—Eso es lo que yo le digo —respondió ella.
—Entonces, ¿por qué no volvemos al hotel? Puede que nos encontremos allí, los cuatro, nosotros le relajaremos un poco esta noche. Cena y espectáculo como mis invitados, insisto.
Sonrió.
—Déjeme…
—Debemos apresurarnos —dije—. Si no regresamos rápido, Lutz volverá aquí. Es un hombre impaciente. Entonces tendremos que hacer otro viaje… por un camino horroroso, ya sabe. Vamos, no tenemos tiempo que perder.
—Pero si vamos a ir a cenar…
Debí haberlo pensado.
—Creo que ese vestido le sienta de maravilla, querida, pero si lo prefiere, le suplico que me permita complacerla con cualquier otra prenda que usted desee y cualquier accesorio que considere necesario. Lutz me ha ofrecido muchos regalos a lo largo de los años. Sería un gran placer responder a su generosidad de este modo. Podemos ir de compras antes de cenar. Conozco algunas tiendas inglesas, francesas e italianas muy exclusivas. Estoy seguro de que le encantarán. Podrá elegir su traje para la noche mientras Lutz y yo nos ocupamos de nuestros asuntos. Todo será maravilloso.
La cogí por el brazo y la saqué por la puerta principal. Caminamos por el camino de grava hasta el taxi de Bill. Abrí una de las portezuelas traseras y la ayudé a entrar, di la vuelta por detrás del taxi y penetré por el otro lado.
—Bill —dije en árabe —, regresamos a la ciudad. Al hotel Palazzo di Marco Aurelio.
Bill me miró con tristeza.
—Marco Aurelio también está muerto, ya sabes —dijo mientras ponía el taxi en marcha.
Sentí un escalofrío al preguntarme qué quería decir con ese «también».
Me dirigí a la hermosa mujer que estaba a mi lado.
—No se preocupe por el taxista —dije en alemán—. Como todos los americanos, está loco. Es la voluntad de Alá.
—No ha telefoneado al hotel —dijo, sonriéndome con dulzura.
Le gustaba la idea de un vestido nuevo y joyas sólo porque salíamos a cenar. Yo era un árabe loco con demasiado dinero. A ella le gustaban los árabes locos, lo sabía.
—No, no lo he hecho. Llamaré tan pronto lleguemos.
Ella arrugó la nariz, pensativa.
— Pero si llegamos…
—No lo entiende —dije—. El recepcionista es capaz de hacer estos recados a los huéspedes corrientes, pero cuando los huéspedes son, como le diría… especiales, como Herr Seipolt o yo mismo, se debe hablar directamente con el encargado.
Sus ojos se abrieron.
—Ah —dijo.
Miré hacia atrás, hacia el refrescante jardín regado que el dinero de Seipolt había impuesto en el mismo extremo de las amenazadoras dunas. En un par de semanas, ese lugar parecería tan seco y muerto como el centro del Empty Quarter. Me volví hacia mi compañera y sonreí con serenidad. Charlamos todo el viaje de regreso a la ciudad.
16
Al llegar al hotel dejé a la rubia en una cómoda silla del vestíbulo. Se llamaba Trudi a secas, me dijo con despreocupación, simplemente. Trudi. Era una amiga íntima de Lutz Seipolt. Llevaba más de una semana en su casa. Les había presentado un amigo común. Esa Trudi era una chica bonita y espectacular, y no podía pedir un hombre más dulce que Seipolt; a pesar de todos esos crímenes e intrigas, él enloquecía a la gente.
Fui a hacer la llamada telefónica, pero no quería hablar con nadie del hotel, sino con Okking. Me dijo que cuidara de Trudi hasta que él pudiera mover su culo gordo. Me desconecté los daddies que llevaba, y volví a ponerme el de alemán; sin él, no hubiera podido decirle a Trudi ni una sola palabra. Entonces aprendí el «Hecho de Importancia Vital 154» sobre los potenciadores especiales que «Papa» me había dado.
En este mundo todo tiene un precio.
¿Veis?, lo sabía. Lo aprendí hace mucho tiempo, en las rodillas de mi madre. Es algo que olvidas y necesitas aprender de nuevo a cada poco rato. Nadie hace nada por nada.
