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– Debes de recibir una buena dosis de ella, después de toda la publicidad de la que fuiste objeto hace cuatro años.

– ¿Sabes lo que ocurrió?

– No de primera mano. Estaba en la cárcel, en Bangkok, cuando ocurrió todo el escándalo, y cuando me escapé, ya no eras noticia. Hasta que Trevor me reclutó hace un año, ni siquiera sabía que existías.

– ¿Trevor te habló de mí?

Él negó con la cabeza.

– Ni una palabra. Pero cuando empezó por enviarme a Nápoles a recuperar los pergaminos, Bartlett iba dejando caer una palabra aquí y otra allí sobre ti, e investigué un poco.

Jane se quedó paralizada.

– Los pergaminos. ¿Tienes los pergaminos?

– No, los tiene Trevor. Yo sólo era un correo.

– ¿Dónde están?

Brenner sonrió.

– No soy tan indiscreto. -Estudió a Jane-. Realmente te pareces a la estatua de Cira. Mucho más hermosa, por supuesto.

– Chorradas. ¿Trevor tiene ya todos los pergaminos?

– Tendrás que preguntarle a él. Le traje todo lo que me envió a buscar, y él suele ser bastante meticuloso. Sé que estaba muy decidido a sacarlos de Italia sin que el gobierno los decomisara.

– ¿Porque pensaba que podrían contener alguna mención a la localización del oro?

– Posiblemente.

– ¿La había?

Él sonrió.

– No intentes jugar conmigo -le dijo Jane con frialdad-. Ya me basta con Trevor. ¿Por qué no vuelves allí y te dedicas a pilotar el maldito avión?

– ¡Ay! -La sonrisa de Brenner se esfumó-. Lo siento. Admito que estaba haciendo una pequeña valoración exploratoria para ver hasta donde podía presionar. Es mi naturaleza inquisitiva.

– Y yo me cago en tu naturaleza inquisitiva.

– Eso ya lo he oído antes, y no de unos labios tan excepcionalmente atractivos. -Hizo una pausa-. Y lo has pasado mal, según Trevor. No te mereces tener que aguantar a bastardos como yo.

– Estoy de acuerdo.

Él se rió entre dientes.

– Muy bien, ¿entonces por qué no suspender las hostilidades?

– No estoy en guerra contigo. No significas nada para mí.

– Tú sí significas algo para mí. He vivido contigo en la Pista de MacDuff desde que Trevor la alquiló.

– ¿Qué?

– Bueno, no contigo, con la estatua de Cira. Pero el parecido es notable.

– Sólo se parece mucho. Esa no soy yo.

– Vale. Vale. No era mi intención enfadarte. Eres un poquito sensible al respecto, ¿no?

– Tienes toda la jodida razón. Tengo derecho a serlo. O quizá tu «investigación» no profundizó tanto. ¿Qué es lo que averiguaste sobre mi y Cira?

– ¿De los artículos de prensa en Internet? Que un asesino en serie estaba asesinando y mutilando a todas las mujeres que podía encontrar que se parecieran a la estatua de una actriz de gran éxito en Herculano en tiempos de la erupción del Vesubio. Qué creía que tú eras la reencarnación de Cira y te escogió como blanco. El resto versaba mayormente sobre la trampa que se le tendió y su muerte. -Hizo una pausa-. Y me sorprendió la escasez de fotos tuyas que había en los artículos. Me estuve preguntando cómo había conseguido tu familia mantener la atención sobre Cira y hacer que desaparecieras en un segundo plano.

– Hicieron todo lo que pudieron. Eve y Joe son muy inteligentes, pero el primer año fue bastante duro para mí. -Sonrió sarcásticamente-. Pero, como bien has dicho, después de eso dejé de ser noticia. A Dios gracias. -Jane volvió a algo que Brenner había dicho antes-. ¿Trevor guarda la estatua de Cira en esa tal Pista de MacDuff? ¿Está eso en Escocia?

Brenner asintió con la cabeza.

– Oh, sí. La estatua es una obra de arte verdaderamente espléndida. Incluso un tipo ordinario como yo puede apreciarla. Entiendo por qué Trevor tenía que tenerla.

