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Se alejó del bordillo, hizo un giro para cambiar de sentido y se puso en camino de nuevo hacia la residencia.

Zorra. Puta.

Paul Donnell hervía de ira mientras corría por la calle.

Siempre le habían desagradado las mujeres autoritarias, y Jane MacGuire era un ejemplo de primera calidad de todo lo que odiaba. ¡Qué lástima que Leonard no se hubiera ocupado de ella en aquel callejón!

Tenía que calmarse. Cuando hablara con la policía, tendría que parecer desconsolado aunque sincero, y culparse sólo a sí mismo. Podía manejar aquello. Podía ser muy convincente y tenía que poner a trabajar todas sus habilidades. Llamaría a su padre para que le consiguiera un abogado que se reuniera con él en la comisaría. Había leído demasiado sobre condenas debidas a aquellas primeras entrevistas con la policía. Sería respetuoso, pero le diría a aquellos pies planos que le habían aconsejado que consiguiera un abogado.

Sí, esa era la estrategia. Pero los abogados costaban dinero, y no estaba dispuesto a confiar en un abogado de oficio. Tendría el mejor, y eso exigiría…

Unos faros.

Echó un vistazo detrás de él. No, no era aquella zorra persiguiéndolo. Aquel era un coche más grande, los haces de los faros perforaban la oscuridad de la tranquila calle residencial. Dejó de mirar y aceleró el paso. Debía moverse deprisa y llegar a aquella comisaría, no fuera a ser que aquella zorra decidiera incumplir su palabra e irles a visitar antes de que él pudiera hacer su entrada. La creía muy capaz de…

Luz. Iluminándolo por completo. El estruendo de un motor acelerado.

¿Qué coño…?

Jane aparcó delante de la residencia y se bajó de un salto del coche.

No debería ser demasiado difícil entrar en la habitación de Paul, pensó mientras se dirigía rápidamente hacia la escalera. Había visitado a Mike en numerosas ocasiones, y si los de seguridad le preguntaban, podría decirles que se había dejado algo en la habitación y que quería recuperarlo. Si aquello no funcionaba, lo intentaría mediante…

– Jane.

Se puso tensa. No. Se lo estaba imaginando… No podía ser él.

Se dio la vuelta lentamente.

Trevor.

Iba vestido con unos vaqueros y un jersey verde oscuro, y tenía el mismo aspecto que el día que lo dejó en el aeropuerto, hacía cuatro años.

Trevor sonrió.

– Ha pasado mucho tiempo. ¿Me has echado de menos?

Aquello la sacó de su sorpresa de golpe. Asno arrogante.

– En absoluto. ¿Qué estás haciendo aquí?

La sonrisa de Trevor se desvaneció.

– Créeme, habría preferido mantenerme lejos de ti. No ha sido posible.

– Has hecho un buen trabajo al respecto estos últimos cuatro años. -No debería haber dicho eso. Parecía un reproche, y lo último que Jane deseaba es que él pensara que le preocupaba que la hubiera o no olvidado-. Igual que yo. Ya es agua pasada.

– Ojalá pudiera decir lo mismo. -Trevor apretó los labios-. Tenemos que hablar. Mi coche está aparcado en esta misma manzana. Ven conmigo.

Jane no se movió.

– Tengo algo que hacer. Llámame más tarde.

Él negó con la cabeza.

– Ahora.

Jane empezó a subir los escalones.

– Vete al diablo.

– Averiguarás más viniendo conmigo que de ese sobre en la habitación de Donnell.

Jane se puso tensa, y se volvió lentamente hacia él.

– ¿Cómo sabías que iba a buscar…?

– Ven conmigo. -Empezó a caminar por la calle-. Haré que Bartlett vigile la residencia para asegurarnos de que Donnell no vuelve a por el dinero.

– ¿Bartlett está aquí?

– Está esperando en el coche. -Trevor lanzó una mirada por encima del hombro-. Confías en Bartlett aunque no confías en mí.

Jane estaba intentando aclarar sus ideas.

– ¿Sabes que mi amigo Mike ha sido asesinado?

– Sí, lo siento. Sé que estabais muy unidos.

