– No encontrarán nada. Ni que fuera un delincuente juvenil. Procedo de una buena familia.
– Y yo provengo de los barrios más asquerosos de Atlanta, donde las putas, los proxenetas y toda clase de escoria camina por la calle. Por eso puedo reconocer la escoria cuando la veo.
– Déjame salir del coche.
– Cuando me digas quién te pagó y por qué.
Paul apretó los labios.
– No eres más que una mujer. Podría obligarte a abrir esta puerta en el momento que lo decida. Sólo estoy apaciguándote.
– Soy una mujer criada por un poli que sirvió en los cuerpos especiales de la Armada, y que quiso que fuera capaz de mantenerme a salvo por mis propios medios. La primera norma de Joe fue: no desperdicies tu tiempo, si te atacan. Da por sentado que te van a matar y actúa en consecuencia: mátalos.
– Estás faroleando.
– Te estoy contando como son las cosas. Fuiste tú, el que me amenazaste. Lo único que quiero ahora mismo es información.
– No vas a conseguirla. ¿Crees que no sé que vas a ir corriendo a la policía? -le espetó-. Y no fue culpa mía. Nada fue culpa mía.
Una grieta en la coraza.
– Nadie se lo va a creer, si no vas a la policía y confiesas.
– ¿Confesar? Son los delincuentes los que confiesan. Yo no he hecho nada delictivo. No lo sabía. -La miró con nerviosismo-. Y les diré que has mentido, si les dices que yo…
– ¿Qué es lo que no sabías?
Paul guardó silencio. Sin embargo, Jane podía sentir su terror; casi estaba allí. Tenía que presionarlo un poco más.
– Fuiste cómplice del asesinato. Te encerrarán y tirarán la llave. ¿O este Estado tiene pena de muerte?
– Zorra.
Desmoronamiento. Había que presionar con más fuerza.
– Iré a la policía directamente desde aquí. Probablemente te detengan dentro de unas horas. Si me dices lo que quiero saber, dejaré que te entregues tú mismo e intentes salir de esta como puedas.
– No es culpa mía. Se suponía que no tenía que ocurrir nada. Dijeron que sólo querían hablar contigo y que tú no estabas cooperando.
– ¿Quién quería hablar conmigo?
Paul no respondió.
– ¿Quién?
– No lo sé. Leonard… No lo recuerdo.
– ¿Era Leonard el nombre de pila o el apellido?
– Ya te lo he dicho… No lo sé. El apellido. Si es que era su verdadero apellido.
– ¿Por qué habrías de dudarlo?
– No sé, hasta… Yo no quería que Mike muriese… No quería hacer daño a nadie.
– ¿Sabes el nombre de pila de Leonard?
Guardó silencio durante un momento.
– Ryan.
– ¿Cuál era el nombre del otro hombre?
– No tengo ni idea. Nunca me presentó. Leonard fue el único que habló.
– ¿Dónde los encontraste?
– No los encontré, exactamente. Yo estaba sentado en un bar hace unas semanas, y ellos se sentaron y empezaron a hablar. Yo necesitaba el dinero, y ellos me prometieron que todo iría bien. Todo lo que tenía que hacer era asegurarme de que fueras al callejón para que pudieran hablar contigo.
– Y eso no era difícil, ¿verdad? Dado que Mike era tan fácil de manejar. Sólo había que tirar de unas cuantas cuerdas, y él se pondría a bailar.
– Me gustaba Mike. No quería hacerle daño.
– Pues se lo hiciste. Hiciste que se sintiera un incompetente, y luego le tendiste una trampa.
– Necesitaba el dinero. Harvard es caro, y mis padres apenas pueden permitirse pagar la matrícula. Estaba viviendo como un indigente.
– ¿No pensaste en conseguir un trabajo?
– ¿Como tú? -preguntó agriamente-. Tan perfecta. Mike odiaba eso de ti.
No debía permitir que notara lo que dolía aquella pulla.
– ¿Cómo podemos encontrar a ese tal Ryan Leonard?
Paul se encogió de hombros.
– No tengo ni idea. Me dieron la mitad del dinero cuando acepté hacerlo, y dejaron un sobre con el resto del dinero en mi apartado de correos cuando les llamé y les dije que te llevaría a El Gallo Rojo aquella noche. No he tenido noticias de ellos desde entonces.
