Oíd Liang estaba furioso con Wan. El policía residente insistía en que le acusarían de algunos cargos.
– Deberíamos encerrarle en la cárcel por lo menos tres o cuatro años. Se lo merece. ¡Declaración falsa y premeditada! Este ex miembro del Equipo Obrero de Propaganda por el Pensamiento de Mao Zedong está loco. Debe creer que puede hacer lo que le venga en gana y salir airoso, como en los años de la Revolución Cultural. ¡Está obsesionado con su sueño perenne! Nuestra sociedad ahora es una sociedad legal.
Sin embargo, fue el secretario del Partido Li quien decidió no presentar cargos contra Wan.
– Ya está bien. Ya tenemos demasiadas historias sobre la Revolución Cultural. No tiene sentido que también metamos en problemas a Wan. La gente tiene que progresar. Deja al viejo en paz.
Políticamente, no era buena idea machacar con las secuelas desastrosas de la Revolución Cultural, ni siquiera recordárselas a la gente. Esa era la misma baza con la que había jugado Chen, aunque Li no utilizó esas mismas palabras. De todas formas, el caso de Wan no iba a ser interpretado políticamente, así que Yu no tuvo que decir nada. Por muy ultrajado que se sintiera Oíd Liang, el secretario del Partido Li tenía la última palabra en cuanto a la suerte de Wan.
Aún así, el misterio sin resolver sobre la confesión de Wan seguía molestando a Yu.
Apagando el cigarrillo se levantó, cogió el teléfono y fue hacia la zona de la cocina.
Peiqin continuaba ocupada cocinando, moviéndose entre un laberinto de cazuelas y sartenes. Apenas había espacio suficiente para los dos.
Peiqin estaba realmente contenta con el resultado de la investigación y con el papel que había desempeñado.
– Así que todo ha terminado -dijo volviéndose hacia Yu y sonriendo abiertamente. Tenía las manos llenas de tofu con cerdo picado.
– Todavía faltan algunas cosas por pulir.
– Piensa que yo, que ambos, hemos hecho algo por Yang -repuso-. Yin fue su único consuelo en sus últimos días. Ahora han atrapado a su asesino. En el cielo, si es que existe, Yang debe estar feliz.
– Sí, la conclusión… -a Yu le resultó difícil terminar la frase: «que su sobrino-nieto matara a la mujer que amaba».
– ¿Puedes ir a buscar la colección poética de Yang? Está en el segundo cajón del escritorio.
– Claro. Pero, ¿para qué?
– Creo que mientras cocinaba he aprendido un nuevo significado de la poesía de Yang -contestó Peiqin-. Lo siento, tengo las manos sucias. Pero cuando traigas el libro te diré algo relacionado con el caso.
Yu volvió con la colección de poemas.
– Por favor, busca el poema titulado Un Gato de la Revolución Cultural -le pidió-. ¿Puedes leérmelo?
Yu empezó a leer en voz baja, todavía desconcertado. En ocasiones los libros embelesaban por completo a Peiqin, igual que le sucedía al inspector jefe Chen. Por suerte, Peiqin no tenía demasiados ídolos que igualaran a Yang. En ese momento no había nadie más en la cocina.
«Mi fantasía se hizo realidad / con la Revolución Cultural / de ser un gato, saltando /por la ventana del desván, cazando / sobre el tejado oscuro, mirando / desde arriba las habitaciones ahora llenas / de extraños que llevan puestos / los brazaletes de 'Guardia Roja'. /Me dijeron '¡Fuera de aquí, / cabrón! ¿oyes?'. Yo lo oí, / lo bastante feliz para volver / al tejado, donde me di cuenta / por primera vez, que la luz de las estrellas / podía brillar por siempre en la soledad, /y que la Madre había cambiado /junto a la Guardia Roja, su cuello / torcido por una pizarra igual / que un cartel en el zoológico. No pude pronunciar / las palabras que en ella estaban escritas, pero sabía / que ella no estaba en posición de detener / mi salto en mitad de la noche oscura.
La mañana me derribó / cuando una teja comenzó a temblar, Madre se sacudió / a plena vista, como si la teja también / estuviera hecha para su cuello hinchado. / No pude evitar gritar / con una voz que adquirí de la noche a la mañana, / '¡Vete, y tráeme un cuenco de arroz! / ¿me oyes?'. Y salió corriendo. / Un ratón echando a correr / en los vestigios de una 'revolución cultural' nocturna. Y / decidí, no ser lo bastante humano / para pertenecer a la Guardia Roja, para ser / feroz como un felino. Un día / en que volvía de una visita al dentista / me la encontré chillando, 'No, / tienes los dientes afilados'. 'Desafortunadamente, / nació bajo el signo del ratón', una adivina / ciega dijo, suspirando / en su lecho de muerte. 'Estaba / predestinada, según / el horóscopo chino'. / Salí corriendo como un salvaje. Tenía / nueve vidas por perder, y me dirigí / hacia la selva.
Veo una huella de animal impresa / en este papel blanco.»
– Sí, trata de la Revolución Cultural -dijo Yu, después de leer el largo poema en alto.
– Ahora que sé más cosas sobre su vida -repuso Peiqin-, estoy segura de que el narrador se basó en la vida de Hong, la niña con orígenes «negros». La Guardia Roja persiguió a su familia. Esos críos sufrieron una gran discriminación. Les consideraban «personas en las que no se podía confiar políticamente», sin futuro en la China socialista. Algunos de ellos no podían evitar considerarse inferiores al resto de humanos por el simple hecho de que jamás pudieran pertenecer a la Guardia Roja.
– Sí, por eso Hong denunció a sus padres, según me dijeron.
– Puedo comprenderla porque viví una experiencia semejante y albergaba rencor en secreto hacia mis padres -dijo con voz temblorosa antes de retomar el control sobre sí misma-. ¡Menudo poema! Representa la deshumanización de la Revolución Cultural desde el punto de vista de un niño.
– Sí, la Revolución Cultural provocó muchas tragedias. Incluso en la actualidad hay personas que no han podido librarse de esa sombra, entre ellas Hong, y quizás Bao también.
– Yang dejó un manuscrito de una novela, ¿verdad?
– En inglés. Según dice el inspector jefe Chen. Se trata de una novela estilo Doctor Zhivago, sobre la vida de un intelectual chino en los años de mandato del presidente Mao, pero la Seguridad Nacional nos la ha arrebatado.
– Podríais haber hecho una copia.
– No tuvimos tiempo. Cuando entramos en la oficina nos estaban esperando. Parecía que ya conocían la existencia del manuscrito. Y el secretario del Partido Li estaba de su lado, claro. Chen llegó a leer sólo algunas páginas en el restaurante que había abajo…
– ¿Qué?
– Insistió en que yo interrogara a Bao a solas, ya que era mi caso, mientras que él leía el libro en un restaurante pequeño que había en la primera planta. No volvió hasta que el interrogatorio terminó. Supongo que pudo haber hecho fotocopias sin que yo me enterara.
– ¿Te ha comentado algo sobre el manuscrito?
– No, no ha dicho ni una palabra.
– Sus razones tendrá. No estoy segura de si tendrías que preguntarle -dijo Peiqin con aire pensativo-. Chen es un hombre listo. Quizás intente algo que resulte arriesgado.
– ¿Quieres decir que no quiere involucrarme en algún asunto arriesgado, con la Seguridad Nacional fisgando a nuestras espaldas?
– Posiblemente. No puedo asegurarlo -contestó Peiqin, y cambió de tema repentinamente, mientras troceaba gambas para el relleno de tofu-. ¡Ay, esta noche vamos a tener una cena espléndida!