– ¿Y cómo supiste lo que ha ocurrido esta noche con Donnell?

– Hice que Bartlett pusiera un micrófono en tu coche.

– ¿Cómo?

– Y en tu habitación de la residencia. -Sonrió-. ¿Eso te enfurece lo suficiente para que me sigas y me montes la bronca?

– Sí. -Jane bajó los escalones-. Tienes toda la razón cuando dices que me enfurece.

– Bien. -Trevor avanzó por la calle-. Entonces, ven conmigo y te concederé los primeros cinco minutos para que me eches un rapapolvo.

¿Rapapolvo? Lo que quería era matarlo. Era exactamente el mismo. Totalmente seguro de sí mismo, de una desenvoltura absoluta y sin la más mínima preocupación por otros planes que no fueran los suyos.

– Estás pensando cosas malas de mí -murmuró él-. Puedo sentir las vibraciones. La verdad es que deberías darme tiempo para explicarme, antes de que te enfurezcas.

– Acabas de decirme que has puesto un micrófono en mi coche.

– Se hizo con la mejor de las intenciones. -Se paró delante de un Lexus azul-. Bartlett, tengo que hablar contigo. Vigila la residencia de Donnell y avísame si aparee.

Bartlett asintió con la cabeza mientras salía del coche.

– Es un placer. -Sonrió a Jane-. Me alegra volver a verte. Siento que sea en estas circunstancias tan tristes.

– Estoy de acuerdo. Puesto que es evidente que estabas muy ocupado poniendo micrófonos en mi coche y en mi habitación.

Bartlett lanzó una penetrante mirada de reproche a Trevor.

– ¿Era realmente necesario contarle eso?

– Sí. Dale las llaves de tu coche, Jane. Puede continuar perfectamente con la labor de vigilancia estando cómodo.

Jane hizo ademán de negarse, y entonces se encontró con los ojos negros y amables de Bartlett, que siempre le habían recordado los de Winnie the Pooh. Era inútil enfadarse con Bartlett; sólo había estado cumpliendo las órdenes de Trevor. Le lanzó las llaves del coche.

– No deberías haberlo hecho, Bartlett.

– Pensé que era lo mejor. Quizá me equivocara.

– Te equivocaste. -Jane se metió en el asiento del acompañante-. Y si regresa, no permitas que Donnell entre en esa residencia.

– Sabes que no se me da bien la violencia, Jane -añadió él con seriedad-. Aunque estoy seguro de que te lo comunicaré de inmediato.

Jane lo vio alejarse mientras Trevor se metía en el asiento del conductor.

– No deberías haberlo involucrado. Él no es un delincuente.

– ¿Cómo lo sabes? Han pasado cuatro años, y ha estado asociado conmigo. Puede que lo haya corrompido con mis malas artes.

– No todo el mundo es corrompible. -Aunque las posibilidades de cualquiera de poder resistirse a Trevor, si éste decidía ejercer aquel magnetismo e inteligencia que la había atraído hacia él, eran escasas. Era un encantador de serpientes, capaz de convencer a cualquiera de que lo negro era blanco. Lo había visto enredar las situaciones a su conveniencia durante aquellas semanas que habían estado juntos, y conocía la fuerza deslumbrante de su elocuencia-. Y te gusta Bartlett. No lo respetarías si pudieras convertirlo en un hombre servil.

Trevor se rió entre dientes.

– Tienes razón. Pero no hay ningún peligro de que Bartlett se convierta en un ser servil. Tiene demasiado carácter.

– ¿Cómo lo convenciste para que pusiera un micrófono en mi coche?

– Le dije que eso contribuiría a tu seguridad. -Su sonrisa se esfumó-. Aunque no esperaba que abordaras a Donnell. Eso podría haber sido peligroso. Un hombre desesperado es siempre imprevisible.

– Estaba asustado. Te darías cuenta.

– Se sabe de hombres asustados que han reaccionado atacando.

– Él no, y ya se ha acabado. No es asunto tuyo. -Volvió la cara hacia él-. ¿O sí? Dijiste que podrías decirme más que ese sobre. Hazlo.

– El nombre del otro hombre probablemente sea Dennis Wharton. Suele trabajar con Leonard.