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Victorino los dejó celebrando a carcajadas y codazos el naufragio de la fiesta de la Nena Londoño, la Mona Lisa había renunciado para siempre a sus vestiduras, cabalgaba desnuda por las avenidas del Country, Lady Godiva a horcajadas sobre la moto de Ramuncho, Victorino los dejó celebrando, enrumbó el Maserati carretera panamericana arriba, neblina arriba, hasta más allá de Los Teques, hasta más allá de Los Colorados, hasta más acá de Guayas, hasta una hondonada donde duendes en gavilla, que siempre andan sueltos por los valles de Aragua, o quizás ruidos congénitos del monte, le ordenaron devolverse. El Maserati iniciaba el descenso cuando Victorino encendió sin premeditación la radio, fluyó inesperadamente de los metales la Filarmónica de Berlín, fluyó inesperadamente de las maderas la Sinfonía Fantástica, era una música desconocida para Victorino, el desfogue romántico de los violines le impidió apagarla, cuando se serenaron los violines lloró la trompa aislada y melancólica, Estoy jarto de toda esta vaina, pensó Victorino, Victorino tiene que irse de este desdichado país, Malvina, de este embrión de país, de este feto de patria conservado en un frasco de alcohol, se llevará el recuerdo de usted por único equipaje, tomará un trasatlántico de nombre Malvina, navegará por mares con sabor a Malvina, bajo cielos color Malvina, hasta puertos donde nadie sepa quien es, hasta suburbios, donde los relojes digan doce veces Malvina para anunciar la medianoche, y usted permanecerá viva y sepultada en esta cárcel con pretensiones de país, gladiolo de la misa de doce, lirio de la cancha de tenis, clavel de la barrera de sombra, tulipán de la canasta, nomeolvides de las discotecas, virgo potens, virgo clemens, virgo prudentísima, hasta que se case, hasta que la casen con uno de esos cuarentones amigos de la familia, doctor en leyes, o ingeniero civil, o miembro de la Bolsa de Caracas, bolsa de Caracas, jamás presenció Caracas una boda tan, Victorino tiene que irse de esta caricatura de país, Malvina, la iglesia reventaba de música y de luces, qué linda está la novia, parece un arcángel la novia, usted camina majestuosa por entre los murmullos de las viejas y las frases del órgano, ¿Acepta usted por esposo?, Victorino recibe la noticia en Copenhague, la tropieza en un periódico del mes pasado, diciembre, sobre una mesa del consulado, viene su foto de azahares y una lista abrillantada de invitados, Victorino preferiría la tarjeta de entierro, ha fallecido cristianamente la señorita Malvina Peralta Ulloa, qué golpe tan recio, qué dolor en el pecho, pero es más llevadero que, tiene que escaparse de este país, Malvina, por mares color Malvina, hasta muelles brutales donde le den trabajo de estibador, beberá ginebra pura en tabernas olorosas a brea y aserrín, de brazo con los marineros y las prostitutas, les hablará de una prima y novia suya, ellos se burlarán obscenamente de sus lamentaciones, Victorino estrellará su vaso sobre el cobre relumbroso del mostrador, tiene que marcharse de este horrible país, Malvina, con el recuerdo suyo por único equipaje, con su dulce recuerdo, Malvina. El rasgo del arpa aparece entre los violines como una tórtola viuda que cantara bajo la lluvia, al conjuro de la batuta de von Karajan se trenza la arrebatada tolvanera del valse, el Maserati desovilla armoniosamente las curvas de la montaña, Es una mierda todo y yo mismo soy una mierda, pensó Victorino, el embrollo lo descubrieron aquella noche en que usted celebraba su fiesta de cumpleaños, Malvina, Victorino se puso a bailar con usted toda la noche sin saber por qué, él tenía una novia llamada Lucy que rompió a llorar desconsoladamente cuando los vio bailando de ese modo, no es correcto que cosas así sucedan entre primos hermanos, en otra época a usted le gustaba treparse a su motocicleta, se apretaba contra su