Para Gu, la concesión de terreno en el corazón de la ciudad en nombre de la conservación cultural le ahorraría una enorme cantidad de dinero, y tal vez incluso el proyecto sobre el garaje. Los hombres de negocios solicitaban al Gobierno municipal el uso de la tierra, y éste fijaba un precio de acuerdo con la finalidad de dicha tierra. Si la finalidad del terreno era comercial, como en Nuevo Mundo, Gu debería pagar una suma muy alta. Sin embargo, tal y como le había confiado a Chen, Gu había solicitado el terreno con una finalidad de conservación del patrimonio cultural. Claro está, no había incluido un garaje de múltiples plantas en la propuesta, ya que habría provocado sospechas. Pero si posteriormente conseguía que el departamento de tráfico le respaldara, posiblemente conseguiría una rápida aprobación. Lo que Gu había pagado por la traducción era insignificante, una pluma arrancada de un pato de Pekín, en comparación con lo que esperaba obtener.
Desde otra perspectiva, sin embargo, la aprobación a la solicitud de Gu significaría una pérdida de ingresos para el departamento de tráfico. Un garaje moderno y grande retiraría de la calle a numerosos coches, pero también acabaría con el trabajo de muchos agentes policiales y con las multas impuestas por éstos. De modo que a Gu no le resultaría tan fácil conseguir el, apoyo de tráfico, algo que Chen comprendía, y Gu también.
– Bueno, cuando lo creas conveniente, échanos una mano con el proyecto Nuevo Mundo -dijo Gu muy suavemente.
Chen siempre podría decir que no había encontrado el momento idóneo, pero probablemente no lo haría. El fondo de la cuestión era que estaba obligado a ayudar a Gu respecto a su petición sobre el garaje.
– Haré un par de llamadas -comentó en tono distraído al final de la conversación telefónica-. Ya te volveré a llamar, Gu.
Chen decidió que lo mejor sería ir primero al hospital. Debía cubrir los gastos médicos. Iban a dar de alta a su madre aquella tarde. La mujer estaba preocupada por los gastos. No había motivos para hacerle saber el total del importe; en cualquier caso, el dinero de la traducción sería más que suficiente. Esto le sirvió como autojustificación, reflexionó cuando llegó a la oficina de administración del hospital. En la época de economía de mercado, el hospital no era la excepción, y Chen tampoco necesitaba que así fuese, siempre y cuando pudiera ganar dinero de manera aceptable para el sistema.
Chen se sorprendió cuando averiguó que la fábrica donde trabajaba su madre había corrido con los gastos.
– Ya han sido cubiertos, camarada inspector jefe Chen -dijo el contable del hospital con una gran sonrisa-. El camarada Zhou Dexing, el director de la fábrica, desea que usted le llame cuando tenga tiempo. Este es su número.
Chen marcó el número en un teléfono público situado en el vestíbulo del hospital.
No le extrañó escuchar un discurso afable del camarada Zhou Dexing:
– Nuestra fábrica está sufriendo una mala racha, camarada inspector jefe Chen. La economía nacional se encuentra en un período de transición, y las fábricas controladas por el Gobierno se enfrentan a un problema detrás de otro. Sin embargo, tratándose de una antigua trabajadora como su madre, nos ocuparemos de los gastos médicos. Ella trabajó toda su vida con absoluta dedicación a nuestra fábrica. Sabemos lo buena camarada que es.
– Muchas gracias, camarada Zhou.
«Lo buen camarada que es su hijo»; alguien debía de haberle chivado esa última parte, pensó Chen. Fuera cual fuera el motivo, lo que el camarada Zhou había dicho y hecho era políticamente correcto. Resultaba incluso un tema apropiado para el People's Daily.
– Para nuestro trabajo en el futuro, seguiremos disfrutando de su apoyo, espero, y usted del nuestro, camarada inspector jefe. He oído hablar mucho sobre la tarea tan importante que desempeña para la ciudad.
Estas cortesías oficiales no eran más que mera apariencia. Pero a Chen no le importaba. «Hay cosas que un hombre puede hacer, y cosas que un hombre no puede hacer». Este dicho confuciano también podía significar que no importa lo que otros le pidan que haga, él siempre decidirá según sus propios principios.
