—Hace mucho tiempo que le persigo, señor Audran. Le vi en la comisaría de policía, en casa de Friedlander Bey, en la de Seipolt, en el hotel. Podía haberle matado esa noche cuando simulé que era un maldito ladrón, pero no deseaba ser interrumpido. Esperé el momento adecuado. Ahora, señor Audran, ahora morirá.
Resultaba maravillosamente sencillo leer en sus labios. El mundo entero se había relajado y se movía a la mitad de la velocidad normal. Él y yo teníamos todo el tiempo que necesitábamos…
La boca de Khan se torció. Me gustaba esa parte. Me acorraló hacia atrás, dentro del callejón. Mis ojos permanecían fijos en su brillante cuchillo, con el que Khan no sólo intentaba matarme sino también mutilar mi cuerpo. Dijo que tapizaría las sucias piedras y los desperdicios con mis tripas como guirnaldas de fiesta. Algunas personas sienten terror ante la muerte, otros sienten más terror de la agonía que la precede. Para ser honesto, yo soy de estos últimos. Sabía que algún día tenía que morir, pero esperaba que fuera de una forma rápida y sin dolor, en la cama si tenía suerte. Ser torturado antes por Khan no era mi modo favorito de largarme de este mundo.
Los daddies me evitaban el pánico. Si me dejaba llevar por él, me convertirían en souvlaki en cinco minutos. Retrocedí más de prisa buscando algo en el callejón que me diera una oportunidad contra el maníaco y su daga. Corría contra reloj.
Los labios de Khan se separaban de sus dientes y me dirigía reveladores gritos sin palabras. Sostenía el cuchillo a la altura del hombro, acercándose hacia mí como lady Macbeth. Le dejé dar tres pasos y luego me moví hacia la izquierda y le embestí. Esperaba verme huir hacia atrás y cuando me abalancé sobre él, retrocedió. Mi mano izquierda buscó su muñeca derecha y mi brazo izquierdo contuvo su antebrazo, agarrando su mano con fuerza. Le retorcí la mano del cuchillo hacia atrás con mi mano derecha, contra el punto de apoyo de mi mano derecha. Normalmente eso basta para desarmar a un atacante, pero Khan era fuerte, más fuerte de lo que debería ser aquel demacrado cuerpo; la locura le concedía un poder adicional y también su moddy y sus daddies.
La mano libre de Khan me cogió por la garganta y me forzó la cabeza hacia tras. Tenía mi pierna derecha entre las suyas, y con ella separé sus pies. Ambos nos desplomamos y, mientras caíamos, cubrí su rostro con mi mano derecha. Le golpeé la parte de atrás de su cabeza contra el suelo con tanta fuerza como fui capaz. Mi rodilla cayó encima de su puño y su mano se abrió. Arrojé su cuchillo a lo lejos y empleé las dos manos para golpear la cabeza de Khan contra el asqueroso suelo. Khan estaba aturdido, pero no por mucho tiempo. Se deshizo de mi dominio y se lanzó contra mí, desgarrando mi carne a mordiscos. Forcejeamos tratando de sacar alguna ventaja, pero luchábamos tan apretados que no podía emplear los puños. Ni siquiera era capaz de librar mis manos. Mientras tanto, él me hería, me clavaba sus negras uñas, me hacía sangre con sus dientes, me golpeaba con sus rodillas.
Khan se reía y me empujó a un lado. Entonces, dio un salto y, antes de que yo pudiera escapar, se puso sobre mí. Me inmovilizó los brazos con una rodilla y una mano. Levantó el puño para golpearme en la garganta. Grité y traté de deshacerme de él, mas no podía moverme. Luché, y vi una fanática luz de victoria en sus ojos. Canturreó una plegaria inarticulada. Con un salvaje bramido, me golpeó en la sien con el puño. Casi perdí el conocimiento.
Khan corrió a buscar su cuchillo. Me obligué a sentarme y buscar, desesperado, en mi bolsa. Khan había encontrado el cuchillo y avanzaba hacia mí. Abrí la bolsa y lo arrojé todo al suelo. Justo cuando Khan estaba a tres pasos de mí, le herí con una gran explosión de mi arma. Dio un gorjeante grito y se desplomó junto a mí. Estaría fuera de combate durante varias horas.