suéter y él sentía en la espalda el calorcito de sus senos, en otra época se bañaban juntos en la piscina, Victorino nadaba silenciosamente debajo del agua para brotar de pronto entre sus, en otra época usted no lo llamaba Victorino como todo el mundo sino Jefe Indio, ¿por qué Jefe Indio?, pero no descubrieron el embrollo sino aquella noche de su fiesta, Lucy sollozaba bajo las palmas del jardín, quería morirse, Victorino bailaba con usted y con usted, cada vez más cerca, cada vez más olvidados usted y él de los ojos que los rodeaban, parece increíble que dos primos hermanos, Victorino tiene que desaparecer de esta tierra hosca y emponzoñada, la gente mira con rencor de prestamista, por donde uno camina no pisa sino estiércol y odio, bejucos de odio, pajonales de odio, Victorino tiene que huir de este país, Malvina, bailaba con usted y la besó en la boca, nadie les importaba, Mami no íes quitaba la vista desde su mesa, ¡dos primos hermanos!, Mami pálida y asombrada entre botellas de champaña y candelabros, Lucy había desaparecido, Victorino la llamó por primera vez Mi perrita linda, su corazón giraba incendiado a los pies de usted como un trompo perpetuo, tiene necesidad de su cuerpo, Malvina, debe escaparse de este país, su corazón gira que gira a la sombra de sus ojeras, salir a remo y vela de este país, de este pobre país. El oboe y el corno inglés desgarran sus cuitas pastoriles, resucita la mañana sobre los valles, renace la luz entre los ijares colosales de los cerros cercanos, amuralladas catedrales verdes irrumpen de la sombra, toros de cielo negro vadean esteros grises, toros de cielo negro se empotreran en dehesas azules, se erige rescatada de la noche la tornadiza cartografía de las nubes, de los barrancos sube un olor a hierba recién cortada, un olor a cañamelar cimbrado por el viento, un olor al resuello de los inmensos árboles floreados, la flauta y el clarinete revolotean por entre el espigueo de los violines, cuántos verdes distintos acuden al llamado, desde el verde desvalido que amarillea en la ladera próxima hasta el verde ronco y misterioso que negrea en los remotos cangilones, irse de este país, dar la espalda a estos acicalados paisajes de regadío, renegar de estas mórbidas laderas oportunistas, Se cansa uno, no jo, pensó Victorino, usted y su impenetrable vientre enamorado, Malvina, si Victorino se quedara con usted en este país, si renunciara a su realenga libertad, si pisoteara sus principios que le ordenan ser diferente a los demás, si se domesticara para vivir a la sombra de usted como un cocker spaniel, orejón y peludo como un cocker spaniel, el padre de Victorino les regalaría de matrimonio una espléndida finca arrebujada en este despilfarro de verdes,

el padre de usted les abriría una linda cuenta en el National City Bank, don Victorino Peralta criador de caballos pura sangre, don Victorino Peralta criador de becerros holstein y de pollitos W. horn, ese es él, su bella esposa Malvina Peralta de Peralta montada en una yegua baya, esa es usted, qué apabullante felicidad, qué fastidio rural, Malvina, Victorino prefiere escaparse de este país, viajar con el recuerdo de usted bajo el brazo como un portafolios, que le den una puñalada en una taberna de Rotterdam, él no es sino un patotero triste, Malvina, la juventud es la más confusa de las tristezas, él la llama desde la deprimente soledad que enfrenta el motor de su automóvil, usted no le responde, le responde el redoble de las nubes pizarra que se aglomeran allá lejos, la llama nuevamente porque tiene hambre de su cuerpo, Malvina, le responden tan sólo las nubes oscuras con su trémolo de cuatro timbales, la llama y la llama desde sus torreones claudicantes, Malvina, ni siquiera las nubes sucias le responden, Victorino tiene que huir de este silencio. Victorino aceleró la velocidad del Maserati, apremiado por el baquetazo de los timbales, por el contraluz