—¿Quién me traicionó? —preguntó, complacida de que el tono fuera regular y frío—. No perjudicará nada que me lo digáis ya que soy vuestra prisionera.
Las hermanas la miraron fijamente, como sorprendidas de que tuviera voz.
Katerine se echó hacia adelante con aire despreocupado al tiempo que levantaba la mano. Los ojos de la Roja se pusieron en tensión cuando la rubia Felaana adelantó velozmente una mano y frenó la bofetada antes de que se descargara sobre Egwene.
—Será ejecutada, sin duda alguna —manifestó firmemente con su voz áspera—, pero es una iniciada de la Torre y ninguna de nosotras tiene derecho a golpearla.
—Quítame la mano de encima, Marrón —gruñó Katerine y de pronto, nada menos, el brillo del saidar la envolvió.
En un instante el fulgor rodeó a todas las mujeres del carruaje a excepción de Egwene. Se miraron unas a otras como gatos desconocidos a punto de bufarse, a punto de descargar zarpazos. No; todas no. Katerine y la hermana más alta que estaba sentada al lado de Egwene ni siquiera se miraron, pero sí lanzaron ojeadas de sobra a las otras. En nombre de la Luz, ¿qué estaba pasando? La hostilidad mutua cargaba el aire de tal manera que se habría podido cortar como lonchas de pan.
Al cabo de un momento, Felaana soltó la muñeca de Katerine y se recostó en el respaldo, aunque no soltó la Fuente. Egwene tuvo la repentina sospecha de que ninguna quería ser la primera en hacerlo. Todos los semblantes mostraban una expresión serena a la pálida luz de la luna, pero las manos de la Marrón estaban apuñadas sobre el chal, mientras que la hermana que se sentaba apartada de Katerine no dejaba de alisarse la falda una y otra vez.
—Va siendo hora de hacer esto, creo —dijo Katerine mientras tejía un escudo—. No querríamos que intentaras algo… fútil. —Le asestó una sonrisa cruel.
Egwene se limitó a suspirar cuando el tejido se asentó en ella; de todos modos, dudaba que hubiera sido capaz de abrazar el saidar, y contra cinco que ya rebosaban Poder el éxito habría durado segundos en el mejor de los casos. Su reacción moderada pareció decepcionar a la Roja.
—Es posible que ésta sea la última noche que pasas en el mundo —continuó—. No me sorprendería lo más mínimo que Elaida mandara neutralizarte y decapitarte mañana.
—O incluso esta misma noche —agregó su larguirucha compañera mientras asentía con la cabeza—. Creo que Elaida podría estar así de deseosa de ver tu final. —A diferencia de Katerine, ella se limitaba a exponer un hecho, pero seguro que era otra Roja. Y observaba a las otras hermanas con aire vigilante, como si sospechara que una de ellas podría intentar algo. ¡Qué extraño era todo aquello!
Egwene se aferró a mantener la compostura para así privarlas del placer de la reacción que esperaban en ella. O que esperaba Katerine, al menos. Estaba decidida a conservar la dignidad hasta el mismísimo tajo del verdugo. Tanto si había hecho un buen trabajo como Sede Amyrlin o no, moriría de un modo adecuado a su puesto.
Entonces habló la hermana que estaba sentada con las Rojas, aunque apartada de ellas, y su fuerte acento arafelino permitió que Egwene pusiera nombre al rostro duro y estrecho apenas entrevisto a la luz de la luna. Berisha Terakuni, una Gris con reputación de dar la interpretación más estricta —y a menudo más severa— de la ley. No siempre al pie de la letra, desde luego, pero jamás con un atisbo de piedad.
—Esta noche o mañana, no, Barasine, a no ser que Elaida quiera convocar a las Asentadas en mitad de la noche y ellas tengan a bien responder a su emplazamiento. Esto requiere un Tribunal Supremo, no es algo para solucionar en cuestión de minutos y ni siquiera de horas. La Antecámara parece menos deseosa de complacer a Elaida de lo que ella querría, y no es de extrañar. La chica será juzgada, pero creo que la Antecámara comparecerá cuando así lo decida.