Un nuevo tipo de relación social, una especie de telaraña, parecía haberse desarrollado, la cual relacionaba a personas entre sí mediante los hilos de sus intereses. La existencia de cada hilo dependía de los demás. Le gustara o no, el inspector jefe Chen formaba parte de esta telaraña de conexiones.
– De verdad que me halaga, camarada Zhou -dijo Chen-. Todos trabajamos para la China socialista. Por supuesto que nos ayudaremos mutuamente.
Ese no era el ideal confuciano de una sociedad, al menos no la visión que tenía su padre, un intelectual neoconfuciano de la vieja generación. Irónicamente, pensó Chen, no carecía de relación absoluta con el confucianismo. Yiqi, o la obligatoriedad de la situación, un principio confuciano que enfatizaba la obligación moral, había desarrollado la idea de la obligatoriedad de los propios intereses.
Pero Chen se recordó a sí mismo que no tenía tiempo para tales especulaciones filosóficas.
Entró en la habitación de su madre. Todavía estaba durmiendo. Aunque el resultado de las pruebas había descartado la posibilidad que le preocupaba en particular, la anciana estaba visiblemente cada vez más débil desde hacía unos cuantos años. Decidió quedarse un rato con ella. Desde el comienzo de la traducción, casi simultáneo al asesinato de Yin Lige, éste era el primer día que Chen podía pasar un tiempo tranquilamente con su madre sin preocuparse por esta pista o aquel descubrimiento, o por definiciones o estilo.
La mujer se movió en sueños, pero no se despertó. Posiblemente era lo mejor. Una vez que se despertara, probablemente dirigiría la conversación a su pregunta número uno: Ahora que te has establecido en la vida, ¿qué hay de formar una familia?
En la cultura tradicional china, el «establecimiento» y la «familia» estaban en los primeros puestos de la lista de prioridades de un hombre, aunque lo segundo era lo que más le preocupaba a su madre. A pesar de sus logros profesionales y de su reputación dentro del Partido, su vida personal seguía siendo una página en blanco para su madre.
Una vez más, pensó en la inscripción del cuadro del ganso en Pekín, aunque en un contexto diferente: «Lo que ha de llegar, llega con el tiempo». Quizás aún no hubiese llegado el momento.
Chen empezó a pelar una manzana para su madre. Recordó que era algo que Nube Blanca había hecho para él. A continuación, introdujo la manzana pelada en una bolsa de plástico sobre la mesilla de noche. Miró en el cajón de la mesita. Podría empezar a recoger las cosas de su madre. Quizás debería marchar antes de que se despertara.
Para sorpresa suya, encontró una fotografía pequeña de Nube Blanca en un libro de sagradas escrituras budistas de su madre. Con el uniforme universitario, Nube Blanca parecía llena de vida y joven, de pie en el portal impresionante de la Universidad de Fudan. Comprendió por qué su madre guardaba aquella foto. Para ella, como el Chino Extranjero Lu había apuntado en una ocasión, «Todo lo que cayera en su cesta de bambú se convertía en una verdura».
Nube Blanca era una buena chica, eso seguro. Le había ayudado mucho: con la traducción, con su madre en el hospital, y con la investigación. Por todo ello, Chen solamente podía estarle agradecido. No quería denigrarla porque se hubieran conocido cuando ella trabajaba en el karaoke y hubiera bailado con ella con la mano sobre su espalda desnuda, ni por ser una «pequeña secretaria». Chen se consideraba una persona por encima de este tipo de esnobismo.
Sin embargo, lo que su madre creía, obviamente, sobre la relación entre ambos, era algo en lo que jamás había pensado Chen. No tanto por la diferencia de edad, ni por los orígenes de ambos, sino simplemente porque Chen opinaba que vivían en dos mundos distintos. De no ser por la traducción sobre Nuevo Mundo, sus caminos nunca se habrían cruzado. La traducción estaba acabada, y Chen se alegraba de que Nube Blanca pudiera volver a su vida, fuera como fuera ésta. No tenía sentido ponerse sentimental. Nube Blanca trabajó como pequeña secretaria a cambio de un sueldo. «Me paga bastante generosamente», como ella misma había dicho; igual que a Chen, aunque con una tarifa distinta y por una razón diferente.