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– No hay ninguna seguridad de que me vayan a encerrar. Si examinan mi coche, no encontrarán ningún daño.

– Pero podrían incautarse de él para someterlo a una prueba en profundidad. Y podrían retenerte temporalmente hasta que quedaras limpia de sospecha. ¿Y estás dispuesta a correr ese riesgo? Piensa en ello. -Apretó el acelerador-. Házmelo saber cuando lleguemos al aeropuerto.

* * *

Capítulo 4

¿Este es el aeropuerto? -Jane enarcó las cejas cuando Trevor salió de la carretera secundaria en las afueras de Boston y se detuvo junto a un gran hangar.

– No dije que fuera un aeropuerto importante. -Salió del coche-. Pero te garantizo que es un aeropuerto muy privado.

– En otras palabras, que estás aquí ilegalmente.

– Era necesario. Cuando supe que tenía que venir, tuve que hacerlo rápidamente y sin ser visto.

– No tenías por qué venir. Lo escogiste tú.

– Sí, todo esto va de elecciones. -Se quedó allí parado, observándola-. ¿Tengo que tomar las tuyas?

– No. -Pero Jane salió lentamente del coche-. No creo que corra ningún peligro de ser detenida. Creo que me estás contando una chorrada para convencerme de que haga lo que quieres. Manning se habría limitado a tomarme declaración y a enviarme a casa.

– Posiblemente.

– Le diré a Brenner que estamos listos para despegar -dijo Bartlett mientras bajaba del asiento trasero y sonreía a Jane-. Adiós, Jane. Espero que no decidas abandonarnos. Te he echado de menos.

Jane no respondió y se limitó a observarlo mientras Bartlett cruzaba corriendo el asfalto hacia el reactor privado estacionado en la pista de aterrizaje. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que ella también había echado de menos a Bartlett. Bajito, regordete, con aquella radiante sonrisa que irradiaba calidez y una especie de inocente alegría de vivir, era un espécimen totalmente único.

– ¿Se volvió a casar?

– No, quizá decidiera que ya era suficiente. -Trevor sonrió-. O quizá te ha estado esperando. Siempre le gustaste.

– Tendría que ponerme a la cola. Todas las mujeres sienten debilidad por Bartlett. Incluso Eve.

– ¿Cómo está Eve?

– No muy bien. Manejar el dolor de su madre y el suyo propio es bastante duro. Por lo demás, sigue igual. -Jane era incapaz de apartar la vista del avión que estaba en la pista de aterrizaje. Bartlett había desaparecido en su interior, y ella pudo distinguir vagamente a dos figuras en la cabina del piloto-. ¿Quién es Brenner? ¿El piloto?

– Sí, entre otras cosas. Es un australiano que recluté para que me facilitara algunos asuntos.

– ¿Trabaja para ti?

– ¡Dios mío, no! Ese arrogante bastardo trabaja para él. Pero en su infinita sabiduría ha decidido dejarme dirigir el cotarro.

– ¿Qué cotarro?

Él no respondió.

– ¿Vienes conmigo?

– ¿Adónde?

– A Aberdeen.

– ¿Qué? -Jane abrió los ojos como platos-. ¿A Escocia?

Trevor sonrió débilmente.

– ¿Esperabas que a Nápoles?

– Dijiste que estabas sobre la pista del oro de Cira. Ese cofre estaba en aquel túnel de las afueras de Herculano.

– Podríamos ir de visita allí más adelante. Ahora mismo, vamos a Aberdeen.

– ¿Por qué?

– ¿Vas a venir?

– Respóndeme.

Trevor guardó silencio.

– ¡Maldito seas! Mike murió porque querías ese oro. Merezco saber qué está ocurriendo.

– Pero en ese caso podría no conseguir lo que quiero de ti. Y ya sabes el egoísta hijo de puta que soy.

– Al ciento por ciento. Pero ¿por qué habría de darte algo que quisieras?

– ¿Porque sabes que quiero que sigas viva?

– Ya no sé nada sobre ti. Ha pasado mucho tiempo.

– Cierto. -Trevor inclinó la cabeza, reflexionando-. Entonces ¿Por qué puedo darte algo que has estado buscando?

– No quiero ese oro.