– ¿Sigues teniendo el sobre?
Él asintió con la cabeza.
– No me he gastado el dinero. Sigue en el sobre. Después de que Mike fuera… Estaba tan asustado, que ni siquiera lo ingresé en el banco. Pensé que podría parecer comprometedor, si tenía que ir a la policía. Pero no tiene ninguna dirección. Es sólo un sobre en blanco.
– ¿Dónde está?
– En mi habitación de la residencia.
– ¿Dónde?
– En mi libro de literatura inglesa.
– ¿Y viste al otro hombre aquella noche?
– Ya te dije que sí. ¿Por qué?
– Porque yo sólo vi a uno. Necesito una descripción.
– ¿Ahora?
– No, ahora no. -Ya no soportaba más. Quitó el seguro de la puerta-. Largo. Te doy dos horas para que vayas a la comisaría e intentes convencerles de lo inocente que eres. Si huyes, haré que te persigan. -Apretó los labios-. Y yo también te perseguiré.
– No soy idiota. Me entregaré. No es que te tenga miedo; simplemente es lo más inteligente. -Salió del coche. Su miedo se estaba desvaneciendo, y sonrió con un poquito de bravuconería-. No me pasará nada. Puede que todo se arregle con un acuerdo con el fiscal. Lo tengo todo a mi favor. Soy joven e inteligente, y creerán que solo soy un buen chico que cometió un error de juicio.
A Jane le entraron ganas de vomitar. ¡Dios bendito!, podría estar en lo cierto.
– Dime: ¿por cuántas monedas, Paul?
– ¿Qué dices?
– ¿Qué cuánto te pagaron?
– Diez mil cuando acepté. Y otros diez cuando tendí la trampa.
– ¿Y en ningún momento te preguntaste por qué gastarían esa cantidad de dinero sólo por hablar conmigo?
– No era asunto mío. Si querían aflojar esa pasta… -Se calló cuando la miró a los ojos-. ¡Al diablo! -Giró sobre sus talones y se fue caminando por la calle a grandes zancadas.
¡Dios mío!, es un chulo. A Jane le entraron ganas de acelerar y atropellar a aquel cabrón. Había traicionado a su amigo, y lo único que le preocupaba era salvar su cuello. Apoyó la cabeza en el volante durante un instante, intentando recobrar la compostura.
Luego, arrancó el coche y buscó a tientas el teléfono. Joe contestó al segundo tono.
– Quiero que hagas algo por mí. -Miró fijamente a Paul mientras doblaba la esquina-. Paul Donnell va a entregarse a la policía dentro de dos horas.
– ¿Qué?
– Le tendió una trampa a Mike. Cobró veinte mil dólares por conseguir que Mike me llevara a aquel callejón. -Interrumpió a Joe cuando éste empezó a maldecir-. Dice que le aseguraron que sólo querían hablar conmigo. Aceptó el dinero y no hizo preguntas. Le importaba un comino.
– Hijo de puta.
– Sí. Dice que el nombre del hombre que le dio el dinero era Ryan Leonard y que no sabe nada más acerca de él. No se enteró del nombre del segundo hombre, pero lo vio lo bastante cerca para darme una descripción. Quiero que llames a Manning y le digas que consiga esa descripción antes de que Donnell intente utilizarla como medio para negociar con el fiscal. Es capaz de eso.
– Hecho. ¿Algo más?
– Dile a Manning que no se lo ponga fácil. -La voz le temblaba-. Puede que no haya apretado aquel gatillo, pero es tan culpable como el que lo hizo. No quiero que se vaya de rositas.
– Estoy sorprendido de que consiguieras hacerlo hablar.
– Yo también. Pero ya estaba asustado, y me aproveché. Voy de camino a su residencia para coger el sobre del último pago que le hizo Leonard. Se me acaba de ocurrir que podría decidir volver sobre sus pasos y coger el dinero y utilizarlo para su defensa.
– Deja que lo haga la policía. Podría haber huellas.
– Tendré cuidado. Pero la policía tiene demasiadas cortapisas. Podrían tardar demasiado en conseguir una orden para registrar su habitación, y de ninguna manera voy a dejar que ponga sus manos en ese dinero. Tengo que irme. Te llamaré más tarde, Joe. -Colgó el teléfono antes de que Joe pudiera discutir con ella.