Los daddies bloqueaban bastante mi dolor, pero no todo; el resto lo mantenían a distancia. Sin embargo, todavía no podía moverme y pasaron unos minutos antes de que fuera capaz de hacer algo útil. Vi como la piel de Khan se volvía azul cianótico mientras luchaba por coger aire en sus pulmones. Tuvo convulsiones y, de repente, se relajó por completo, a pocos centímetros de mí. Me senté y respiré hasta que conseguí sacudirme los efectos de la lucha. Luego, lo primero que hice fue quitarle el moddy de Khan de la cabeza. Llamé al teniente Okking para darle la buena nueva.
18
Encontré mi caja de píldoras en la bolsa y me tomé siete u ocho soneínas. Quería probar algo nuevo. Tenía el cuerpo destrozado después de la pelea con Khan, pero no se trataba del dolor sólo. Quería ver cómo el opiáceo afectaba a mis sensaciones aumentadas por puro interés científico. Mientras esperaba a Okking, conocí la verdad de modo empírico. El daddy que limpiaba el alcohol de mi sistema con tanta rapidez, hacía lo mismo con las soneínas. ¿Quién lo necesitaba? Me desconecté el moddy y me tomé otro puñado de soneínas.
Okking llegó boyante. Ésa es la única palabra que le describía. Nunca había visto a nadie tan satisfecho. Estaba atento y simpático conmigo, se interesó por mis heridas y mi dolor. Se mostró tan gentil que creí que la gente de las noticias holo estaría por allí, pero me equivoqué.
—Creo que ahora te debo una, Audran —dijo. Pensé que me debía bastante más que eso. —He hecho tu maldito trabajo por ti, Okking. Ni siquiera eso desinfló su júbilo.
—Es posible, es posible. Al menos, ahora dormiré un poco. No podía ni comer sin pensar en Selima, Seipolt y los demás.
Khan se despertó; sin un moddy en su enchufe, empezó a sollozar. Recordé lo mal que me había encontrado cuando me quité los daddies después de unos días. Quién sabe cuánto tiempo llevaba Khan —cualquiera que fuese su verdadero nombre— escondiéndose tras un moddy y luego otro. Quizá sin una falsa personalidad conectada no fuera capaz de afrontar los actos inhumanos que había cometido. Yacía en el pavimento, con las manos esposadas a la espalda y los tobillos encadenados, mascullando y amenazándonos con maldiciones. Okking le miró unos segundos.
—Lleváoslo de aquí —dijo a un par de oficiales uniformados.
No fueron demasiado gentiles con él, pero Khan no me caía simpático.
—¿Y ahora, qué? —pregunté a Okking. La alegría se le pasó un poco.
—Creo que ha llegado la hora de presentar mi dimisión.
—Cuando circule la noticia de que has aceptado dinero de un gobierno extranjero, no vas a ser muy popular. Has deteriorado tu credibilidad.
Asintió.
—El rumor se ha difundido ya, al menos en los círculos que cuentan. Me han dado la posibilidad de encontrar empleo fuera de la ciudad o pasar el resto de mi vida detrás de los barrotes de uno de vuestros típicos y cochambrosos agujeros de mierda. No sé cómo pueden encerrar a la gente en esas prisiones, son como las de los Tiempos Oscuros.
—Tú has metido allí a buena parte de la población. Tendrás un gran comité de bienvenida esperándote.
Se estremeció.
—Creo que en cuanto reúna mis objetos personales, haré las maletas y me desvaneceré en la noche. Espero que me den una recomendación. Me refiero a que, agente extranjero o no, he hecho un buen trabajo por la ciudad. Nunca he comprometido mi integridad, excepto unas pocas veces.
—¿Cuánta gente puede, con honestidad, decir lo mismo? Tú eres de su misma especie, Okking.
Era la clase de tipo que saldría de eso y además lo convertiría en una recomendación a su favor. Encontraría trabajo en cualquier lugar.
—¿Te gusta verme en problemas, Audran?
De hecho, sí. Pero en lugar de responder, me volví hacia mi bolsa y volví a meter todo en ella. Había aprendido la lección, así que me guardé la pistola entre los pliegues de mi túnica. De la conversación de Okking deduje que el interrogatorio formal había acabado y podía irme.