Todo el tiempo que estuve en casa de Seipolt. los daddies controlaban mis hormonas. Cuando volví a la casa para investigar en el escritorio de Seipolt, hubiera debido sentirme indefenso y mareado, al saber que los cuerpos mutilados no llevaban mucho tiempo muertos, al saber que el bastardo de Khan podía estar todavía merodeando por allí. Cuando Trudi gritó: «¿Lutz?», debía haberme provocado un ataque de nervios.
Al desconectarme los daddies supe que no había evitado esas terribles sensaciones, sino que las había relegado. De repente, mi cerebro y mis nervios se liaron en una angustiosa maraña, como una madeja de hilo. No podía desenredar las distintas corrientes emocionales: por un lado, puro y sorprendente horror contenido por los daddies durante unas horas; por otro, furia repentina, dirigida contra Khan por la satánica manera que había elegido de salir del anonimato y hacerme testigo de los resultados de sus infames actos; por otro, dolor físico y cansancio máximo, mientras la fatiga envenenaba mis músculos y me dejaba casi desvalido (el daddy había dicho a mi cerebro y a mi parte carnal que ignorase el agravio y la fatiga y ahora los estaba sufriendo a ambos). Me di cuenta de la terrible sed que tenía y de que empezaba a sentir un poco de hambre. Mi vejiga, a la que el daddy había ordenado no comunicarse con ninguna otra parte de mi cuerpo, se encontraba a punto de estallar. Se estaba vertiendo ACTH en mi cuerpo, y eso hacía que me preocupara aún más. Mis suprarrenales bombeaban epinefrina, y hacían que mi corazón latiera con más rapidez todavía, preparándome para luchar o volar, sin importar que la amenaza hubiera desaparecido hacía rato. Experimentaba la reacción que normalmente hubiera atravesado hace unas tres o cuatro horas, condensada en un sólido y desgarrador flujo de emociones y privaciones.
Volví a conectarme los daddies tan rápido como pude, y el mundo dejó de tambalearse. En un minuto volví a sentirme en calma. Mi respiración se tornó normal, mi corazón se tranquilizó, la sed, el hambre, el odio, el cansancio y la sensación de tener la vejiga llena se esfumaron. Me sentí agradecido, pero supe que sólo lo estaba retrasando; cuando se produjera, sería el fin de todo y, a su lado, la peor resaca de droga que he conocido, parecería un beso fugaz en la oscuridad. Las resacas, ils sont un motherfucker, n’est-ce pas, monsieur?
Me veía obligado a estar de acuerdo.
Mientras regresaba al vestíbulo con Trudi, alguien me llamó. Estaba contento de haberme conectado otra vez los daddies. No me gusta que griten mi nombre en lugares públicos, en especial cuando voy disfrazado.
— ¿Monsieur Audran?
Me di la vuelta y dirigí una gélida mirada a uno de los empleados del hotel.
—Si —dije.
—Han dejado un mensaje para usted en su casillero.
Notaba que tenía problemas con mi galabiyya y mi keffiya. Tenía la impresión de que sólo había europeos en aquel bonito y limpio hotel.
Era moderadamente imposible que alguien hubiera dejado un mensaje para mí por dos razones: la primera, que nadie sabía que me encontraba allí; y la segunda, que me había registrado bajo nombre falso. Quería ver qué necio error había cometido y luego arrojárselo al rostro de los camisas tiesas del hotel. Cogí el mensaje.
Papel de computadora, ¿no?
AUDRAN:
TE HE VISTO EN CASA DE SEIPOLT, PERO NO ERA EL MOMENTO ADECUADO.
LO SIENTO.
TE QUIERO TODO PARA MÍ, SOLO Y TRANQUILO.
NO DESEO QUE NADIE PIENSE QUE SÓLO ERES PARTE DE UN FORTUITO GRUPO DE VÍCTIMAS.
CUANDO ENCUENTREN TU CUERPO, QUIERO ASEGURARME DE QUE SE ENTEREN QUE RECIBISTE UNA ATENCIÓN INDIVIDUAL.