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Me miró, aturdida. Murmuró una supersticiosa frase en árabe para ahuyentar al mal.

Aspiré una bocanada de aire. Empecé por el amanecer, la mañana del día anterior y el ardiente despertar de las «hermanas». Seguí por el día y acabé con la despedida de Okking y mi cansado y solitario regreso a casa.

Vi que una lágrima se deslizaba despacio por una de sus mejillas, delicadamente sonrojadas. Durante varios segundos fue incapaz de hablar. No supuse que pudiera afectarle tanto. Me reprendí por mi estupidez.

—Me hubiese gustado estar contigo anoche —dijo por último, sin darse cuenta de lo fuerte que me apretaba la mano—. Tenía una cita, Marîd, un tipo del club. Lleva viniendo a verme algunas semanas y anoche, por fin, me ofreció doscientos kiam por irme con él. Es un buen tipo, supongo, pero…

Levanté la mano. No necesitaba oírlo. No era asunto mío cómo pagaba el alquiler. A mí también me hubiera gustado contar con ella la noche anterior, que estuviera conmigo cuando las pesadillas.

—Ya ha pasado todo, espero —dije —. Déjame gastar el resto de mis cincuenta kiam en esta comida y luego vayamos a dar un largo paseo.

—¿De verdad crees que ya ha pasado todo? Me mordí el labio.

—Excepto para Nikki. Creo que yo sabía lo que la llamada significaba. No podía comprender que me hubiera dejado plantado de ese modo, haciéndome pagar los tres mil de Abdulay. En el Budayén nunca estás seguro de la lealtad de tus amigos, pero yo había sacado a Nikki de dos o tres líos. Creí que se podía contar con ella.

Los ojos de Yasmin se abrieron aún más, y sonrió. Yo no entendía por qué estaba de tan buen humor. Yo tenía todavía el rostro partido y lleno de hematomas, y las costillas me dolían como mil demonios. El día anterior no había sido nada gracioso.

—Nikki fue a verme ayer por la mañana —dijo Yasmin.

—¿Cómo?

Entonces recordé que Chiriga había visto a Nikki sobre las diez y que ésta se había ido para reunirse con Yasmin. Yo no había relacionado esa visita a Chiri con la posterior desaparición de Nikki.

—Parecía muy nerviosa —continuó Yasmin—. Me dijo que dejaba el trabajo y se mudaba al apartamento de Tami. No me explicó la razón. También me dijo que había intentado ponerse en comunicación contigo una y otra vez, pero sin conseguirlo.

—Claro que no, cuando Nikki intentaba hablarme por teléfono, me encontraba inconsciente en el suelo.

—Me dio este sobre, y me dijo que me asegurase de que lo recibías —prosiguió Yasmin.

—¿Por qué no se lo dejó a Chiri?

Eso me habría ahorrado mucho sufrimiento físico y mental.

—¿No te acuerdas? Hace un año, o quizá más, Nikki trabajó en el club de Chiri. Ésta se dio cuenta de que estafaba a los clientes y que robaba de los frascos de propinas de las otras chicas.

Asentí, acababa de recordar que Nikki y Chiri no se llevaban demasiado bien.

—¿Así que Nikki fue a ver a Chiri con el único propósito de conseguir tu dirección?

—Le hice muchas preguntas, pero no las respondió. Sólo decía: «Asegúrate de que Marîd reciba esto», una y otra vez.

Deseé que fuera una carta, una disculpa, con una dirección donde yo pudiera encontrarla. Quería que me devolviese mi dinero. Yasmin me dio el sobre y lo abrí. Dentro estaban mis tres mil kiam y una nota escrita en francés. Nikki decía:

Querido Marîd:

Me hubiera gustado darte el dinero personalmente. Te he telefoneado muchas veces, sin obtener respuesta. Le dejo esta carta a Yasmin, pero si nunca llega a tus manos ¿cómo lo sabrás? Entonces, me odiarás siempre. Cuando nos encontremos de nuevo, no lo entenderé. Mis sentimientos son tan confusos…

Voy a vivir con un viejo amigo de mi familia. Es un rico hombre de negocios alemán, que siempre me regalaba algo cuando nos visitaba. Eso ocurría cuando yo era un muchachito tímido e introvertido. Ahora que soy… bueno, que soy lo que soy, el hombre de negocios alemán ha descubierto que tiene más inclinación aún a hacerme regalos. Siempre he sentido afecto por él, Marîd. aunque no pueda amarle. Pero estar con él será mucho más agradable que quedarme con Tamiko.

