en un segundo plano. Cuando Yu llegó a la calle Jungong, el inspector jefe ya le estaba esperando, fumando un cigarrillo.

Antes del 1949, esta zona había sido una colonia proletaria. A principios de los cincuenta la restauraron y construyeron allí algunas viviendas para obreros con el fin de demostrar la superioridad del sistema socialista. Pero no hicieron nada más, ya que más tarde la ciudad experimentó una oleada política detrás de otra. En la actualidad, la zona era considerada una barriada degradada que se caracterizaba por un nivel de vida diferente al de otras áreas de la ciudad. La habían apodado como «el rincón olvidado».

En los últimos años, también se había convertido en una de las calles donde se congregaba multitud de provincianos debido a los alquileres baratos obtenidos mediante subarriendos ilegales. Solían apiñarse en una misma habitación cinco o seis personas que acababan de llegar a la ciudad. Una vez que mejoraban sus situaciones económicas, se mudaban a otras zonas.

– Según la información que tengo, Bao vive solo, en una pequeña habitación -repuso Chen-. Se mudó aquí hace dos meses. No tiene un trabajo fijo; sobrevive trabajando a jornada parcial para una empresa de construcción de interiores.

– Si vive en una habitación para él solo, ya está mejor que otros -opinó Yu.

El bloque de Bao, el 361 de la calle Jungong, era uno de los dos edificios viejos de dos plantas construidos en la década de los cincuenta. No gozaba del estilo sofisticado de una casa shikumen ni de las instalaciones modernas de las que disponían los bloques de apartamentos nuevos. La casa constaba de unidades, más que de apartamentos; en cada unidad vivían varias familias; cada familia tenía una habitación y compartía la zona de cocina común. Originariamente, el cuarto de Bao había sido una galería a la cual se accedía desde la cocina. Debajo, en la primera planta del edificio, había un pequeño restaurante, el cual también parecía haber formado parte de la casa en el pasado.

Chen y Yu subieron por las escaleras. Llamaron a la puerta y contestó un joven alto y delgado, de unos dieciséis o diecisiete años. Bao tenía el aspecto de un retoño de judía verde sin desarrollar. Los ojos pequeños se le dilataron por el miedo cuando vio al detective Yu vestido de uniforme. La habitación era una de las más desnudas que Yu había visto jamás. Apenas tenía muebles. Situada sobre dos bancos de bambú había una tabla de madera a modo de cama, y debajo de ésta había un montón desordenado de cajas de cartón. Una silla rota y algo parecido a un pupitre completaban la decoración, la cual parecía consistir en mueblas usados que Bao había encontrado y había llevado a casa.

– Hagamos que cante antes de llevarle a comisaría -le susurró Chen a Yu.

Aquello no era propio de Chen, ya que solía seguir el procedimiento. Pero Yu sabía que tenían el tiempo justo. Si llevasen a Bao a la comisaría, el secretario del Partido Li, y quizás más personas, querrían unirse al interrogatorio. De un modo u otro, podrían reducir el ritmo de los acontecimientos.

Era jueves. Debían conseguir que Bao contara la verdad antes de que se celebrara la conferencia de prensa, el viernes.

– Más te vale que nos lo cuentes todo -se dirigió Chen a Bao-. Si confiesas todo lo sucedido la mañana del siete de febrero, puede que el detective Yu te consiga un acuerdo.

– Lo sabemos todo, joven -intervino Yu-, y si cooperas, pediremos que sean indulgentes contigo.

El detective Yu no sabía si era algo que podían garantizarle, pero debía seguirle la corriente a Chen.