– Lo suficiente para negociar con un coleccionista que la había comprado ilegalmente para conseguirla -dijo con sequedad-. No estoy segura de que la quisiera por su mérito artístico. Él es como el resto de vosotros. Está obsesionado con Cira.

– La mujer con tu cara. -Brenner sonrió débilmente-. Una conexión interesante.

– No hay ninguna conexión. Ella lleva muerta dos mil años, y yo estoy muy viva. ¿Por qué te envió a Nápoles, en lugar de ir él mismo?

– Era un poco peligroso para él.

– ¿La policía italiana? ¿Encontraron el túnel donde Trevor descubrió esos pergaminos?

Brenner negó con la cabeza.

– No, como es natural había camuflado la entrada demasiado bien, pero un especialista que Trevor estaba utilizando para traducir los pergaminos cometió una indiscreción. Estaba intentando venderlos al mejor postor, y antes de que Trevor lo averiguara y le arrebatara los pergaminos, había hablado un poco demasiado con la gente equivocada. Según parece, en los pergaminos se mencionaba reiteradamente el oro.

– Sí, eso es lo que me dijo Trevor. ¿Quién era esa «gente equivocada»?

– Trevor se ha hecho un montón de enemigos a lo largo de los años -respondió de manera evasiva-. Estoy seguro de que lo hablará contigo.

– Pero tú no lo vas a hacer.

– No por el momento. Tengo que dejar algo para Trevor. Después de todos estos años probablemente vais a tener algunos horribles vacíos de conversación. -Se levantó-. Y quizá debería ir a tranquilizarlo, antes de que me convenzas de que lo cuente todo.

– No te he convencido de nada. Me has contado exactamente lo que querías contarme. Lo que querías que supiera. Lo que Trevor quería que supiera. ¿No es verdad?

Brenner sonrió abiertamente.

– Bueno, Trevor no quería que te dijera que estoy chiflado por Cira. Pensaba que no te agradaría.

– ¿Por qué habrías de ser diferente? -dijo ella cansinamente-. Se supone que ella fue la femme fatale del mundo antiguo. Supongo que has leído algunas de las traducciones que la describen, ¿no es así?

– Subidas de tono. Pero que muy subidas de tono. Parece que tenía tanto talento en la cama como en el escenario.

– Eso no significa que fuera una prostituta. Nació esclava e hizo lo que tenía hacer para sobrevivir.

– Hace un momento fuiste muy categórica al afirmar que no te parecías nada a ella. Ahora, la defiendes.

– Por supuesto que la defiendo. Ella no pudo evitar el hecho de haber nacido en un mundo en el que el sexo era una de las escasas armas que poseía una mujer de extracción humilde. Era fuerte e inteligente, y se merecería algo más que tener a una pandilla de machistas como vosotros babeando por ella.

– Tocado y hundido. -Le lanzó una sonrisa por encima del hombro cuando empezó a avanzar por el pasillo-. Pero eso es lo que ha conseguido por convertirse en leyenda. Asegúrate de sacar provecho de su ejemplo.

– No hay peligro. Como te dije, no nos parecemos en nada.

– ¡Oh!, he apreciado unas cuantas similitudes, aparte de tu cara. Eres inteligente; y sin duda alguna no eres débil. Y te gusta acomodar las circunstancias a tu conveniencia. -Abrió la puerta de la cabina del piloto-. Y si reflexionas sobre la publicidad que ya has adquirido en Internet y la prensa, vas de cabeza a convertirte en una leyenda.

– Eso es una chorrada. No tengo ningún deseo de… Brenner ya había cerrado la puerta detrás de él, y Jane se retrepó cansinamente en su asiento. Brenner estaba equivocado. A ella le gustaban las cosas claras y sin tapujos y odiaba ser el centro de atención. No como Cira, que había manipulado sin esfuerzo los corazones y las mentes de sus espectadores y de la gente que la rodeaba. Sí, tenía la sensación de comprender a Cira, pero eso no significaba que fuera a reaccionar alguna vez de la misma manera. Le parecía como si hubiera estado discutiendo aquello con todo el mundo desde el día en que aquel loco asesino había decidido que ella era una especie de reencarnación moderna de la mujer que su padre había adorado y que él odiaba. Jane había pensado que iba camino de olvidar aquello, pero allí estaba de nuevo. ¡Dios bendito!, estaba cansada del tema.