– Bueno, yo la defiendo -Laurel se giró entre sus brazos y volvió a recordar el encuentro que habían tenido por la mañana, cuando Sean no había podido ocultar su excitación… y ella no había podido disimular su curiosidad. De pronto vio una imagen de su trasero desnudo. El pulso se le aceleró-. Y la corbata te sienta bien.
– Sí -dijo Sean.
– ¿Me perdonas entonces por haberte hecho pasar la tarde de compras?
Después de visitar el edificio de Dorchester, Laurel había insistido en acercarse a un par de tiendas para comprarle ropa a Sean. Aunque al principio había aceptado a regañadientes, al ver cómo disfrutaba Laurel, había terminado divirtiéndose, posando de modelo para ella.
– Esta ropa me hace parecer un hombre respetable.
Lo cierto era que estaba muy elegante y atractivo con el nuevo vestuario. La camisa se ceñía a su torso con suavidad y los pantalones le estaban perfectos.
– Está bien… aunque echo de menos tu ropa normal. Te hace parecer… peligroso.
En efecto, aparte de las camisetas y los vaqueros, Sean Quinn tenía un aire peligroso. La primera vez que lo había visto le había parecido distante y reservado. Pero luego había ido bajando la guardia, dejándole mirar detrás de sus corazas. Y lo que antes había sido frialdad había dado paso a un hombre dulce, tierno y, de alguna manera, vulnerable. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más cerca estaba de…
Laurel atajó el pensamiento. No, no se estaba enamorando. Quizá estaba un poco embelesada, pero no debía permitirse creer que estaban casados de verdad. Sólo era un acuerdo de negocios, nada más.
– Tu tío quiere enseñarme un sello nuevo – susurró Sean-. Me está esperando en la biblioteca.
– Te tendrá entretenido toda la noche – Laurel entrelazó las manos tras la nuca de Sean y le dio un besito en los labios-. Quédate conmigo. Acabamos de casarnos. Tiene que entenderlo.
Sean le devolvió el beso con uno más intenso. Introdujo la lengua en su boca. Laurel creyó que se detendría ahí, pero no lo hizo. Sintió sus manos por el cuerpo. Sean se sentó en la mocheta, la colocó entre sus piernas y le subió el top para darle un beso en el ombligo.
Laurel suspiró, abandonándose a la mareante sensación que huía por su cuerpo. Le agarró las manos y las subió hasta situarlas justo bajo sus pechos.
– Llévame a la cama -le pidió ella.
– No puedo -susurró Sean. El calor que llameaba en su interior se heló al instante.
– ¿No puedes?
– Sinclair me espera -dijo antes de darle otro tieso en la cadera-. Cuanto antes convenzamos a tu tío de que soy el marido perfecto, antes tendrás los cinco millones. Tienes que dejarme hacer mi trabajo.
Laurel maldijo para sus adentros. En esos momentos, el dinero le importaba un comino. Lo único que quería era seguir sintiendo las caricias de Sean.
– No tienes por qué hacer esto -dijo ella.
– Quiero hacerlo, Laurel -Sean se puso de pie y le dio un último beso-. Es por una buena causa.
Sintió un escalofrío y se frotó los hombros mientras lo veía meterse en la casa. ¿Podía haber dejado más claras sus necesidades? Aunque parecía que Sean la deseaba, quizá no le resultaba tan atractiva a pesar de todo.
Pero no tardaría en descubrirlo. En una hora o dos, se quedarían a solas en la habitación. Si entonces seguía deseándolo, sería el momento de atacar.
Por otra parte, ¿estaba dispuesta a poner en peligro el corazón a cambio de una noche apasionada?, ¿estaba dispuesta a lastimar su orgullo si Sean la rechazaba? Laurel respiró hondo y cerró los ojos. Si había un hombre por el que mereciera la pena arriesgarse, ése era Sean Quinn.
Mientras subía las escaleras, oyó el murmullo incesante de su tío, hablando desde la biblioteca. Por un momento, pensó en rescatar a Sean y llevárselo al dormitorio. Pero optó por seguir su camino y encerrarse sola en la habitación.
Sentía como si el cuerpo le estuviese ardiendo, de modo que, dejando un rastro de prendas tras ella, fue al cuarto de baño, reguló la temperatura de la ducha, asegurándose de que estuviera más fresca que cálida, entró y dejó que el chorro se llevara el calor por el deseo que Sean había avivado en ella.
