– Te contaré un cuento de una merrow llamada Duana. Una merrow es como una sirena en la tradición irlandesa. Muy bella. En Irlanda no se ven muchas, pero se dice que había sirenas que tomaban humanos como amantes. De hecho, algunas familias irlandesas aseguran descender de las sirenas -Sean hizo una pausa-. Quiero un beso por adelantado.
Laurel rió y le dio un beso volcando todo su corazón en él, seduciéndolo con los labios y la lengua, apretando su desnudez contra la de Sean.
– Sigue -dijo cuando terminó.
– Duana, como las demás sirenas, tenía un manto de piel de foca con el que podía nadar en las aguas más frías y profundas. Pero para andar por la tierra tenía que dejar el manto en la orilla. Lo que era peligroso. Porque si un humano encontraba el manto, tendría poder sobre ella y no podría regresar al mar. Esto es lo que le pasó a Duana. Un día, Kelan Quinn, un pescador pobre, encontró su manto y lo tomó para protegerse de los inviernos húmedos de Irlanda. Sabía que era un manto valioso, así que lo escondió en el tejado de su casa hasta que llegara el invierno.
– ¿Las sirenas se mueren si no vuelven al mar?
– Creo que no -Sean frunció el ceño-. Supongo que Conor podría decírtelo. Creo que sólo les gusta el mar porque es su casa. Muchos campesinos y pescadores querían cazar una sirena porque eran muy valiosas. Tienen el pecho de oro, plata y joyas extraídas de barcos naufragados. Pero Kelan no sabía que era el manto de una sirena. Y cuando una mujer se presentó en su casa al día siguiente, la dejó pasar. A las sirenas sólo les interesan los humanos para acostarse con alguno de vez en cuando. Pero los humanos pueden enamorarse de una sirena. Y Kelan se enamoró. Duana era tan bella que quiso que se casara con ella. Pero Duana dijo que no se casaría hasta que le hiciera un regalo. Kelan era pobre y no se le ocurría qué podría ofrecerle que le gustara. Sólo tenía algunos peniques, pero estaba desesperado por convencer a Duana de su amor. Entonces se acordó del manto. Lo sacó de su escondite y Duana se lo puso. Entonces soltó una risotada, echó a correr al mar y desapareció entre las olas.
– ¿Qué pasó con Kelan?
– Se quedó desolado. Pensó que se había enamorado de una mujer loca, así que entró en el mar y empezó a buscarla para evitar que se ahogara. Pero el agua estaba fría y no podía permanecer mucho tiempo dentro. Una y otra vez, entraba por Duana, hasta que una ola se la devolvió. Ella le agarró una mano y lo sumergió a las profundidades. Sólo entonces se dio cuenta Kelan de que era una sirena. Le quitó el manto, corrió hasta la orilla y se lo puso.
– ¿Y qué le pasó a Duana?
– Murió. Y Kelan, inteligente como todos los Quinn, usó el manto para adentrarse en el mar y apoderarse de los tesoros que Duana había reunido. El pescador pobre se convirtió en el hombre más rico del pueblo porque había vencido a una sirena -contestó. Hasta que hubo terminado el cuento, Sean no tomó conciencia de cuántos paralelismos había entre Laurel y él y la sirena y el pescador. Como la sirena, Laurel lo había seducido y, aunque era rica, lo que más anhelaba Sean era el tesoro de su cuerpo. ¿Trataría de llevarlo a las profundidades como Duana? Y en tal caso, ¿podría escaparse?-. Fin del cuento. Ya te he dicho que no se me daba bien.
– Lo has hecho muy bien -aseguró ella-. Pero no tiene un final feliz. Y no es muy romántico.
– Pero, para mi padre, enseñaba una lección importante.
– ¿No robes mantos de la orilla? -bromeó Laurel y Sean rió.
– No, ten cuidado con las mujeres bonitas.
– ¿Lo dices por mí? -preguntó ella-. ¿Se supone que tienes que tener cuidado conmigo?
Sean la agarró por la cintura, la volteó y la clavó boca arriba contra la cama. La miró a los ojos incapaz de creerse todavía la suerte que había tenido conociendo a Laurel.