—La Antecámara acudirá cuando Elaida la convoque, o las Asentadas se encontrarán con tales castigos que desearán haber hecho caso —se mofó Katerine—. Por la forma en que Jala y Merym salieron a galope cuando vimos a quién habíamos capturado, seguro que Elaida ya está enterada, y apuesto a que, para ésta, Elaida sacará a rastras de la cama a las Asentadas aunque tenga que hacerlo con sus propias manos. —La voz de la Roja adquirió un timbre engreído y cortante al mismo tiempo—. A lo mejor te nombra para el cargo de Banco del Indulto. ¿Te gustaría eso?
Berisha se irguió, indignada, mientras se ajustaba el chal sobre los brazos. En ciertos casos la encargada del Banco del Indulto afrontaba la misma suerte que su defendida. Tal vez esa acusación lo requería; a despecho de todos los esfuerzos de Siuan para completar su educación, Egwene lo ignoraba.
—A lo que quiero que respondas es ¿qué le hiciste a la cadena del puerto? —inquirió la Gris al cabo de un momento, haciendo un ostentoso caso omiso de las mujeres que estaban sentadas con ella—. ¿Cómo se puede deshacer?
—No se puede —repuso Egwene—. Debéis de saber ya que es cuendillar. Ni siquiera el Poder lo romperá, sino que lo reforzará. Supongo que podríais venderlo si echáis abajo un tramo suficiente de la muralla del puerto para extraerlo. Y si alguien puede pagar una pieza de cuendillar de ese tamaño. O si le interesa algo así.
Esta vez nadie intentó impedir a Katerine que la abofeteara, y además muy fuerte.
—¡Cuidado con lo que dices! —espetó la Roja.
Aquél parecía un buen consejo a no ser que quisiera recibir más bofetadas innecesarias. Ya notaba el sabor de la sangre en la boca, así que se calló y el silencio se adueñó del carruaje en marcha y todas las demás mujeres resplandecientes con el saidar y observándose unas a otras, recelosas. ¡Era increíble! ¿Por qué había elegido Elaida mujeres que obviamente se detestaban unas a otras para que llevaran a cabo la tarea de esa noche? ¿Para hacer una demostración de poder, sólo porque podía hacerlo? Daba igual. Si Elaida le permitía seguir viva a lo largo de la noche, al menos tendría posibilidad de contarle a Siuan lo que le había ocurrido; y seguramente también se lo contaría a Leane. Podría informar a Siuan que las habían traicionado. Y rogaría para que Siuan pudiera rastrear a la traidora, y para que la rebelión no se desmoronara. En ese mismo momento elevó una corta plegaria porque no pasara tal cosa. Era mucho más importante que todo lo demás.
Para cuando el cochero frenó el tiro de caballos, Egwene ya se había recuperado suficientemente para salir del carruaje detrás de Katerine y de Pritalle sin ayuda, aunque todavía se sentía un poco atontada. Se sostenía de pie, pero dudaba mucho de tener fuerzas para echar a correr y llegar muy lejos; tampoco es que fuera a conseguir mucho con intentarlo, aparte de que la pararan a los pocos pasos, así que se quedó quieta junto al carruaje lacado en oscuro y esperó con tanta paciencia como el tiro de cuatro caballos sujetos al arnés. Después de todo, ella también estaba sujeta a un tiro, por así decirlo. La Torre Blanca se elevaba imponente sobre ellas, una aguja pálida y gruesa que se encumbraba en la noche. Eran pocas las ventanas que tenían luz, pero algunas de ellas se encontraban casi en lo más alto, tal vez en los aposentos que ocupaba Elaida. Era muy raro. Estaba prisionera y seguramente no viviría mucho más, pero se sentía como si hubiera llegado a casa. La Torre parecía renovar su vigor.