– No. -Sonrió-. Pero darías cualquier cosa por echarles un vistazo a los pergaminos de Precebio de aquella biblioteca que descubrimos en el túnel, en las afueras de su villa. Y vaya que la darías. De verdad que los pergaminos te fascinarían.

Jane se puso tensa.

– ¿Los pergaminos?

– ¿No fue a eso para lo que volviste a Herculano? No te presentaste voluntaria para excavar en la misma ciudad. Trabajaste en las afueras de Herculano, en el campo. ¿Te decepcionó no haber encontrado jamás el túnel?

– Decepción, no sorpresa. Me dijiste que, después del hundimiento, lo camuflarías tan bien que nadie sería capaz de encontrarlo. -El tono de su voz era reflexivo, mientras su mirada escrutaba la cara de Trevor-. ¿Volviste y te abriste paso hasta aquella biblioteca?

Él asintió con la cabeza.

– Y salí con los pergaminos que Precebio escribió sobre Cira.

La excitación hizo presa en Jane.

– ¿Todos?

– Todos. Había leído aproximadamente la mitad antes de la explosión que provocó el hundimiento. El resto tuvo que ser manipulado con cuidado para evitar que sufrieran cualquier daño, antes de que los pudiera hacer traducir.

– ¿Pero has hecho que los tradujeran?

Trevor sonrió.

– Lo he hecho.

– ¿Y qué decían?

– Léelos tú misma. -Se dio la vuelta y se dirigió al avión-. Hay algunas sorpresas…

– ¿Me estás mintiendo?

Trevor le echó un vistazo por encima del hombro.

– Supongo que me merezco que sospeches de mí. Como sabes, soy muy capaz de mentir. Forma parte del juego.

– ¿Estás mintiendo?

La miró fijamente a los ojos, y su sonrisa burlona se esfumó.

– No a ti. A ti, jamás. -Y desapareció en el interior del avión.

– Es dura de pelar. -Bartlett salió de la cabina del piloto cuando Trevor entró en el avión-. ¿Viene con nosotros?

– Sí, dile a Brenner que se prepare para despegar.

Bartlett miró con escepticismo hacia Jane, que seguía parada junto al coche.

– No se ha movido.

– Va a venir.

– ¿Cómo puedes estar seguro?

No estaba seguro. No había manera de estar seguro con alguien tan tozudo como Jane. Había hecho todo lo que estaba en sus manos para convencerla, pero su éxito dependía de lo bien que la hubiera calado.

– Le hice una oferta que es incapaz de rechazar. Quiere al asesino de Mike Fitzgerald y sabe que sé algo sobre él que ella no sabe. Y está tan desesperada por averiguar qué es lo que hay en esos pergaminos, que se le hace la boca agua. Le he puesto ambas cosas delante de las narices como si fueran unas sabrosas zanahorias.

– ¿Y si te equivocas? ¿Y si se da la vuelta y se marcha?

Trevor apretó los labios.

– Entonces iré tras ella, la noquearé y la subiré al avión. De una u otra manera, viene.

Bartlett soltó un ligero silbido.

– No me gustaría estar en tu pellejo cuando se despertara.

– Ni a mí. Pero por ningún motivo la dejaré donde no pueda protegerla. Hay demasiadas variables que manejar aquí y ahora.

– Joe Quinn puede protegerla.

– Y lo intentará, aunque Eve siempre es lo primero para él. Necesito a Jane para conseguir la máxima prioridad.

Bartlett dejó de mirar a Jane para observar a Trevor con curiosidad.

– Llevas entre manos unas cuantas cosas más que tienen una prioridad bastante alta. Me sorprende que creas que…

– Aquí viene. -Trevor se apartó de la ventanilla y se dirigió a la cabina del piloto-. Es mejor que no me vea hasta que hayamos despegado. Me considera un poco irritante, y la balanza podría inclinarse hacia un lado u otro en cuanto suba al avión. Cierra la puerta, ponla cómoda y tranquilízala.

– ¿Irritante? -murmuró Bartlett-. Y yo que pensaba que era el único que podía ver a la verdadera bestia que se oculta tras ese atractivo tuyo.

– Tú limítate a tranquilizarla. -Trevor cerró la puerta de la cabina del piloto tras él.