—¿Sabes lo que bebe ese tipo? —gritó—. Bebe leche, ¡maldita sea!
Muy ofendido, Saied se dirigió hacia la puerta.
—¿Adonde vas? —preguntó Yasmin con voz tímida. Él la miró.
—A buscar el mayor bistec de la ciudad y devolverlo a donde pertenece. A pasar un buen rato en honor de lo cerca que he estado de que tu novio me condujese a la muerte.
Abrió la puerta de la calle y salió pisando fuerte, dando un portazo.
Me reí. Había sido una gran actuación, justo el alivio que yo necesitaba. No contaba con que Saied estuviera asustado, pero los dos asesinos no hacían de éste un asunto trivial; estaba seguro de que a «Medio Hajj» se le pasaría el enfado muy pronto. Si, pese a lo que parecía, yo terminaba siendo un héroe, él se encontraría entre la minoría poco popular, pasando por un malévolo envidioso. Estaba convencido de que Saied nunca estaría en un grupo impopular si podía hacer algo por evitarlo. Sólo tenía que seguir viviendo lo bastante para que «Medio Hajj» volviese a ser mi amigo.
Creo que mi buen humor coincidió con la subida de las soneínas. Me dije a mí mismo: «¿Ves cómo te han ayudado a mantener el control? ¿Qué bien nos habría hecho liarme a puñetazos con Saied?».
—¿Ahora, qué? —preguntó Yasmin.
Me hubiera gustado que no me lo preguntara.
—Buscaré otro moddy, como me has sugerido. Mientras tanto, reuniré toda la información como «Papa» quiere, trataré de ordenarla y ver si se puede seguir un modelo o una línea de investigación definidos.
—Te estabas portando como un cobarde, ¿no, Marîd?, cuando evitabas los injertos cerebrales.
—Sí. estaba asustado. Tú lo sabes. Pero no se trataba de cobardía. Era como si estuviera retrasando lo inevitable. En estos últimos tiempos, me he sentido como Hamlet. Aunque admites que el hecho de tener miedo es algo inevitable, no estás seguro de que vayas a hacer lo correcto. Quizá Hamlet pudo haber resuelto las cosas de otra manera, con un poco menos de sangre, sin forzar la mano de su tío. Quizá aumentar mi cerebro sólo parezca lo correcto. Quizá estoy olvidando algo obvio.
—Si te engañas a ti mismo de ese modo, más gente morirá. Puede que incluso tú. No olvides que si medio Budayén sabe que vas tras el rastro de los asesinos, ellos también.
Eso no se me había ocurrido. Ni siquiera las soneínas pudieron animarme ante ese notición.
Una hora más tarde, estaba en la oficina del teniente Okking. Como era habitual, no demostró mucho entusiasmo al verme.
—Audran —dijo—, ¿has encontrado otro cadáver para mí? Si el mundo está en orden, te arrastrarás hasta aquí, mortalmente herido, desesperado por conseguir mi perdón antes de palmarla.
—Lo siento, teniente —dije. —Bueno, puedo soñarlo, ¿no?
Ya salam, siempre tan condenadamente gracioso.
—Se supone que debo trabajar más de acuerdo contigo, y se supone que tú has de cooperar voluntariamente conmigo. «Papa» cree que es mejor si aunamos nuestra información.
Parecía como si acabara de oler algo en descomposición. Murmuró unas palabras ininteligibles entre dientes.
—No me gusta que meta su manaza, Audran, y se lo puedes decir de mi parte. Va a hacerme más difícil cerrar este caso. Friedlander Bey corre peligro al inmiscuirte en los asuntos de la policía.
—Él no lo ve así.
Okking asintió con displicencia.
—Está bien, ¿qué quieres que te cuente? Me senté y traté de parecer indiferente.
—Todo lo que sepas sobre Lutz Seipolt y el ruso que mataron en el club de Chiri.
Okking estaba sorprendido. Le costó un momento recuperar la compostura.