Pero, a pesar de ponérsele la carne de gallina, seguía sintiendo una tensión bajo el estómago, en el vértice de las piernas. Aumentó la temperatura del agua con la esperanza de relajarse, se apoyó contra la pared y trató de despejar la cabeza. De pronto oyó un ruido, se giró y vio, al otro lado de la mampara, la sombra de un hombre.
Por la silueta, la anchura de los hombros y la longitud de las piernas, supo que era Sean. Contuvo la respiración, expectante, preguntándose qué debía hacer. Estaba a punto de irse cuando Laurel abrió la mampara.
Sabía que había sido un movimiento impulsivo, pero no se arrepentía. De haberse parado a pensarlo, quizá se habría quedado sola en la ducha; pero no estaba dispuesta a desperdiciar la que tal vez fuera su única oportunidad.
– Creía que estarías más tiempo con mi tío -dijo ella con voz trémula, envuelta en un halo de vapor.
– Le dije que estaba cansado -Sean acarició su cuerpo desnudo con la mirada.
– ¿Lo estás?
Sean negó con la cabeza. Luego miró hacia la puerta.
– Si quieres que me vaya, me voy.
– No quiero -Laurel dio un paso al frente y el lo interpretó como una invitación.
Se quitó los zapatos y entró en la ducha con ella, totalmente vestido. Nada más cerrar la mampara, la besó y empezó a recorrer su cuerpo con las manos. Era como si estuvieran en un sueño, en medio de la bruma del vapor, azotados por una oleada de pasión.
Laurel tiró de la camisa de Sean, pero no era fácil desabrocharla estando empapada. Presa de la impaciencia, Sean se quitó la corbata y se desgarró la camisa. Los botones salieron despedidos por el aire. No había mucho espacio, razón de más para apretar sus cuerpos mientras el agua continuaba mojándolos.
Laurel pasó las manos por su torso desnudo. Cada vez que lo tocaba era como si lo tocase por primera vez. Quería aprenderse cada centímetro de su piel, cada contorno de sus músculos. Sean echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos cuando sintió la boca de Laurel sobre su pecho.
Hasta ese momento no había tomado conciencia de cuánto lo deseaba. De repente, no podía pensar con claridad, estaba dominada por un torbellino de sensaciones. Al desabrocharle el cinturón, le rozó sobre la cremallera y lo encontró totalmente excitado, con una erección evidente a pesar de los pantalones.
Insegura, lo tocó justo ahí y Sean emitió un gruñido gutural. Apoyó las manos contra las paredes de la ducha mientras ella bajaba la cremallera. Laurel contuvo la respiración, le bajó los pantalones y le quitó los calzoncillos en el mismo movimiento.
Antes de incorporarse, contempló sus largas piernas. Era un Adonis. Jamás había visto un cuerpo tan perfecto y tentador. De repente, era como estar haciendo realidad la más desinhibida de sus fantasías.
Deslizó los dedos a lo largo de su erección y se quedó encantada con la reacción de Sean. Luego, cuando lo envolvió con los labios, terminó de darse cuenta del poder que podía ejercer sobre él, de lo vulnerable que era a su tacto. Sean susurró su nombre y le acarició el pelo mientras ella continuaba saboreándolo.
Poco a poco, notó cómo si las barreras de Sean fuesen desvaneciéndose y le abriera el corazón. Laurel nunca se había sentido tan unida a un hombre, tan ansiosa por complacerlo, tan desesperada por poseerlo. Se había preguntado acerca de lo que de veras sentía por Sean y ya no le quedaban dudas: aquello no era un pacto de negocios, sino fuego, necesidad, deseo… tan intensos que la asustaban.
Lo llevó hasta cerca del precipicio y se retiró; pero Sean no estaba dispuesto a someterse. Tiró de sus brazos, la levantó y le mordió los labios. Estrujó su cuerpo contra una pared de la ducha y empezó a besarla y lamerla por el cuello, los hombros, los pechos, los pezones. Cuando la tocó con los dedos en el punto sensible entre las piernas, Laurel gritó sorprendida. Había fantaseado con estar con Sean, pero había imaginado un escenario más tradicionaclass="underline" una cama, la caída paulatina de la ropa, un lento paseo hacia la liberación final. Pero aquello era una locura incontrolada que le tenía arrebatados todos los sentidos. Cada segundo experimentaba una necesidad y un placer nuevos.