»Oír vuestro nombre fue la única razón de que no hiciera algo drástico a estos dos —continuó. Si el murandiano y el Aiel sacaban a relucir el tiempo que había pasado cuando se mencionó el nombre, estaba dispuesta a manifestar que al principio se había quedado aturdida, pero no dijeron nada y ella aprovechó para seguir hablando deprisa y enérgicamente—. Vuestra esposa, Faile, se encuentra bajo mi protección, al igual que la reina Alliandre, y cuando haya acabado con el tema que estoy tratando con Sevanna las sacaré conmigo, sanas y salvas, y las ayudaré a llegar dondequiera que deseen ir. Entretanto, sin embargo, vuestra presencia aquí pone en peligro el asunto que me ocupa, cosas de la Torre Blanca, y eso no puedo permitirlo. También os pone en peligro a vos, a vuestra esposa y a la reina Alliandre. Hay decenas de miles de Aiel en ese campamento. Muchas decenas de miles. Si caen sobre vosotros, y sus exploradores os encontrarán pronto si es que no lo han hecho ya, os borrarán de la faz de la tierra. También podrían hacer daño a vuestra esposa y a Alliandre por eso. Tal vez no pueda frenar a Sevanna. Es una mujer severa, y muchas de sus Sabias encauzan, casi cuatrocientas, todas deseosas de usar el Poder con fines violentos, en tanto que yo soy una única Aes Sedai, y limitada por mis juramentos. Si queréis proteger a vuestra esposa y a la reina, dad media vuelta y alejaos de su campamento cabalgando tan deprisa como podáis. Puede que no os ataquen si os ven en franca retirada. Es la única esperanza que vos y vuestra esposa tenéis. —Ea. Con que sólo germinaran unas cuantas semillas de las que había sembrado, bastaría para que se replegara.
—Si Alliandre corre peligro, lord Perrin… —empezó el ghealdano, pero Aybara lo hizo callar levantando una mano. Eso fue todo. Las mandíbulas del militar se pusieron tensas hasta el punto de que Galina creyó que las oiría crujir, pero aun así guardó silencio.
—¿Habéis visto a Faile? —preguntó el hombre joven con una inflexión de ansiedad en la voz—. ¿Se encuentra bien? ¿Ha sufrido algún daño?
El muy necio no parecía haber oído una sola palabra de lo que le había dicho aparte de la mención a su esposa.
—Se encuentra bien y bajo mi protección, lord Perrin. —Si ese campesino con ínfulas quería que se lo llamara lord, se lo consentiría de momento—. Ella y Alliandre, las dos. —El militar miró ferozmente a Aybara, pero no aprovechó la ocasión para hablar—. Debéis hacerme acaso. Los Shaido os matarán…
—Venid aquí y mirad esto —la interrumpió Aybara mientras se volvía hacia la mesa y tiraba de un pliego grande hacia sí.
—Debéis disculpar su falta de modales, Aes Sedai —murmuró Berelain, que le tendió una copa de plata trabajada llena de un vino oscuro—. Está sometido a una gran presión, como podréis entender dadas las circunstancias. No me he presentado. Soy Berelain, Principal de Mayene.
—Lo sé. Podéis llamarme Alyse.
La otra mujer sonrió como si supiera que ése era un nombre falso, pero aceptándolo. La Principal de Mayene distaba mucho de ser una ingenua. Lástima tener que tratar con el chico, en cambio; la gente sofisticada que creía ser capaz de nadar y guardar la ropa con las Aes Sedai era más fácil de dirigir. La gente del campo resultaba testaruda de puro ignorante. Claro que el chico tenía que saber algo sobre las Aes Sedai a esas alturas. Quizá si no le hacía caso le daría motivos para pensar en quién era ella y en lo que era. El vino le dejó un sabor a flores en la lengua.
—Es muy bueno —manifestó con genuina gratitud. No había probado un vino decente desde hacía semanas. Therava no le permitiría un placer que se negaba a sí misma. Si se enterara de que había encontrado varios barriles en Malden, ni siquiera tendría un vino mediocre. Además de golpearla también.
—Hay otras Aes Sedai en el campamento, Alyse Sedai. Masuri Sokawa y Seonid Traighan, además de mi consejera, Annoura Larisen. ¿Queréis hablar con ellas después de que acabéis con Perrin?