El nombre del caballero es Herr Lutz Seipolt. Vive en una casa magnífica, al otro lado de la ciudad, tendrás que decirle al conductor que te lleve (lo he copiado para ti) a Bayt el—Simsaar el-Almaani Seipolt. Eso te llevará hasta la villa.

Recuerdos a Yasmin y a todos. Visitaré el Budayén cuando pueda, pero creo que disfrutaré haciendo el papel de señora de una hacienda como ésa, durante un tiempo al menos. Estoy segura de que tú, sobre todo, Marîd, lo entenderás: los negocios son los negocios, mush hayk (¡Apuesto a que pensabas que nunca aprendería una sola palabra de árabe!) Con mucho amor,

Nikki

Cuando acabé de leer la carta, suspiré y se la di a Yasmin. Había olvidado que ella no entendía ni una palabra de francés, de modo que se la traduje.

—Espero que sea feliz —comentó mientras yo doblaba la carta.

—¿Custodiada por un viejo bratwurst alemán? ¿Nikki? La conoces. Necesita acción tanto como yo. o como tú. Volverá. Creo que ahora toca la hora del querido papá en el espectáculo de la princesa Nikki.

Yasmin sonrió.

—Volverá, estoy de acuerdo, pero a su tiempo. Y le hará pagar a ese viejo bratwurst cada minuto.

Los dos sonreímos. El camarero llegó con la bebida de Yasmin y pedimos la comida.

Una vez que hubimos acabado, nos tomamos una última copa de champán.

—Vaya día el de ayer —murmuré, pensativo—; ahora, todo vuelve a ser normal. Tengo mi dinero, excepto los mil kiam de intereses. Cuando salgamos de aquí, quiero encontrar a Abdulay y pagarle.

—Pero aun así —dijo ella—, no todo ha vuelto a la normalidad. Tami sigue muerta.

Mostré mi desagrado.

—Es problema de Okking. Si quiere mi consejo de experto, ya sabe dónde encontrarme.

—¿De verdad vas a volver a hablar con Devi y Selima para saber porqué te golpearon?

—Puedes apostarte tus lindas tetas de plástico a que sí. Y será mejor que las «hermanas» tuvieran un maldito buen motivo.

—Debe de tener algo que ver con Nikki.

Yo estaba de acuerdo con ella, aunque no podía imaginarme qué ocurría.

—Ah —dije —, pasemos por el club de Chiriga. Le debo las provisiones que me prestó anoche.

Yasmin me echó una mirada por encima de su copa de champán.

—Me parece que iremos tarde a casa —exclamó con dulzura.

—Y cuando lleguemos a casa, tendremos suerte sí encontramos la cama.

Yasmin hizo un gesto de borracho.

—Joder con la cama —dijo.

—No —contesté —, tengo mejores propósitos.

Yasmin lanzó una tímida risa, como si nuestra relación estuviera comenzando aún desde la primera noche que pasamos juntos.

—¿Qué moddy quieres que use esta noche? —me preguntó.

Suspiré, cautivado por su adorable, sereno y natural encanto. Era como si la viera de nuevo por primera vez.

—No quiero que utilices ningún moddy —repuse tranquilamente—, deseo hacer el amor «contigo».

—Oh, Marîd —dijo.

Apretó mi mano y así nos quedamos, mirándonos a los ojos mientras aspirábamos el perfume del dulce olivo y escuchábamos el canto de los petirrojos y los ruiseñores. El momento fue casi eterno… y, entonces… , recordé que Abdulay me esperaba. Era mejor no olvidarle. Un proverbio árabe dice que el error de un hombre listo es igual que los errores de mil locos.

Sin embargo, antes de salir del café, Yasmin quiso consultar el libro. Le dije que el Corán no me reconfortaba demasiado.

—No me refiero al Libro, la mención sabia de Dios —dijo—. Hablo del «libro».