guerrero de las trompetas, por el rezongo enconado del contrabajo, arrastrado por el brisote de todos los arcos, sometido a la constante acentuación de la Marcha al Cadalso, el Maserati desplazaba raudales de aire impávido, contra los cristales morían crucificadas las mariposas amarillas, el Maserati era un relincho de plata que bajaba de la montaña como la voz de Jehovah, ¿Soy o no soy el grande de la patota? pensó Victorino, sí es, Malvina, Victorino Peralta enciende un fogón para quemar los caletres del bachiller en filosofía, a Victorino Peralta le dan vómitos las componendas falderas del hijo de familia, Victorino Peralta le tira una trompetilla a las poses heroicas del joven revolucionario, Victorino Peralta se caga en el raquitismo y en la inspiración del poeta hermético, Victorino Peralta no tiene otra profesión sino el orgullo de no tener ninguna, duro de pectorales, Malvina, duro de bíceps, duro de maseteros, duro de corazón si viene al caso, propietario y piloto de esta máquina prepotente que obecede a sus manos y a sus pies y a sus gritos, Malvina, como un burrito de panadería. Los cauchos desafinan en las curvas, los cauchos chillan azuzados por la zalamería del fagote, espoleados por el pizzicato neurálgico de los violines, el velocímetro marca 110 cuando pasan al viejo Dodge cremoso, 120 cuando pasan al Buick azul, 125 cuando pasan al Cadillac negro, Victorino maneja con una precisión invulnerable, la izquierda en las 11 de un reloj imaginario, la derecha en las 3 de un reloj imaginario, 130 cuando pasan al camión de carga que pretendía estúpidamente no dejarse pasar, el camionero grita una insolencia que se la lleva el viento, Soy un machete pelado como volante, pensó Victorino, Victorino tiene sobrado derecho a correr a 140 kilómetros por hora, Malvina, Victorino domina este tremendo Maserati como si fuera un burrito de panadería, Victorino lleva grabada en el cerebro la explicación de cada tuerca, de cada alambre, de cada gota de gasolina, y luego la pericia de Victorino, sus músculos sus reflejos sus nervios, este descenso a 150 kilómetros por hora es un pasatiempo tan inofensivo como el paseo de un bebé en su cochecito de encajes, Victorino logrará algún día fugarse de este país, Malvina, disputará verdaderas, disputará auténticas carreras de automóviles, en Monza y en Le Mans, Victorino Peralta de casco y sonrisa, la insuperable estrella suramericana, el nuevo Fangio, ramos de flores y besos de muchachas rubias a la llegada, lástima que se haya matado el campeón inglés en la última curva, lo asaltan los fotógrafos, Malvina, lo arrinconan las buscadoras de autógrafos, Victorino Peralta ha batido el record mundial gritan los altavoces, Malvina, eso sí será correr contra los relojes y contra la muerte, no esta excursión de aficionados, esta procesión a 160 podridos kilómetros por hora, repitiendo una ruta que conoce como la palma de sus manos, Malvina, en una aparatosa máquina ornamental que domina como un burrito de panadería. De repente comenzó a llover sobre los campos y sobre el macadam, Victorino había corrido al encuentro de las nubes pizarra que se aglomeraban en la lejanía, al encuentro de un aguacero hosco que ahora caía sobre él en grandes goterones sesgados, greñas de pantano se desprendían del cerro y atigraban de ocre la carretera, el limpiaparabrisas desbarataba espesas telarañas de agua, los platillos de la Filarmónica de Berlín rechinaron a la luz de un relámpago, Victorino no disminuyó la velocidad, no era necesario disminuirla, no era, en la curva donde pusieron el cartel de la Orange Crush, ahí fue la cosa, las ruedas traseras del Maserati perdieron adhesión, los cauchos patinaron sobre el cemento húmedo, la mole violenta del automóvil se ladeó en diagonal buscando el talud del cerro, Victorino sabía perfectamente que en esos casos no se frena, no se frena jamás en las derrapadas, Victorino