Con fingida despreocupación, Galina se colocó la capucha de forma que la cara le quedó en las sombras y después dio otro sorbo de vino para tener tiempo de pensar. La presencia de Annoura era comprensible, estando Berelain, pero ¿qué hacían allí las otras dos? Estaban entre las que habían huido de la Torre después de que Siuan fue depuesta y se ascendió a Elaida. Cierto, ninguna de ellas sabría su implicación en el secuestro del chico al’Thor por encargo de Elaida, pero aun así…
—Creo que no —murmuró—. Ellas tienen sus asuntos y yo, los míos. —Habría dado mucho por saber cuáles eran los de ellas, pero no al precio de que la reconocieran. Cualquier amigo del Dragón Renacido podría tener… ideas sobre una Roja—. Ayudadme a convencer a Aybara, Berelain. Vuestra Guardia Alada no es enemigo para lo que mandarán los Shaido. Y los ghealdanos que tengáis no cambiarán nada. Un ejército no cambiaría nada. Los Shaido son demasiados, y tienen cientos de sabias listas para usar el Poder como arma. Las he visto hacerlo. Vos también podríais morir, e incluso si os capturan no puedo prometeros ser capaz de conseguir que Sevanna os libere cuando me vaya.
Berelain se echó a reír como si miles de Shaido y cientos de Sabias que encauzaban no tuvieran importancia alguna.
—Oh, no temáis por que nos descubran. Su campamento se encuentra a unos tres días a caballo desde aquí, tal vez cuatro. El terreno se vuelve accidentado a corta distancia de donde nos hallamos.
Tres días, quizá cuatro. Galina se estremeció. Tendría que haber atado cabos antes. Tres o cuatro días de distancia cubierta en menos de una hora. A través de un agujero en el aire creado con la mitad masculina del Poder. Había estado lo bastante cerca del saidin para que la tocara. Cuando habló mantuvo firme la voz, no obstante.
—Aun así, debéis ayudarme para convencerlo de que no ataque. Sería desastroso para él, para su esposa, para todos los implicados. Por encima de eso, lo que estoy haciendo es importante para la Torre. Vos habéis sido siempre una poderosa partidaria de la Torre. —A eso se llamaba dar coba, considerando que era dirigente de una ciudad-estado de unas cuantas acras de extensión, pero el halago engrasaba a los insignificantes igual que a los poderosos.
—Perrin es testarudo, Alyse Sedai. Dudo que podáis hacerle cambiar de opinión. No resulta fácil una vez que está decidido a algo. —Por alguna razón la joven esbozó una misteriosa sonrisa que habría hecho honor a la de una hermana.
—Berelain, ¿podríais dejar la conversación para luego? —preguntó con impaciencia Aybara, y no era una sugerencia precisamente. Dio unos golpecitos en el papel con el grueso índice—. Alyse, ¿os importa mirar esto un momento? —Tampoco era una sugerencia esta segunda pregunta. ¿Quién se creía que era para dar órdenes a una Aes Sedai?
Con todo, dirigirse hacia la mesa la separaba un poco de Neald. También la acercaba al otro, que la estudiaba con atención, pero al menos estaba al otro lado de la mesa. Una endeble barrera, pero podía hacer caso omiso de él si miraba el pliego que había bajo el dedo de Aybara. Impedir que las cejas se enarcaran le costó un gran esfuerzo. La ciudad de Malden estaba esbozada en el mapa, incluso con el acueducto que llevaba agua desde un lago situado a cinco millas de distancia, y también aparecía un tosco plano del campamento Shaido que rodeaba la ciudad. La verdadera sorpresa fue la presencia de unos marcadores que indicaban la llegada de septiares desde que los Shaido habían acampado en Malden, y su número significaba que sus hombres habían estado observando el lugar desde hacía tiempo. Otro mapa, toscamente bosquejado, parecía mostrar la propia ciudad con cierto detalle.
—Veo que sabéis la magnitud del campamento —dijo—. Entonces debéis de haberos dado cuenta de que rescatarla es imposible. Aunque contaseis con un centenar de esos hombres no sería suficiente. —Hablar de ellos no resultaba fácil, además de ser incapaz de evitar que un dejo de desprecio le sonara en la voz—. Esas Sabias presentarán batalla. Cientos de ellas. Sería una masacre, miles de muertos, entre ellos, tal vez, vuestra esposa. Os he dicho ya que ella y Alliandre se hallan bajo mi protección. Cuando haya acabado el asunto que me ocupa, las sacaré de allí sanas y salvas. Me habéis oído decirlo, de modo que, por los Tres Juramentos, sabéis que es verdad. No cometáis el error de pensar que vuestra relación con Rand al’Thor os protegerá si interferís en lo que hace la Torre. Sí, sé quién sois. ¿Acaso pensabais que vuestra esposa no me lo diría? Confía en mí, y si queréis que siga a salvo también tendréis que confiar en mí.