—Audran, ¿qué posible relación puede existir entre ambos?
Ya habíamos pasado por eso. Sabía que sólo rehuía la respuesta.
—Debe haber varios motivos o algún conflicto mayor que no alcanzo a comprender y que se desarrolla en el Budayén.
—No necesariamente. El ruso no formaba parte del Budayén. Era un político sin importancia que puso una vez el pie en tu territorio porque le pediste que se reuniera contigo allí.
—Cambias de conversación muy bien, Okking. Responde a mi pregunta: ¿de dónde es Seipolt y qué es lo que hace?
—Llegó a la ciudad hace tres o cuatro años, procedente de algún lugar del Cuarto Reich, de Frankfurt, creo. Se estableció como agente de importación-exportación, ya sabes lo vaga que es esta descripción. Su negocio principal es la alimentación y las especias, café, algo de algodón y tejidos, alfombras orientales, piezas viejas de cobre y bronce, joyería barata, cristal Muski de El Cairo y otras cosillas. Es importante en la comunidad europea, parece sacarle provecho y nunca ha presentado ningún signo de estar implicado en ninguna operación ilícita de comercio internacional a gran escala. Eso es todo lo que sé.
—¿Imaginas por qué me apuntó con una pistola cuando le hice algunas preguntas sobre Nikki?
Okking se encogió de hombros.
—Tal vez le guste la intimidad. Mira, por tu aspecto, no pareces el tipo más inocente del mundo, Audran. Quizá pensó que ibas a sacarle un arma y escaparte con su colección de esculturas antiguas, escarabajos y ratones momificados.
—Entonces, ¿has estado en su casa? Okking sacudió la cabeza.
—Tengo informes —dijo—. Soy un influyente oficial de policía, ¿recuerdas?
—Está bien, lo olvidaré. El ángulo Nikki-Seipolt es un callejón sin salida. ¿Y sobre el ruso, Bogatyrev?
—Era un ratón que trabajaba para los bielorrusos. Primero se pierde su hijo y luego tiene la mala suerte de parar esa bala de James Bond. Todavía guarda menos relación que Seipolt con los otros crímenes.
Sonreí.
—Gracias, teniente. Friedlander Bey quiere que me asegure de que no ocultas ninguna prueba. De verdad que no deseo interrumpir tu investigación. Dime qué debo hacer ahora.
Hizo una mueca.
—Te sugeriría que salieras en una misión en busca de hechos a Tierra del Fuego o a Nueva Zelanda o a cualquier lugar fuera de mi vista, pero te reirías y no me tomarías en serio. Así que interroga a cualquiera que pueda tener un motivo contra Abdulay o entérate de si alguien en particular quería matar a las «Viudas Negras». Investiga si alguna de las «hermanas» fue vista con un desconocido o un sospechoso poco antes de que las mataran.
—Está bien —dije, poniéndome en pie.
Acababa de recibir la primera lección sobre medios evasivos, pero quería que Okking creyera que me había derrotado. Era posible que tuviera algunas pistas que no quisiera compartir conmigo, pese a lo que «Papa» había dicho. Eso explicaría su deliberada mentira. Fuera cual fuese la razón, yo planeaba volver pronto, cuando Okking no estuviera, y utilizar los registros del ordenador para profundizar un poco más en los datos de Seipolt y Bogatyrev.
Al llegar a casa, Yasmin señaló la mesa.
—Alguien ha dejado una nota para ti.
—¿Ah, sí?
—La deslizaron por debajo de la puerta y llamaron. Fui a abrir y no vi a nadie. Bajé la escalera, pero tampoco había nadie en la acera.
Sentí un escalofrío. Abrí el sobre. Contenía un corto mensaje impreso en papel de ordenador. Decía:
AUDRAN:
¡TÚ ERES EL SIGUIENTE!
JAMES BOND SE HA IDO.
AHORA SOY OTRA PERSONA, ¿ADIVINAS QUIÉN?