– ¿Contigo? Muchísimo. Creo que podrías romperme el corazón si quisieras.
– ¿Por qué iba a romperte el corazón? -Laurel le acarició una mejilla y deslizó la mano hacia el torso-. Lo que más quiero de ti es tu corazón.
Se le paró el corazón. ¿Acababa de decir que lo quería? Debería sentirse extasiado y, por un instante fugaz, así había sido. Pero luego le había entrado el miedo. Quería creerla, pero lo había dicho con tal naturalidad, que parecía que no significara nada.
La besó y se abandonó al dulce sabor de su boca con la esperanza de aliviar las dudas con los placeres que le ofrecía su cuerpo. ¿Lo seduciría para engañarlo después como Duana a Kelan Quinn?, ¿o podría olvidarse para siempre de las historias de sus antepasados?
Por el momento, mantendría el corazón a salvo. Y algún día, quizá, sería suficientemente valiente… o inteligente… o fuerte para entregarle la llave que lo abría.
– Creo que vas a tener que cambiar estas ventanas.
– ¿Cuánto costará eso? -preguntó Laurel-. Quizá valdría con sustituir los cristales rotos. Sería más barato, ¿no?
Sean la rodeó por la cintura y se la acercó al cuerpo. Habían ido a Dorchester a evaluar el estado del edificio, pero era evidente que ninguno de los dos sabía las reformas que necesitaba para convertirlo en un lugar habitable. De hecho, habría preferido quedarse en la cama con Laurel, como habían hecho los tres anteriores días.
Había sido una especie de luna de miel, tras recibir la llamada de Alistair para informar de que Sinclair y él permanecerían unos días más en Nueva York. La noche había dado lugar al día y el día a la noche sin tomar conciencia de que existía un mundo fuera de la casa. Habían dormido cuando se sentían cansados y habían hecho el amor junto a la piscina a medianoche. La comida había consistido en pizzas, menús chinos, cualquier cosa que pudiera encargarse. Sean siempre había pensado que la luna de miel era una excusa para hacer un viaje. Pero acababa de comprender su auténtico sentido. Sentía como si Laurel y él se hubiesen convertido en una sola persona, como si compartiesen un mismo cuerpo e idénticos pensamientos, deseos y necesidades.
– También hará falta aire acondicionado – continuó ella, apuntándolo en una libreta.
– Déjame el móvil -Sean sacó de la cartera una tarjeta y empezó a marcar un número.
– ¿A quién llamas?, ¿conoces a un instalador de aire acondicionado?
El recepcionista de Rencor contestó al primer pitido.
– Con Rafe Kendrick, por favor. Dígale que es su cuñado Sean Quinn.
– Sean -contestó Rafe al cabo de unos segundos-. ¿Qué tal?, ¿todo bien?
Era evidente que la llamada lo había sorprendido. Sean no estaba seguro de haber mantenido ni una conversación con su cuñado. Rafe no había entrado con buen pie en la familia, aunque sus hermanos lo habían perdonado en vista de que era el marido de Keely.
– Necesito que me hagas un favor.
– Lo que tú quieras -contestó Rafe.
– Tengo una amiga que quiere rehabilitar un edificio de Dorchester. Está en bastante mal estado y necesita una tasación de lo que puede costarle.
– ¿Tiene un plano arquitectónico?
– No, creo que no.
– Bueno, pues eso es lo primero.
– No tiene mucho dinero para el proyecto -dijo Sean-. Quiere convertir el edificio en un centro de actividades extraescolares.
– Ah, es la mujer con la que estuvo Amy. Keely habló con ella y comentó que… -Rafe dejó la frase sin terminar-. En fin, ¿te mando a uno de mis arquitectos?
– ¿Cuánto nos costará?
– Por eso no te preocupes. Somos familia. Dame la dirección y os mando a alguien. ¿Estáis allí ahora?
– Sí -Sean le dio la dirección.
– En media hora tenéis a alguien allí. Una vez que te haga el plano, pediré a alguien de la plantilla que haga la tasación. Hay muchos contratistas que me deben favores. Podría…
– No, ya has hecho más que suficiente – atajó Sean-. Muchas gracias. Te lo agradezco.